martes, 26 de enero de 2010

Tribuna Libre

Miedo a lo nuclear

Por L. Jiménez
La palabra nuclear nos da mucho miedo. Pero es más que nada un miedo a lo desconocido, a aquello que no acertamos a comprender muy bien cómo funciona. Como sucedía al principio con los ordenadores y como ocurre casi siempre con cualquier invento (la Iglesia es un paradigma del miedo al cambio y a lo que no es ortodoxia pura y dura).
Además, asociamos lo nuclear con la bomba atómica, con la destrucción en masa y con la radioactividad capaz de abrasar a cualquier cosa viviente. Pero no recordamos casi nunca que hay una medicina nuclear que salva muchas vidas, que hay decenas de barcos movidos por energía nuclear surcando los siete mares y que hemos enviado al espacio ingenios con baterías nucleares, porque esas sí que son duraderas y no las del anuncio de los conejitos de peluche.
La energía nuclear no es particularmente sucia. Desde luego infinitamente menos que la de su coche y el mío, que esa sí que altera la atmósfera y nos encamina a un desastre de imprevisibles consecuencias. Y además ocupa bastante menos espacio que esas “plantaciones” de paneles solares que están apoderándose del suelo cultivable o de esos horrorosos molinos que coronan las crestas de tantas sierras y afean el paisaje. Y por si fuera poco se produce mucha y con mayor facilidad.
Pero seguimos “cagaditos” de miedo ante lo nuclear. Y no hacemos más que retrasar lo que antes o después va a ser inevitable. Porque al final, la energía nuclear, debidamente encauzada y guardando todas las normas de seguridad que sean precisas, será el último recurso al que todos tendremos que acudir, si es que deseamos seguir derrochando electricidad y tener las casas calentitas e iluminadas.

¡Ah! Y hay que recordar que precisamos encontrar los lugares apropiados para almacenar los residuos durante siglos. ¿Pero es que creemos que no existe radioactividad en la propia naturaleza? ¡La hay y además en ciertos lugares de gran intensidad!
Por todos estos razonamientos, algunos antiguos opositores a la energía nuclear se están convirtiendo sin complejos a lo contrario.
¡Fíjense en Felipe González! ¿Quién nos iba a decir que el antiguo líder socialista acabaría abogando por la energía originada en el átomo? ¡Pues ahí le tienen!
Lo que sucede es que estamos trufando de ideología y de intereses de partido (o lo que es igual electorales), lo que debería ser un debate sereno que tome en cuenta, únicamente, los intereses de la gente. Como en tantos otros asuntos.
Por ello se da la paradoja de que dirigentes de partidos que no rechazan lo nuclear (como el PP), proclaman en una región concreta, como Castilla-La Mancha, exactamente lo contrario de lo que dirían en Cataluña, pongamos por caso. Porque lo que tienen es la vista puesta en las elecciones regionales y locales que vienen y no en lo que el sentido común manda.
Y de esa inconsecuencia encontramos, que lo que no son capaces de acordar por otros intereses partidistas, en este caso “acuáticos”, como es el Estatuto, lo hacen en un tema que es de primordial interés para los ciudadanos, como es el acceso a las energías abundantes y más baratas, que no tienen que resultar más seguras que las de ahora, ni mucho menos más limpias. Esa es la realidad.
En ese disparate aparecen figuras aisladas, como los alcaldes de Yebra o Ascó, que miran por los intereses de sus pueblos en vez de hacer como los regidores al uso, que miran de no cabrear al “señorito” regional de turno. Y a esos los lapidan y hasta les echan de su partido si es menester por no vestir de uniforme.
Por esta y otras razones parecidas cobran mayor interés las palabras del antiguo presidente castellano-manchego, José Bono Martínez, que pide una alteración de la ley electoral para que los representantes del pueblo lo representen de verdad, en vez de estar a merced del son que les tocan en el aparato de partido de turno si es que quieren hacer carrera. A esas "energías" sí que hay que tenerlas miedo. ¿O no es eso lo que pasa?