martes, 17 de marzo de 2009

Reportaje-Denuncia: Campos de golf hasta en la sopa


A. Sabrido
Hace tiempo que entre nosotros se ha instalado un moda venida de tierras donde un verde césped es algo natural y no precisa millones de litros anuales de agua para mantener su frescura y lozanía. Nos referimos al golf, como sospechará el respetable lector. Lo malo es que en las resecas tierras españolas, el golf es como si alguien quisiese arraigar palmeras en el Polo.
Pues bien, esa moda como otras, ha contagiado a Escalona y a un buen número de los pueblos de esta zona (Novés, Fuensalida, etc.). Y lo peor es que los especialistas reconocen que muchos de quienes compran una casa al lado de un campo de golf, ni siquiera se interesan por la práctica de ese deporte.
Forman parte de las legiones de ciudadanos que han creído el mensaje de promotores inmobiliarios, constructores, negociantes y otros voraces especímenes , capaces de convencerles de que comprar en un campo de golf o en su cercanía es una inversión de la máxima rentabilidad.
Son ahora muchos los que descubren con pesar que todo ello formaba parte de ese tinglado al que se ha venido a denominar la burbuja inmobiliaria, que es en el fondo un modo amable de llamar a la disparatada fiebre que ha contribuido a sumir a nuestro país en lo más profundo de la crisis financiera.
Con todo, no faltan quienes consideren que esa crisis puede servir para echar por tierra la frenética carrera para ver quien construye más, y en particular quien pone en el mercado más promociones que incluyan las verdes praderas en las que andar dando con el palito a la bola.

De coto a “green”
La codicia animada por la moda del golf, a la que se han sumado en cuerpo y alma bastantes políticos de todas las tendencias, había inducido a un buen número de propietarios de cotos de caza a dejar aparte la actividad cinegética, para vender sus tierras a los constructores de campos de golf.
Algunos estudiosos de esa nueva sociología del “golfer” han venido a escribir que esa actividad deportiva se estaba convirtiendo en una alternativa a las jornadas de caza con las que se distinguía del resto de los mortales eso que hemos dado en llamar el “ejecutivo agresivo”. Y además, pese a no ser barata, parecía más económica que el arte cinegético de cierto nivel.
Había y quizás siga habiendo mucho de prurito elitista entre quienes desean distinguirse del común de los mortales en sus aficiones de aire libre. Y, conscientes de ello, los ávidos promotores habían comenzado a poner campos de golf hasta en la sopa.
A Escalona el golf llegó de la mano de un grupo de empresarios catalanes dispuestos a vender 650 viviendas en medio de una dehesa de encinas centenarias, a medio camino de la Villa y de la cercana Paredes. La complicidad de los munícipes de las dos localidades es más que sospechosa para que ese proyecto siguiese adelante. La rumorología de Escalona habla y no para sobre tales complicidades.
En todo caso, nadie pareció pararse a pensar en el indudable efecto de saqueo de un ya esquilmado río Alberche, al que se propinaba un severo golpe. Porque ¿si no había necesidad, para qué se construyo una prolongada tubería hasta la urbanización-campo de golf? ¿Y a quién preocupó que las máquinas de la constructora catalana se liasen la manta a la cabeza y empezasen a arrancar las centenarias encinas para solaz de los señoritos de turno? ¿O qué las excavadoras alterasen severamente el paraje paisajístico? ¿Quién, en Escalona o Paredes, alzó la voz contra tales desmanes?

Otros megaproyectos

La promotora simultaneaba su “proeza” en Escalona con sendos proyectos en Lorca (Murcia) y Guadix (Granada). En ambos casos se trataba de megaproyectos inmobiliarios ligados a otros tantos campos de golf.
Dice un informe de Greenpeace que una pradera de 18 hoyos gasta 750.000 metros cúbicos de agua al año. La federación de golf, que al fin y al cabo es parte interesada, dice que sólo se emplea la mitad. Pero Eduardo Cuenca, parlamentario de Izquierda Unida, aseguraba que los 28 campos que existen en la Comunidad de Madrid consumen la misma agua que una ciudad de 200.000 habitantes.
En Escalona, el campo-urbanización estaba concebido para 9 hoyos. Un cálculo simple indica que consumiría unos 325.000 metros cúbicos de agua al año, según las cuentas de Greenpeace, o de 150.000, según la federación de golf. Ninguna de las dos cifras parece precisamente de broma.
Cuenca se quejaba de que ni siquiera puede considerarse a los campos de golf como actividad ecológica, pese al verdor que les caracteriza. Y ello, alegaba, porque con frecuencia el impacto ambiental es más negativo que positivo (por ejemplo en lo que se refiere a las centenarias encinas de la dehesa escalonera), y porque alteran áreas naturales y vías pecuarias.
Pues bien, en el caso de Escalona se cumplen tales premisas. Quizás por esa causa, en 2007 la organización Ecologistas en Acción decidió denunciar ante la Consejería de Medio Ambiente y Desarrollo Rural de Castilla-La Mancha a la promotora. El motivo fue la realización de desmontes y vertidos de tierra y escombros en una zona forestal colindante con las obras de la urbanización.
La zona forestal afectada, justificaba la organización ambientalista, es un bosque de encinas de gran porte y catalogable como suelo no urbanizable de protección especial. Y recordaba que pertenece al término municipal de Paredes de Escalona y está sufriendo las consecuencias del paso de maquinaria y el desmonte de la vegetación herbácea y arbustiva. Asimismo el trasiego de maquinaria amenaza con afectar por golpes y acumulación de polvo al arbolado más desarrollado, sostenían.
Por esa causa, Ecologistas en Acción solicitó a través de la Delegación de Medio Ambiente que se incoasen los expedientes sancionadores oportunos y se restaurase el daño causado, pues las actuaciones fuera de la zona de obras de la propia urbanización y del término de Escalona no estaban autorizadas y afectaban al bosque de encinas.
Ecologistas en Acción consideró del todo rechazable y criticable que se estuviese construyendo una urbanización y un campo de golf sobre una zona que según la Ley del Suelo vigente en Castilla-La Mancha debiera estar catalogada como de protección especial. Y opinaba que era más criticable aun que la empresa urbanizadora usase como reclamo publicitario un entorno natural que se permitía destrozar con sus actuaciones.
Casi dos años después, las obras parecen paradas, no se sabe si por la denuncia o por los efectos de la crisis. Pero nadie ha movido un dedo para que se corrija el mal hecho. Tampoco ha habido demasiada conciencia ciudadana. Sólo unos pocos alzaron la voz, pero como quien clama en el desierto.