lunes, 18 de enero de 2010

Europa

Las propuestas de Zapatero no convencen a los alemanes

Madrid.- La Presidencia Española de turno de la UE busca llevar el timón de la política económica comunitaria para salir definitivamente de la crisis financiera y económica y pavimentar el camino hacia un crecimiento a medio plazo «más sostenible, ecológico y social».
Para ello, la Comisión Europea elabora un plan de acción de 10 años, la llamada «Estrategia Económica 2020» y José Luis Rodríguez Zapatero considera imprescindible que los Jefes de Estado y de Gobierno de la UE coordinen sus políticas económicas y asuman la responsabilidad por los objetivos concretos que se vayan a establecer, bajo amenaza de multa en caso de incumplimiento. El Gobierno Federal alemán ha reaccionado negativamente.
Para ejercer como líder en la UE, dentro de las pocas posibilidades que permite el Tratado de Lisboa, sería bueno poder predicar con un buen ejemplo y España, mal que le pese a Zapatero, no es el mejor ejemplo.
Como admite el propio Gobierno, la quinta economía de la UE tendrá en este ejercicio crecimiento negativo, aunque más atenuado que en 2009, y ello a pesar de que la crisis aquí tiene en primera línea causas caseras (el pinchazo de la burbuja inmobiliaria), y no externas (como, sucede en Alemania por la importancia del sector exportador, que se desplomó).
La tasa española de paro será, como ocurriese el pasado año, la más alta de la Unión, y lo mismo sucede con la paro juvenil. El desequilibrio exterior sigue siendo muy grande, a pesar de la recesión, y el déficit público es insostenible.
Esos indicadores desfavorables reflejan la mala gestión de política macroeconómica del Gobierno: errando sistemáticamente en el diagnóstico; improvisando y tomando medidas a golpe de efecto y sin sopesar su poca eficacia y el elevado coste fiscal; haciendo oídos sordos a las recomendaciones de los expertos españoles y extranjeros, incluidos el Banco de España y los principales organismos internacionales; y negándose a reformas estructurales en la economía.
Para muchos europeos no tiene sentido dejarse guiar por un Estado miembro cuya solvencia financiera es discutida en los mercados internacionales. Los alemanes se preguntan si España va a correr la misma suerte que Grecia o Irlanda, y cuáles puede ser las consecuencias para la estabilidad de la zona euro.
Podríamos estar más tranquilos si España destacara en lo que Zapatero propone para los Veintisiete: creación de empleos productivos, innovación tecnológica a alto nivel, reducción de gases tóxicos con efecto invernadero. Recordar que ya en su primer discurso de investidura, en abril de 2004, Zapatero recetaba para España un cambio de modelo económico, subrayando el papel clave de la educación, la investigación y las nuevas tecnologías. Pero tales propósitos no han tenido reflejo en la realidad.
En I+D+i, España sigue con un magro 1% del PIB y en el furgón de cola de la Unión. Anunciar ahora que en 2020 va a ser el 3% suena a cuento de hadas, al no ser que pensemos en un futuro escenario político completamente diferente al actual en cuanto a paradigmas de pensamiento y calidad del personal ejecutivo. La falta la credibilidad de la política económica española lastrará las gestiones de esta Presidencia europea.
El espíritu intervencionista que destilan las propuestas de Zapatero, también preocupa. Económicamente no sería eficiente dictar a los países cuánto deben invertir y en qué actividadeso. Por ello han quedado en papel mojado los grandes planes de coordinación económica en la UE del pasado, desde la «Agenda de Luxemburgo» de 1997 (sobre empleo), la «Agenda de Cardiff» de 1998 (sobre reformas estructurales) y la «Agenda de Colonia» de 1999 (sobre diálogo macroeconómico) hasta la «Agenda de Lisboa» de 2000/2005 (sobre competitividad del mercado único).
Cada Estado miembro tendrá siempre sus prioridades, España otras que Alemania, dados los diferentes niveles de desarrollo, cualificación profesional y dotación de infraestructuras. Alemania no se dejará forzar desde afuera a financiar las tentaciones de más gasto público que sus socios o la Comisión Europea manifiesten al son de futuras políticas keynesianas.
No sólo porque la soberanía del parlamento federal en materia presupuestaria es intangible, sino también porque más gasto no es igual a más crecimiento económico y bienestar social. La idea de sancionar «a quien se porte mal» no ha funcionado ni siquiera con el Pacto de Estabilidad de la UE. ¿Estaría Zapatero dispuesto a que España pague la multa que se merece por estar infringiendo tan alegremente las reglas fiscales del Pacto, sin esfuerzo serio alguno de emprender la consolidación presupuestaria?
La insinuación de Zapatero de que hay que supeditar la política monetaria europea a los objetivos macroeconómicos de los gobiernos es de mal agüero. Pone en duda la independencia del BCE, garantizada por el Tratado de la UE con el fin de poder velar por la estabilidad del nivel de precios y sin la cual hoy no podríamos escribir la historia exitosa del euro.
Es verdad que el BCE tarde o temprano va a subir los tipos de interés porque tiene que hacerlo. Pero es un error pensar que la vuelta a tipos normales frenaría la recuperación económica. Porque la contribución más eficaz que el BCE puede hacer para que haya crecimiento y empleo duradero es impedir cualquier repunte inflacionista o formación de burbujas especulativas en activos financieros e inmobiliarios. Por eso es necesario reducir el exceso de liquidez que reina actualmente en el sistema. Zapatero no debe inmiscuirse en esta tarea bajo ningún pretexto y otros gobiernos tampoco.