lunes, 16 de marzo de 2009

OPINIÓN: A vueltas con la crisis


C. de Paz

Nadie quiso verla en el horizonte, pese a que su sombra era tenebrosa y de grandes dimensiones. Llamaron agoreros a quienes pronosticaron que no era una desaceleración cualquiera. Decían, con arrogancia, que España estaba mejor preparada que nadie y que lo malo no nos alcanzaría…
¡Ya ven! Está aquí, entre nosotros y parece que decidida a quedarse mucho tiempo. Sobre todo porque nadie parece tener las ideas y el coraje precisos para hacerle frente como es debido. La crisis ha pasado a ser recesión, un estadio superior, y comienza a ser mucho más grave en regiones como Castilla-L a Mancha o Extremadura, donde ya se notan los efectos de la deflación, es decir, de la parálisis total.
La cosa no sería tan grave si sólo afectase a las grandes fortunas, a las multinacionales o a las grandes compañías financieras (léase la banca). Pero sí que es verdaderamente serio porque se está manifestando con total crudeza en el empleo. El paro crece y crece en una espiral suicida que nadie parece saber detener. Desde luego, en nuestro país no parece haber nadie.
Esta es, como han dicho algunos, la recesión provocada por la codicia. Una codicia generalizada, en la que el mundo se lanzó a la vorágine de querer tener más y más, sin pensar que hay muchos que carecen de todo, incluso de lo más mínimo. Codicia es que lo demostraron los banqueros del planeta (y naturalmente los nuestros) y codicia era lo que lanzó a tantos y tantos aventureros a construir y construir sin freno.
Era evidente que el ladrillo estaba sobredimensionado, o como se dice ahora, vivía en una burbuja. Pero más bien, como comprobamos ahora, era una pompa de jabón por su fragilidad. Tenemos ahora más de millón y medio de viviendas construidas en toda España, muchas de las cuales jamás se ocuparán, entre otras razones porque no eran necesarias y no hay dinero para comprarlas.
Y los promotores siguen erre que erre reclamando dinero de todos para salir ellos solos del pozo en el que se metieron. Lo grave de todo este asunto es que con el dinero de nuestros impuestos se pretende que saquemos las castañas del fuego de quienes abusaron de nosotros con precios de viviendas de carácter sideral.
En ese ambiente viciado, muchos munícipes a través de España se dejaron tentar por el oropel de lo que creían que era el desarrollo. Y algunos de ellos fueron más allá y se dejaron arrastrar a las simas de eso que llamamos corrupción. Fueron esos, de todos los colores sin exclusión, los que recalificaron terrenos y permitieron que toneladas de hormigón enterrasen costas, campos de labor y hasta huertas. Se creyeron impunes en medio de una política que hace tiempo perdió su carácter más noble para pasar a ser, simplemente, el arte de conservar el poder a cualquier precio.
Ahora, todos ellos, nuestros queridos políticos cada vez más profesionalizados y adocenados, no saben sacarnos de este embrollo. Tiran salvas a diestro y siniestro como cazadores ciegos, pero no consiguen abatir a esa alimaña que consume nuestros recursos y envía al paro a miles y miles de padres y madres de familia.
Y esa debe ser ahora la prioridad: detener la destrucción de empleo y crear nuevo puestos de trabajo para tantos y tantos como los necesitan. Se precisan políticas ágiles e ingeniosas para que al Ministerio de Empleo dejemos de llamarlo Ministerio del Paro. Se precisan medidas valientes. Muy valientes.
Y naturalmente esas políticas no pasan por entregar a la avidez de los empresarios la codiciada golosina del despido barato. ¡Faltaría más! Si se hiciese algo así estaría más que justificado un levantamiento de los millones de empleados y desempleados en contra de quienes entregan sus cabezas como la del Bautista.
Además, es preciso comprender de una vez por todas que donde el Gobierno y las instituciones –incluidas los Ayuntamientos- deben concentrar esfuerzos es en la educación, tanto humanística como tecnológica. ¿Saben ustedes que hace mejor a Finlandia que España, pese a ser un país con clima atroz y con una población como la de Madrid? La capacidad de innovación tecnológica.
Pero claro, en aquel país frío y oscuro, los padres son los primeros en preocuparse de que sus hijos e hijas estudien, se formen, aprendan todo lo que puedan, respetando sus preferencias, pero orientándoles para que acumulen conocimiento. ¡Sí! Conocimientos, cuantos más mejor. Aquí en cambio, si el niño o la niña no quieren estudiar, tan contentos. Si se drogan con lo que sea, desde la litrona a la rayita, tan contentos… Y así nos va. Tenemos muchos camareros, muchos peones, dependientas, etc… Pero pocos científicos, creadores o emprendedores de talla internacional. Y los que tenemos son la excepción que confirma la fea regla.
Esa es la responsabilidad de nuestros gobernantes en esta hora en que aprieta nuestros pescuezos la crisis que no quería ver y que no saben resolver.