domingo, 17 de enero de 2010

Un poco de historia

A pan y agua
Por R. Gamazo
San Antón, por enero / puso corbata, / como no bebe vino, / no se la mancha». De la graciosa coplilla, sólo vale quedarse con la afirmación de que era abstemio el glorioso patrón de los animales. Imaginarlo con corbata es absurdo. Vestía tan miserablemente como comía. Por penitencia, se había condenado a pan, agua y sal, al atardecer tomaba la única ración del día.
No sé qué dirán los bromatólogos de tan extremada frugalidad, pero el caso es que el penitente abad vivió ciento cinco años, (250-356). Tal vez estaría como una pasita, pues pidió ser enterrado en oculto lugar; «ya me verán cuando resucite», arguyó, los cuerpos gloriosos están de mejor ver.
Advierte el refranero que con pan y vino se anda el camino. San Antonio decidió que el suyo le exigía pan y agua, así lo recorrió hasta la meta. Pocas biografías parecen tan contradictorias como las de algunos santos; incluso su vocación es sorprendente aunque en realidad signifique la lógica y valiente respuesta a una imperativa llamada superior.
Era Antonio un joven egipcio bien situado ante la vida, un día vende cuanto tiene, reparte el importe entre los pobres y se va al desierto; no lejos de Menfis, busca soledad, privaciones y reza cantando. Ha creado uno de los movimientos más interesantes en la Historia de la Iglesia: el monacato, un sugestivo estilo de vida monacal para los buscadores de la perfección.
«La Tebaida» se llena de imitadores del anacoreta Antonio; la riada de vocaciones coincide con, los años recios de la persecución del emperador Diocleciano. Pasada esta dura prueba, la iglesia africana vivió una de las etapas más boyantes del cristianismo que lamentablemente pasó; no se explican los historiadores el cómo y el porqué; pero algunos consideran el caso como un aviso para Europa.Hombre contradictorio, el abad Antonio, no sabe leer ni escribir, pero el Papa busca su consejo y los herejes le temen, su fama se extiende por la cristiandad y con la advocación de Antón es considerado uno de los santos más populares, especialmente en el mundo rural, como protector de animales. Al igual que San Isidro, con los nuevos tiempos ha perdido clientela; la mecanización del campo supuso la emigración de los hombres y la desaparición de los animales de labor. La fiesta de San Antón se ha quedado en el recuerdo, mejor, en la añoranza. En mi pueblo a pesar de ser día laboral, concitaba una asistencia numerosa ante la imagen del santo con el cochinillo faldero, instalada en el pórtico de la iglesia; el público, seguía con interés las «relaciones» de lo ocurrido desde el año anterior, que los muchachos recitábamos ufanos sobre la silla del caballo, o humildes sobre la albarda del jumento. Por lo común, las relaciones más tenían de poemas jocosos que de sátiras hirientes.Se resiste a morir definitivamente la fiesta del glorioso San Antón en los pueblos que se despueblan, mientras que meritorios esfuerzos procuran sostenerla en las ciudades donde creó y mantuvo tradiciones entrañables.
Por ejemplo, Madrid que es una ciudad orgullosa de sus orígenes rurales de los que nunca ha renegado. Hoy, en la iglesia de San Antón se repartirán los panecillos del santo y se bendecirán animalitos de compañía lujosamente adornados. Exigencias del tráfico ponen trabas a las tradicionales «vueltas» a caballo por la calle de Fuencarral; y desaparecieron para no volver las carreras de cochinos y coronación de su «Rey» en el Parque del Retiro.
También perdió sus privilegios el marrano de la cofradía de San Antón, dejó de ser libre como en Castilla se decía del caballo del guarda, para recorrer a sus anchas las calles de la capital del reino y engordaba gracias a los mimos de los madrileños. Cosas del progreso, en cambio, ahora el cerdo es sacrificado con métodos civilizados que le ahorran gruñidos.