jueves, 26 de marzo de 2009

Editorial

Quejas con razón y gastos sin ella

El Correo
Han llegado hasta la Redacción de El Correo algunas quejas ciudadanas y una parte de ellas ha merecido nuestro interés, puesto que lo que plantean no es ni descabellado, ni ilusorio, ni mucho menos carente de razones. Lo que se plantea con argumentos merece siempre ser escuchado, pero no parece que sea eso lo que ocurre en el caso del Ayuntamiento. O quizá mejor decir de quienes lo rigen.
Unos se quejan de falta de usos democráticos en una serie de actos de gobierno o decisiones públicas. Por ejemplo, de la opacidad de ciertas contrataciones, con cierto aroma sectario o de ese amiguismo que tanto criticamos en tiempos de la dictadura y que parece querer regresar de donde nunca debió salir.
Acaso los gobernantes, y muy en especial los de las administraciones públicas –mucho más cercanas a los gobernados-, debieran ser modelo de transparencia. Sobre todo en tiempos de crisis como los que vivimos, cuando los apuros visitan a muchos hogares, sean o no de la cuerda política de quienes rigen los destinos de la comunidad. Resulta muy útil recordar en estos casos lo de la mujer del César y la virtud.
Hacer distingos en ese tipo de cuestiones suele traer malas consecuencias. Abona el terreno para odios, enemistades y posteriores revanchas. Es en estos tiempos difíciles cuando el gobernante debe escuchar, atender, consolar y desde luego ayudar a cualquiera, sin mirar el carnet de partido que guarda en su cartera, a quién confió su voto en las últimas elecciones, su lugar de nacimiento o cualquier otro hecho de esa especie. Y eso, a tenor de las quejas recibidas, puede que no se esté teniendo en cuenta entre nosotros. O no suficientemente.
Es posible que esa sea la razón verdadera de las defecciones en el equipo de gobierno municipal. Quizá merezca este pueblo una explicación coherente, sincera y convincente en esas materias. Lo contrario diría poco de los munícipes y de su compromiso democrático.
Recuerden todos que la democracia no es sólo votar cada cuatro años. Es mucho más. Es el compromiso de cumplir y hacer cumplir la ley, es respetar a las minorías y es la búsqueda del bien de la comunidad y no sólo de una fracción de ésta.
También nos llega la preocupación de otros ciudadanos sobre cómo se gastan los muchos miles de euros otorgados (585.293, si están en lo cierto nuestras fuentes) para paliar los efectos del paro. No son pocos los que se declaran perplejos de que parezcan realizarse obras donde menos eran precisas. ¿Ha pensado alguien, del Alcalde abajo, que acaso estén lo cierto?
Decía con ironía un convecino que pudiera parecer que nuestros alegres ediles se hubiesen planteado un día la necesidad de hacer una lista de los sitios del pueblo que requieren mejoras, y otra con los que no las precisan o pueden aguantar algún tiempo sin ellas. Y añadía que podría parecer también que uno de ellos equivocó las listas a la hora de encomendar las obras, puesto que son muchos quienes estiman que lo que vemos construir, ni urge, ni hace falta, ni nada parecido. Parece que esas quejas pueden tener razón y los gastos carecer de ella.
No hace falta ser una lumbrera para notar que hay en el pueblo -y si el Alcalde y su equipo no lo ven quizás sea debido a que no transitan suficiente por la Villa y sus aledaños-, lugares verdaderamente necesitados de una “manita”.
Sin ir más lejos la Plaza de Santa María, donde tiene su sede desde hace algún tiempo la propia Alcaldía. Transitar a pie por esa plaza, sobre todo las personas de cierta edad, es exponerse a un tropezón o una caída de penosas consecuencias. Pero hacerlo en coche es como subirse al tiovivo, la montaña rusa y la noria al mismo tiempo.
Sin embargo, nadie parece haberse acordado de esos arreglos y en esa zona del pueblo no asistimos más que a la adecuación de un espacio del Depósito de elevación de aguas para que se guarden vehículos de la Policía Municipal y a la conversión de las antiguas cocinas de las Escuelas en cuartel de esa misma fuerza de orden y futuro Archivo Municipal.
La seguridad y comodidad de los vecinos no va a ser mejor después de gastar la friolera de casi 100 millones de las antiguas pesetas en arreglos. Será difícil convencernos de lo contrario.
¿Es posible justificar que sea más necesario pavimentar dos espacios de la carretera como miradores y una zona más amplia bajo el Castillo, que seguramente se destinará a aparcamiento de vehículos y contribuirá de ese modo a afear más, si cabe, las ruinas de un histórico inmueble que hace una eternidad debía ser de nuevo, por una vía u otra, propiedad de Escalona?
De la misma manera, sorprende e indigna a muchos de nuestros comunicantes la decisión de unos munícipes que, a su juicio, están enterrando esfuerzo y dinero en “poner más bonito” el descampado que hay en el arranque de la carretera de Aldeaencabo, junto a la Cooperativa, mientras que son muy numerosas las calles mal arregladas y pésimamente iluminadas –algunas en peores condiciones que muchos caminos vecinales-.
Amén de que alguien podría acordarse alguna vez del soterramiento de los innumerables cables que afean la apariencia de nuestra Villa.
¿Se ha dado una vuelta alguno de los concejales del Ilustrísimo Ayuntamiento de Escalona por calles como la de Fernando Soldevilla, también muy próxima a la Alcaldía, que cuando llueve se convierte en barrucial, por mor de unas obras inacabadas cuya continuación no debería afectar al asfaltado si éste se repara?
Quienes conocieron la Escalona de otros tiempos, antes de que se asfaltasen las calles, recuerdan aún que, en su deficiencia, resultaban más transitables que la que hemos mencionado, porque en ese tiempo se fijaban los suelos con cantos y de esa manera el agua de lluvia corría entre ellos y no formaba fango.
Igualmente, no pueden por menos que preocupar los planes de asfaltado de una vereda del río, como paseo peatonal en la margen derecha del río. Esa idea no sería mala del todo, si antes se hubiesen arreglado a conciencia las calles del pueblo y, sobre todo, si esa obra pública que va a absorber casi un tercio del dinero otorgado por el gobierno no desprendiese un terrible tufo a especulación urbanística de los terrenos situados en la antigua Tenería, de los que como paso previo a algún nuevo crimen paisajístico y de medio ambiente, se ha arrancado un bosquecillo de eucaliptos.
¿No hubiera sido mejor (y acaso más transparente), simpáticos munícipes, acordarse de urbanizar en esa fiebre constructora algunas zonas de la periferia, por ejemplo ciertas urbanizaciones? Si esas gentes pagan impuestos, y estamos seguros de que la mayoría lo hacen, deben recibir el mismo trato que los vecinos del casco urbano. Y eso no sólo interesa al asfaltado. También debe ser extensivo a la protección de su seguridad por las fuerzas policiales de la Villa y a cuantas necesidades razonables manifiesten.
Cunden rumores, igualmente, sobre un plan para aprovechar el forrado de piedra de la cerca de la Plaza –también de dudosa urgencia- a fin de liquidar el actual Quiosco de la Música. Esa idea no estaría mal si incluye la edificación de otro quiosco más bonito y sobre todo, de un programa de conciertos públicos dominicales de la Banda para la población. Pero la eliminación sin más no deja de parecer una majadería. O algo peor si no se revela qué ocupará el lugar del Quiosco.
Hay una extendida idea, entre muchos vecinos, de que en el Ayuntamiento se ha instalado la filosofía del “aquí mando yo” o, dicho de otro modo, de un cierto despotismo ilustrado. Es decir, de aquel estilo de gobierno en el que ciertos reyes no se cortaban al proclamar que todo lo hacían para el pueblo, pero sin contar con el pueblo. Es ese un mal estilo. Los gobernantes deben escuchar a menudo a los gobernados, incluidos entre estos los representantes de la oposición.
A veces, señores munícipes, quienes no piensan como ustedes también son capaces de tener ideas brillantes. Y éstas no deben ser despreciadas por venir de quien no comparte credo con ustedes. Aceptar las buenas ideas ajenas no hace a nadie más débil. Sólo más flexible.
De ese modo –atendiendo a los otros-, la política, la “rex pública”, no se convierte en bandería o en clientelismo. Pero claro, hay que tener una muy sólida formación en los asuntos públicos para no dejarse arrastrar al “lado oscuro de la fuerza”. Y esa circunstancia no parece hoy muy clara. Los ciudadanos van tomando conciencia de ello. Parece que forma parte de un estilo de gobernar.