viernes, 20 de marzo de 2009

Reportaje-Naturaleza

La escopeta nacional

Juan Manuel
A Mariano Fernández Bermejo dejarse retratar rodeado de ciervos abatidos de espectaculares cornamentas le ha costado nada menos que el Ministerio de Justicia en el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero, contra lo que pudiera pensarse, esa imagen que trae a la memoria la película de Luis G. Berlanga, La Escopeta Nacional, está mucho más presente en la España del siglo XXI de lo que podría suponerse.
Como el dimitido Bermejo y su compañero de montería, el juez Baltasar Garzón, hay en nuestro país un millón de cazadores. Hombres, la inmensa mayoría, que gastan entre 3.000 y 40.000 euros por temporada en lances cinegéticos.
En un país eminentemente rural hasta hace menos de cuatro décadas, la pasión por el campo y la caza podrían interpretarse como la supervivencia de un instinto atávico.
Una pasión antigua que une a reyes y aristócratas con políticos, magistrados, periodistas, artistas, toreros, empleados de correos y funcionarios de todo tipo. De Alfonso X El Sabio, a Juan Carlos I, de Azaña y Largo Caballero, a Álvarez Cascos, Felipe González, Garaikoetxea o el propio Bermejo. De Cayo Lara a los Albertos, Juan Abelló, y Samuel Flórez; del ex torero Espartaco, al futbolista Raúl, del cantante Patxi Andino, al periodista Carles Francino.
Porque, conviene recordarlo, España es hoy, más que nunca, un inmenso coto de caza. Un lugar donde se celebran al año cientos de miles de cacerías, en los casi 32.000 cotos que aloja este paraíso de bosques mediterráneos, humedales, llanuras cultivadas donde se crían las perdices de pata roja, conejos y liebres. Un lugar que atrae a cazadores de todo el mundo. Legiones de italianos, a Baleares, americanos o franceses, a las dehesas extremeñas. Gente que viene con paquetes turísticos completos, y quiere volverse a casa con trofeos. Y Toledo posee una parte importante de esos cotos.
"Somos un emporio de la caza, y el segundo país exportador de turistas cinegéticos, después de América" dice Andrés Gutiérrez Lara, presidente de la Real Federación Española de Caza (RFEC), que agrupa al 70% de los cazadores. Una cifra de socios sólo superada por los federados al fútbol. Rodríguez Lara recibe en el salón de reuniones de la sede madrileña de la entidad, decorado con trofeos. Cabezas de ciervos de varias puntas o de muflones. Muchos, cazados por él mismo.
Como la mayoría de los cazadores entrevistados para este reportaje, Gutiérrez Lara, pese a los alardes de amabilidad, parece un poco en guardia. Empieza defendiendo la importancia económica de un sector "que genera unos 5.000 millones de euros al año", y por lo menos 15.000 puestos de trabajo en el campo. Y eso no es nada para lo que podría dar, si se hicieran las cosas bien.
Si la caza no estuviera mal vista y los cazadores no tuvieran que soportar el sambenito de ser los malos de la película. No hay cuento infantil en el que el cazador, escondido siempre con la escopeta cargada, no sea el villano por antonomasia. Eso hace mucho daño, cree Israel Hernández, director de Jara y Sedal, una de las revistas más importantes del sector. "Si pudiera devolver la vida a los animales que cazo, lo haría; a mí lo que me gusta es la caza, el contacto con la naturaleza", dice.
Y esa mala fama, ¿por qué? "No hemos sabido cuidar nuestra imagen", dice Luis Fernando Villanueva, presidente de la patronal que aglutina a los propietarios y gestores de cotos de caza (Aproca), en Castilla-La Mancha. "Pervive la imagen de Los santos inocentes y La escopeta nacional. Y es una pena, porque la actividad agraria va a menos y el futuro de nuestros pueblos está en la caza". Villanueva y la asociación que representa, tienen montones de ideas para sacarle más partido a la caza. Empezando por darle un aire menos agresivo.
Para empezar, Aproca se denomina ahora Asociación de Propietarios Rurales para la Gestión Cinegética y la Conservación del Medio Ambiente. Gestionar aquí, según el propio Villanueva, es cuidar adecuadamente un coto de caza, procurar forraje y comida a los animales que viven en él, ocuparse de desbrozar el monte, de limpiarlo, de cuidarlo. "Todo eso es muy caro". Y la única manera de que el coto se gestione bien, es que sea rentable. ¿Cómo? Consiguiendo cazadores a espuertas. De eso se ocupan las empresas llamadas orgánicas, porque organizan cacerías de caza menor y de caza mayor. Se ocupan de vender los puestos en el ojeo de perdices, o precintos para la caza del corzo al rececho, o puestos para monterías.
Cuantas más posibilidades de abatir una presa, más dinero cuesta el evento cinegético. Pero, ¿y toda esa historia del cazador implicado en la naturaleza, amante de la flora y la fauna, garante de la biodiversidad? "La caza es un negocio artificial hoy. Con un impacto ambiental negativo mucho mayor que el de hace un par de décadas", opina Theo Oberhuber, de Ecologistas en Acción. Una afición y un negocio condenadas a vivir con mala imagen. "Éticamente es inaceptable matar animales por gusto".
Matar es una palabra que se utiliza poco entre cazadores. Se habla de "lances", de abatir una presa, de cazarla, pero se huye de la crudeza verbal, tanto como de la crudeza de las imágenes. Lo sabe bien Juan Delibes, director del canal de Digital + Caza y Pesca. "Cada vez hay que editar más los vídeos de caza, para que no hieran la sensibilidad de la gente". Delibes es un apasionado de la caza a la manera que describía José Ortega y Gasset. "Decía 'la caza debe ser escasa e impredecible". Pero reconoce que hay otra doctrina de la caza, "la que funciona a golpe de talonario".
La doctrina de los que quieren resultados rápidos, y pagan cantidades astronómicas por participar en monterías con trofeos asegurados. Un espíritu que choca de plano con la definición que hace de la caza el Consejo de Europa, recomendándola como medio de conservar la biodiversidad.