domingo, 24 de enero de 2010

Editorial

Marta del Castillo, un año

La angustia y el dolor de unos padres, unida con el asco de una sociedad, cumplen un año, que es el tiempo transcurrido desde la desaparición de la joven sevillana Marta del Castillo, cruelmente asesinada por unos desalmados que mantienen el pulso a toda España sin desvelar la verdad de lo ocurrido en aquella triste fecha.
A día de hoy, ese asesino confeso de cara inexpresiva que se llama Miquel Carcaño, y otras pocas alimañas que le secundaron, continúan jugando con los sentimientos para ver cómo se libran de la suerte que merecen correr por su siniestra crueldad y su capacidad de engañar. Porque digan lo que digan sus abogados, no sólo son asesinos, sino que además son unos grandísimos embusteros.
Mientras un gobierno se empeña en desenterrar muertos a los sesenta años de una guerra civil que ya debería estar presente sólo en los libros, demuestra su incapacidad para evitar que otro tipo de contienda fratricida sea librada en las calles por muchos de nuestros jóvenes, condenados a la poca educación, la marginalidad y la ausencia de escrúpulos por una sociedad que no tiene más dios que el consumo. Y de esa pérdida de los sentimientos y la fe en la raza humana surgen fenómenos como el que ha costado la vida a Marta del Castillo, una víctima sin cuerpo ni fosa.
¿A qué memoria histórica deberán invocar sus padres y abuelos para que alguien les entregue los restos de la chica que un puñado de pequeños grandes canallas les niegan? ¿Qué clase de justicia es la que condena al dolor a una familia inocente mientras respeta con escrúpulo la dignidad de los asesinos confesos?
El caldo de cultivo de hechos como estos es la combinación del sentimiento evidente de impunidad y la pérdida de valores elementales que han venido articulando la sociedad desde hace siglos. No se trata de defender el integrismo de ciertos ideales políticos o religiosos, sino de hacer ver a la gente que ese es el mismo puchero en el que se cuecen los fenómenos negativos que angustian a la gente en las encuestas: corrupción, violencia, drogas… Y todo eso tienen su origen en la carencia de una generación de políticos con las manos limpias y agallas para agarrar al toro por los cuernos.
La permisividad no es tolerancia, ni la impunidad justicia. La juventud, que debe ser tutelada, como lo ha sido a lo largo de la historia, carece de esas señales que indican el buen camino y lo diferencian del errado. Pero también de tutores adecuados que les muestren lo que es correcto y lo que no lo es.
La generación que se cuece en el horno de muchas de nuestras familias, carece de los ingredientes precisos y sus cocineros no están cualificados. No tienen más meta que el dinero y más estímulo que la posesión de los objetos que introduce en sus biberones la “tele”. Como hemos dicho tantas veces, la responsabilidad primera está en el hogar, le sigue la que incumplen los centros de enseñanza y por encima de todas ellas está la de los llamados “padres de la patria”, poco inspirados con sus leyes.
Si muchos de ellos tuviesen el menor atisbo de vergüenza, se marcharían a sus casas pensando que algo tienen que ver por su ineficacia con el penoso drama que padecen desde hace 365 días los padres de Marta del Castillo.