viernes, 22 de mayo de 2009

Editorial

Lo mal hecho, mal resulta

La democracia española acaba de sufrir una severa derrota. Y así ha sido, porque lo que mal se hace, mal resulta. El Tribunal Constitucional ha enmendado la plana al Supremo a propósito de la lista para las elecciones europeas que parece representar los intereses de los terroristas de ETA. Y ahora no cabe más que respetar la sentencia y esperar que los ciudadanos den muestras de sapiencia y marginen a esa gente.
Pero la culpa no es de los magistrados del Constitucional, sino de quienes han argumentado con poco tino las razones para mantener en la ilegalidad a los supuestos amigos de los violentos. Lo que políticos y fiscales no han sabido hacer, le tocará ahora resolverlo a los ciudadanos. Como de costumbre.
Si hubiesen hecho bien su trabajo quienes debían haber encontrado indicios claros del parentesco entre los de esa lista y los que matan, secuestran y extorsionan, no estaríamos ahora en la tesitura de tener que asistir a la pública difusión de sus mensajes, incluso a través de los medios de comunicación. Y si las sospechas eran tenues, entonces no se precisaba emprender esta travesía.
Hace años que desde distintos estamentos no se hacen los deberes. Sin ir más lejos, en aras del negocio, a esos periodicuchos que sustentan al terrorismo y le sirven de altavoz, les siguen vendiendo las noticias los medios de titularidad pública y privada. No les importa más que hacer caja. Y “los malos”, es decir los acólitos del matonismo, hasta se sirven de esas noticias para querellarse con las gentes de bien.
En países de indudable carácter democrático, como Alemania, Estados Unidos o nuestra vecina Francia, esas cosas las tienen claras. A los terroristas, ni agua. Pero aquí, donde esa gentuza caza como a conejos a pacíficos ciudadanos, no solo beben; algunos hasta se llevan a la novia a retozar al hospital en el que les miman en plena huelga de hambre. Ser preso, por más muertes que se tengan a la espalda, no resulta tan duro en esas circunstancias.
Ahora quien más debería hacer examen de conciencia son los legisladores, esos orondos diputados y senadores que se pasan las tardes poniéndose de vuelta y media en las Cortes, y se olvidan de mejorar las leyes para que los ciudadanos se sientan más protegidos frente a la violencia o al menos noten que a los amigos de quienes matan no les dejamos jugar en nuestra liga.
En vez de eso, siguen jugando al cainismo y a las batallas verbales, como quien juega a los barquitos: “A 4… Agua”. O dejándose regalar cohechos a cambio de licencias y otras gracias. Y así nos va el pelo al resto.
Además, en la medida que en los partidos se ha evaporado el sentido autocrítico, la cosa no parece que vaya a mejorar. Lo que importa es tener el poder, tocarlo y seguirlo tocando. Aunque no se sepa qué hacer con ese mismo poder. Las ideas andan por ahí, regadas por el suelo y pisoteadas. Y sobre todo los ideales, como los que todos deberían compartir para poner a los violentos dónde se merecen. Pero se pasa mejor jugando a los barquitos y pidiendo a los ciudadanos el voto. Aunque sea para no hacer gran cosa por ellos
¡Y luego se extrañan del aumento de la abstención!