lunes, 11 de enero de 2010

Tribuna Libre

Que se presente
por Manuel Montero
El héroe debe serlo hasta el final, las medias tintas diluyen a un personaje. Por eso Zapatero tiene que presentarse a las siguientes elecciones – digan lo que digan las encuestas - ganarlas o perderlas y en este caso adiós muy buenas. La hipótesis alternativa, la de que si las cosas no van bien a última hora se pone otro candidato, puede tener efectos fatales. Si el sucesor perdiese, las responsabilidades del desastre quedarían diluidas. Unos dirían que la culpa era de la gestión de Zapatero. Los de éste, que el candidato no había estado a la altura. Zapatero quedaría para el partido como el socialista que nunca había perdido unas elecciones, con la sensación de que el electorado no había juzgado su gestión y la capacidad de dar lecciones en el futuro y entrometerse más allá de la cuenta. Y si su sustituto ganase las elecciones podría colgarse las medallas y, lo mismo, dar la vara una y otra vez.
Quedó muy bien Aznar cuando no se presentó al tercer mandato, pero los efectos no fueron positivos, incluso dejando a un lado el guirigay que se organizó en el PP hasta que eligió digitalmente su sucesor. Perdió el PP y quedó la duda de si fue por Aznar o por el candidato y seis años después éste aún lucha por consolidarse, mientras el-presidente-que-nunca-perdió suele darle lecciones, algunas insólitas.
En las encuestas, la mayoría – incluso los votantes del PSOE – opina que Zapatero no debería presentarse a las elecciones dentro de un par de años. Ojalá que esta vez no haga caso y llegue hasta el final, a ganar o a perder. Inquieta la posibilidad de que poco antes de las elecciones decidiese no presentarse si las encuestas auguran fatalidades al PSOE. Sería lo peor, que un presidente se quitase del medio con el objetivo de dejar el muerto a un sucesor nombrado a última hora, para que se estrellase éste y librarse él del estacazo, pues siempre es mejor el cachete en mejilla interpuesta.
Se mire como se mire, y salvo en casos de naufragio ostensible – como le pasó a la UCD –, la lógica de nuestro sistema político, que no establece límites a la reelección y ha dado en presidencialista, hace aconsejable que un presidente sea candidato hasta que pierda las elecciones. De lo contrario, se crean inseguridades sobre la legitimidad.
Estamos hablando de candidatos nombrados a última hora, que tienen que asumir la herencia sin posibilidades de demostrar su capacidad de gestión, más allá del despliegue del marketing. La posibilidad de designar un candidato alternativo año o año y medio antes sería brutal, por la bicefalia imposible que se produciría entre el presidente gobernante y el designado sucesor. Reventaría todo.
Hay una última posibilidad, quizás la única en la que cabría cambiar de candidato sin grandes distorsiones. Es lo que se hace en el Reino Unido. Que el partido gobernante, viendo que las cosas no van bien y que se avecina desastre electoral, agarra el toro por los cuernos, procede a cambiar presidente y política gubernamental, a ver si recupera la adhesión de la ciudadanía. El siguiente, con alguna gestión a sus espaldas, puede presentarse a las elecciones con algo más que las alforjas del predecesor.
Esto es imposible en España, con unos partidos presidencialistas en los que las estructuras básicas tienden a depender del jefe y no al revés. A los segundos de a bordo se les dice “barones” como si fuesen señores de la tierra, pero en la práctica suelen ser armados caballeros desde arriba. Si los barones decidiesen sustituir al jefe sería como hacerse el harakiri, además de que se acuchillarían los unos a los otros por ver quién se hace con el timón.
Lo mejor es que Zapatero se presente a las elecciones.
(Manuel Montero es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco)