jueves, 28 de mayo de 2009

Editorial

Tiempo de elecciones, tiempo de inauguraciones

Es tiempo de inauguraciones. El filo de las tijeras para cortar cintas está afilado hace semanas. Y los altavoces para hacer grandes anuncios de obras públicas han sido preparados debidamente. Van a ver cómo se tapan agujeros en las calles y cómo se colocan nuevas bombillas en las farolas. La inminencia de las elecciones, sean europeas, autonómicas, locales o generales, trae aparejadas estas cosas.
Hoy le toca el turno a unos tramos de autovía, como habrán leído en El Correo. Seguramente podrían haber estado a disposición del usuario hace muchos días. Pero la oportunidad que se brinda a los próceres de turno no se puede desperdiciar, sobre todo cuando tenemos tan cerca una cita en las urnas. Hay que salir en fotos y en la tele, dónde y cómo sea.

Los políticos se van a multiplicar en actos de todo género de aquí al 7 de junio. No sólo en mítines. Los vamos a tener hasta en la sopa. Comparen, si les apetece, el ritmo frenético de estos días, con el que viviremos después de esa fecha. Van a ver cómo el día 8 entramos en una especie de calma chicha hasta las vacaciones veraniegas. Y verán también cómo se calman los ánimos en la pelea entre partidos. O como mínimo se van a atenuar.
¿Tienen duda de que incluso aquí, en nuestro vecindario, vamos a asistir a alguna inauguración o a algún comienzo de obras? Por ahí hay unos balconcillos en determinada carretera que parecen estar esperando para decir: ¡Inaugúrame!
¡Ah! Y no se olviden de estar atentos a las promesas que se harán por uno y otro lado para los menos favorecidos. Para las pensiones, para los parados, para los inmigrantes… Veremos luego cuantas se cumplen.
El arte de hacer promesas tiene muchos practicantes. Muchos más que el de los que son cumplidores. Es así en todos los aspectos de la vida. En estas semanas que se dedican a la captación del voto, se ofrece el oro y el moro. Luego, la cruda realidad es bien distinta y siempre hay una excusa oportuna para incumplir lo ofrecido. Y si no la hay, se inventa.
Ya deberíamos estar habituados, pero los ciudadanos comunes somos tan inocentes que seguimos cayendo en la misma trampa. Somos como las moscas en aquellas antiguas tiras colgantes de hace años. Siempre acabamos atrapadas.
Del mismo modo que picamos, nos conformamos con un No al ir a demandar algo que pensamos que es justo, en vez de recurrir a los peldaños superiores de la cadena de mando. Porque a veces, a esos pisos de arriba no llegan las quejas de los ciudadanos. Ya se encargan de poner la sordina los de abajo. Como es también en esos niveles donde se enmascaran algunas corruptelas. Y luego, cuando alguien tira de la manta, ¡Todos sorprendidos!
Por cierto, este es también tiempo de destapar escándalos o irregularidades. Porque es otro modo de quitarle sufragios al rival. Aunque luego los antagonistas de los dos bandos se vayan de copas a celebrarlo.

Todas estas prácticas parecen una caricatura, pero en realidad son un retrato. El retrato de nuestra sociedad, que lamentablemente no tiene mucha tradición democrática (hemos pasado más tiempo en nuestra historia privados de ella, que gozándola). Por eso, las malas artes las practican hasta los que se llenan la boca hablando de libertad. Y por eso se presentan como padrecitos que nos sacarán las castañas del fuego, siempre y cuando dejemos sus manos libres.
¡A ver! ¿Cuántos de ustedes saben en verdad qué se vota el 7 de junio? ¿Por qué hay que votar a éste o aquel o qué nos jugamos en Europa? ¡Ah! ¿Qué no lo saben? ¡Pues a preguntar y enterarse! ¡Y qué no les tomen el pelo!