jueves, 23 de abril de 2009

Cultura

Juan Marsé: Premio Cervantes a una voz comprometida de la posguerra catalana
Madrid.- Hace ya muchos años que el nombre de Juan Marsé (Barcelona, 1933) sonaba entre los de los finalistas del premio Cervantes. El autor de novelas como Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí o Rabos de lagartija, era el favorito de las quinielas desde hacía tiempo, pero ha sido en el certamen de 2008, compitiendo con autores de tanto peso como Ana María Matute, Javier Marías o Pepe Caballero Bonald, cuando el escritor catalán se ha llevado este galardón que hoy le entrega el Rey en Alcalá de Henares.
Y aunque la literatura no tenga nada que ver con los premios, como dijo el mismo Marsé al recibir la noticia el pasado noviembre, el suceso no deja de señalarle como lo que es: un escritor de culto, la voz más lúcida de la tenebrosa postguerra catalana.
Juan Faneca Roca, su nombre original, perdió a su madre nada más nacer, en el parto. Más tarde sería adoptado por el matrimonio Marsé, de los que tomaría el apellido. Aunque no fue un estudiante brillante, encontró su verdadera escuela en las plazas y callejuelas de los barrios de Gracia y el Guinardó, y fueron esos recuerdos los que luego pasarían a formar parte de su universo novelístico, un universo que escapa a cualquier etiqueta de manual.
Porque si bien suele decirse que sus novelas pertenecen al realismo social de los 50, tampoco podemos encajarle en esa categoría. Su voz narrativa es genuina y fruto de la experiencia de quien ha vivido. De formación autodidacta, antes de descubrir su vocación literaria trabajó en un taller de joyería. No fue hasta 1958 cuando salieron a la luz sus primeros relatos y sus primeras novelas llegarían poco después, Encerrados con un solo juguete, de 1960 y Esta cara de la luna (1962), que tratan acerca de las agrias consecuencias de la guerra civil en la juventud.
Con su incisiva prosa, disecciona esa sociedad moralmente degradada de la posguerra. Se adentra en la herida de esas dos Españas que llevamos a cuestas hasta el día de hoy e intenta rescatar de la amnesia a la memoria de los vencidos, pero no lo hace con dramatismos. Sus libros están lejos del lugar común de la autoflagelación y hay en ellos grandes dosis de ironía de la que el autor se sirve para transformar los episodios más sórdidos en algo llevadero.
En 1965 publica Últimas tardes con Teresa, su primera gran novela, que le vale el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral. En ella, demuestra Marsé su talento genuino de narrador, de retratista de esa Barcelona de la postguerra. Creaba en este libro a uno de sus más carismáticos personajes, el Pijoaparte, un simpático murciano que en su obsesión por escapar del destino de su clase de charnego, se hace amigo de Teresa, una encantadora burguesita con una estudiada moral liberal de niña bien. En el Pijoaparte, Marsé representa los sueños truncados de una escalada social que nunca llega a deshacerse de la maldición de aquella frase que dice –y sigue diciendo— que “siempre hubo clases”. Ha habido en su obra una predisposición a poner orden a un caos que es la realidad misma. Su escritura es deudora de una dimensión de compromiso con la infancia perdida, como vemos en una de sus novelas más radicales, Si te dicen que caí (1973), en la que se lleva a cabo una exacerbación de todos los rasgos narrativos de la novelística de Marsé. Es este un homenaje a los muchachos anónimos con los que Marsé compartió las cochambrosas calles de barrios que ya no existen en la actualidad.
Escribió esta novela pensando en él mismo, en su niñez y en su adolescencia y, por ello, es este su libro más íntimo, más personal; una poética despedida de una infancia que está muy lejos del tópico proustiano de los paraísos perdidos, una despedida a esos “hombres de hierro, forjados en tantas batallas, soñando como niños”. Pero su voz, áspera y directa en algunos momentos, sabe dejar lugar a una ternura sin concesiones y prueba de ello son algunos de sus últimos libros como El embrujo de Shanghai (1993), su maravilloso Rabos de Lagartija (2000) o Canciones de amor en Lolita’s Club (2005), donde mejor se ve su deuda con el cine. Todas estas grandes obras dan testimonio de este merecidísimo premio Cervantes 2008.