domingo, 24 de mayo de 2009

Editorial

Apatía ciudadana ante Europa

No somos los más indicados los españoles, que nos hemos beneficiado de grandes sumas de dinero para mejorar nuestro desarrollo, para quejarnos de Europa. Y no obstante, tenemos el mismo grado de apatía que otros nacionales de los Estados socios que acaso pudieran tener mayores razones para ese alejamiento mental del hecho europeo. La culpa –no nos engañemos- es de nuestra clase política. De la A, a la Z, de Zapatero, todos están consiguiendo que los españoles sintamos nulo o escaso interés ante la cita en las urnas que tenemos dentro de quince días con Europa. Así pues, por más que anden quejosos de la abstención que se pronostica, son ellos, los políticos, y nadie más que ellos, quienes han labrado el terreno para que las cosas sean así.
Deberían pararse, incluso en el fragor de la batalla electoral, para meditar sobre este asunto, porque es bien cierto que hay mucho en juego, mucho más de lo que ellos con su acción demuestran. Y en vez de andar enzarzados en discusiones sobre el sexo de los ángeles –que como todo el mundo sabe es neutro-, debieran debatir con seriedad los temas europeos.
No hay más que dejarse caer por dos o tres mítines en estos días para comprobar que, lo que es una cuestión de máximo interés nacional –Europa- lo convierten nuestros dirigentes en un asunto en clave interna y hasta cuesta escuchar el nombre de la Unión o el de Europa en su oratoria.
¿Qué es lo que pasa? ¡Simple! No pierden la ocasión de seguir tirándose los trastos sin pensar en el bien común y hasta por cuestiones pedestres. Con ello, con esa actitud sin sentido, aumentan el peligro de que los aburridos ciudadanos usen la abstención como modo democrático de protesta.
Lo cierto es que andan todos empeñados en leer estos comicios en clave de termómetro nacional. Y no debiera ser así. Cada marco es diferente y por encima de todos, el de unas elecciones al Parlamento Europeo. Luego vendrán las lamentaciones, pero entonces será tarde.
Está claro que a Mariano Rajoy le resulta difícil olvidar que las Europeas pueden servir para ratificar el avance del PP que quedó patente en las Gallegas, y a Zapatero comprobar si la crisis que no quería ver venir sigue minando los cimientos de su endeble edificio. Eso es, al fin y al cabo, lo que se juegan en esta partida los dos. O lo que ellos y sus corifeos piensan.
Por eso asistimos estos días a un áspero cruce de acusaciones –incluso de insultos- entre políticos que, en privado, se profesan simpatía. Esas son las miserias de la vida política partidista. Cualquier ocasión es buena para zumbarse si con eso se piensa que se arañan votos.
Hasta la misteriosa exposición al contagio de gripe de un cuartel cercano a Madrid. Sobre todo, porque oculta la injustificable “desaparición” durante algunas horas de aquella que dicen que está llamada a ser la “delfina” de Zapatero, es decir, la titular de Defensa, Carmen Chacón.
Pero en el fondo, lo que tratan de disimular también los que capitanean nuestra vida política es su profunda y contumaz ignorancia de lo que es Europa y de lo que la representación en el Parlamento Europeo supone.
Y fíjense bien, lo más llamativo del caso es que, esos que ahora se lanzan todo lo que encuentran a sus respectivas cabezas, dentro de unos meses deberán unir con frecuencia en el Parlamento Europeo sus votos en pro de sus países. Incluso, en algo tan rigurosamente actual como el debate de las medidas a concertar para sustraernos a los efectos más perniciosos de la crisis. O lo que es igual, a defender el interés de sus conciudadanos.
En Europa es uno de esos ámbitos donde lo nacional con frecuencia deja en la cuneta a lo propio de cada ideología. La historia europea está plagada de ejemplos de lo que les decimos desde su fundación. Hasta el nacimiento del ideal europeo estuvo acompañado de la renuncia a lo partidista de grandes estadistas de distintos partidos: Schumnan, Adenauer, De Gasperi…
Verán un ejemplo. La Comisión Europea está encabezada desde hace varios años por un político de corte conservador, José Manuel Durao Barroso, que además no se ha distinguido en este tiempo por su eficacia y su talla. Es, sencillamente un mediocre aupado a esa responsabilidad por las matemáticas parlamentarias y por los apoyos nacionales.
Pero, hete ahí que, al tratarse de un portugués, es decir un nacional de nuestro vecino más próximo, el gobierno socialista de Madrid le sustenta con el mismo ahínco que los que gobiernan en Lisboa. Las políticas nacionales, como se ve, priman sobre las ideológicas, por más que digan lo contrario. Hasta para elegir al titular del órgano supranacional de la Unión.
¿A qué vienen entonces unos y otros a contarnos cuentos chinos de que en Europa juegan en una liga diferente?
Pero es que hay más. Los ciudadanos, a quienes no ayudan a sentirnos europeos por más que estemos deseando que lo hagan, lo que esperamos es que nuestros eurodiputados, sean del signo que sean, se entiendan en Estrasburgo para bien de nuestro país. Lo demás son monsergas. Y lo que a ellos corresponde es hacer el esfuerzo.
Como hemos escrito con reiteración últimamente, en la política española vivimos, desde el nivel nacional al municipal, pasando por los regionales, una situación de catástrofe de grandes dimensiones debido a la recesión. Y en lugar de ver a nuestros políticos sentados y arremangados para hacerle frente, les vemos tirarse los trastos sin hacer gran cosa. Y nos preguntamos: ¿Tanto cuesta ver cómo se ponen de acuerdo en algo?
¿No es cierto que tras la muerte de Franco la situación era harto más complicada? ¿Y no lo es, igualmente, que entonces los políticos de casi todos los pelajes buscaron y alcanzaron los acuerdos fundamentales para asentar la democracia? ¿Y por qué no hacen otro tanto ahora?
Sólo se nos ocurre una razón: los partidos han evolucionado hacia algo peor. Perdieron muchas de sus señas de identidad y se convirtieron en maquinarias de y para el poder. Los idearios quedaron en segundo plano. Y, claro está, sin ideales, la nave del Estado es como un barco con el timón averiado que está a merced del oleaje. O del oportunismo, o de la corrupción o de todas esas prácticas que han crecido cerca de nosotros como las setas.
Por eso, desde El Correo, sin pedir el voto para ninguna de las opciones, comprendemos el malestar del electorado que conduce a la apatía y la abstención.