domingo, 24 de enero de 2010

Toros- Análisis

Lo decadente no es la tauromaquia, sino el negocio del toro
Por Curro Cúchares
No es la tauromaquia lo que está en decadencia, sino el espectáculo taurino. O el negocio, que viene a ser lo mismo. Y lo está porque llevas años siendo obsoleto, anodino, aburrido, decadente y manipulado, como ha escrito algún crítico.
Por eso, cuando el parlamento catalán votaba sobre la desaparición de las corridas de toros en esas tierras, en realidad no tomaba una decisión que vaya a afectar a la tauromaquia, porque un puñado de insensatos no puede hacer desaparecer un sentimiento, un chispazo de luz, un arrebato instantáneo, como tampoco podrá con la genialidad, la armonía, la inteligencia, la belleza y el arte. Todas esas cosas, poco o nada saben de leyes y votaciones.
Pero al menos ha tenido una cosa de bueno lo de Cataluña, con ser negativo y grotesco: Ha sacudido el planeta taurino.
Y de ese modo, gentes de la cultura, de la intelectualidad, de la política nuestra y del otro lado de los Pirineos, claman al cielo contra lo que ven como atentado a la libertad y grave pérdida para el patrimonio histórico y cultural. Y no sólo de Cataluña, sino de España entera, que incluye a los catalanes a pesar de algunos.
Los temores que han aflorado se refieren al posible efecto contagio de la iniciativa de un puñado de ignorantes revestidos de capas segregacionistas. Pero lo que no tiene es que cundir el pánico. El futuro de los toros no está en juego por lo que hayan dicho en el parlamento catalán. La fiesta depende de si misma más que de cualquier discusión o politiqueo.
La polémica sobre la fiesta es tan antigua como la propia tauromaquia. Papas y reyes la prohibieron o la autorizaron; intelectuales de todas las épocas se han dividido entre partidarios o contrarios, y lo que cabe deducir es que algo debe de tener el agua cuando la bendicen. Algún interés despertará esta fiesta cuando se mantiene en el tiempo y es objeto de disputa permanente.
Porque lo que no se atreverán a discutir los detractores es que la tauromaquia está tan vinculada a la historia de España, que ha conseguido adueñarse de almas verdaderamente sensibles, pongamos por caso las de Picasso, Lorca, Alberti o Bergamín. El pasado siglo sería difícil de comprender en España sin el protagonismo de los toros.
Así pues, tranquilos. Es licito que unos estén en contra y otros consigan conmoverse ante una tauromaquia en la que se reúnen un animal bravo y poderoso y un héroe más débil, aunque artista. Quizá, por eso, carece de sentido la prohibición. Debe prevalecer la libertad de elección antes que aceptar la hipocresía de perseguir los toros como método de lavar conciencias mientras se aceptan, calladamente las innumerables que sufre la sociedad humana.
Pero hay que tomar conciencia de que lo que está enfermo es el espectáculo taurino por la desidia de todos sus protagonistas. No preocupa a los políticos, acomplejados ante Europa y los grupos ecologistas; ni a los toreros ramplones, auténticos enemigos del toro bravo y encastado; no interesa a los criadores de reses, que permiten desnaturalizar el elemento fundamental del espectáculo y sólo les preocupa la apariencia.
A todos esos hay que mirar con ojos acusados por permitir la decadencia de la fiesta y minar sus bases en aras del negocio, o lo que es igual, del dinero fácil.
¡Sí, señores! El enemigo está en casa. Los taurinos de la mediocridad, que usan la fiesta para sus intereses, son culpables con la colaboración necesaria de las autoridades. A ellos les debemos que un animal bello, fiero y poderoso sea hoy una masa informe, cargada de kilos y moribunda que rueda por los suelos a la primera de cambio. Ellos son responsables de que el aficionado huya de las plazas, cansado de fraude y aburrimiento. Son esos quienes desangran la fiesta. Y lo que está en la base de todo no es más que “el parné”.
Ya lo dijo un torero de esta tierra, Domingo Dominguín. Los toros son un espectáculo brillante en manos de mediocres. Como tantas otras cosas de ahora.