domingo, 26 de abril de 2009

Gente

La princesa Letizia dice que quiere vida privada
A. Sabrido
Madrid.- No hace muchos días, los Príncipes de Asturias recibieron a la directiva de la Asociación de Periodistas Gráficos Europeos (APGE), que preside Roberto Cerecedo y de la que forman parte 600 fotógrafos. Ante esos antiguos compañeros de profesión, la antigua periodista reivindicó su derecho a tener vida privada junto al Príncipe Felipe y sus dos hijas, las infantas Leonor y Sofía.
De ese modo contradecía la consorte del heredero de la Corona lo que ha sido tradición en la Familia Real: todos los actos de sus componentes tienen un carácter más o menos público. Y también se echaba encima más aún a quienes, como Jaime Peñafiel, cuestionan su idoneidad para ceñirse un día la Corona, aunque sea en el papel secundario.
Letizia admitió ante los periodistas gráficos que por su condición de miembro de la Familia Real es objetivo de los medios de comunicación, pero aun así insiste en preservar en privado parte de su vida junto a Felipe y sus dos hijas.
De ese modo, tratando de ser una familia más, los Príncipes de Asturias suelen acudir al parque con las infantas y hacer ellos mismos algunas compras en grandes almacenes, según dice Letizia. Pero a nadie se le oculta que ni siquiera en esos lugares pueden ser una familia más por más que se lo propongan.
Las cosas son bien distintas. El oficio de príncipes no es exactamente el de una familia más. No sólo por su alta representación, sino también por la circunstancia de que sus movimientos y la seguridad que estos exigen les distinguen del resto de los ciudadanos españoles.
Quizá no lo ha meditado suficientemente Letizia Ortiz y su corte de aduladores –que los tiene-, porque la función de reyes y príncipes tiene bastante de ejemplaridad y eso es motivo suficiente para convertir en interés periodístico cada uno de sus movimientos. Así ha sido y así seguirá siendo, seguramente, muy a pesar de Letizia. O de su extraña familia.
Debiera recordar la princesa que ella ya cuenta con un espacio de intimidad relativa, que no es otro que su residencia –que no es un pisito cualquiera, como el que ocupaba de soltera- y aquellos lugares a donde acompañan a los Reyes. Pero incluso ahí, Letizia, su esposo e hijas, están bajo la mirada atenta de decenas de sirvientes. ¿O es que a ellos también les exigirá que les dejen en paz y se marchen a casa?
Ante ellos, por fieles que sean, los príncipes tienen que guardar muchas más formas que el común de los mortales. No imaginamos a la princesa paseándose ligera de ropa o haciendo determinados comentarios ante la servidumbre, por seguros que estén de ésta.
Ni les imaginamos acudiendo al parque solos, sin la presencia de sus fieles guardaespaldas y de toda la parafernalia que rodea un movimiento de cualquier miembro de la familia del Rey. Por más que insista, no la vamos a creer.
Es fácil comprender que la constante exposición pública incomoda a quien no estaba acostumbrada a ella por su cuna, incluso tratándose de un personaje de cierta popularidad, como era en su condición de locutora de las noticias de la tele Letizia Ortiz Rocasolano. Esa es, sin duda, la profesionalidad que otros reconocen a las princesas de sangre real, como es el caso de la Reina Sofía o de cualquiera de las hermanas del Rey, con toda su admirable campechanía.
Esas eran y son parte de las servidumbres que entraña el oficio, como muy bien han entendido aquellas personas en quienes Letizia debiera fijarse más para aprender la tarea que le aguarda: Los Reyes. Un oficio que no enseñan en escuela alguna y que es fruto de años y años de mirar el ejemplo de quienes preceden a príncipes y princesas.
Como la propia Letizia comentó a los fotógrafos, hoy en día, con un teléfono móvil, cualquiera es un paparazzi. Pero ella insiste en que, aunque los personajes públicos tengan obligación hacia los medios, también derecho a un espacio para su total privacidad. Además confiesa que como periodista veía el debate desde un punto radicalmente distinto de como lo ve ahora como princesa consorte.
Pues bien, alguien debería explicar a la nueva princesa que el oficio es más duro que lo que pensaba y que tiene más limitaciones que muchos otros personajes notorios. Por eso nuestros reyes en el pasado elegían princesas para matrimoniar, aunque estuviesen un poco menos entusiasmados que lo estaba Felipe de Borbón con su antigua periodista.
Es probable que la compensación a esos sinsabores de la permanente exposición en un escaparate vaya en el sueldo. O en las experiencias fuera de lo que es normal para el resto de las que ella disfruta por un simple contrato matrimonial. ¿O es que Letizia Ortiz soñó un día con tratar de tú a tú a personajes de primer orden de la historia del mundo?
Así que mejor haría en fijarse en su suegra y la sonrisa que siempre exhibe a quienes la están retratando. Aunque en su fuero interno le pudiera apetecer hacer cosa bien distinta. Esa lección es, a todas luces, la que se atragantó para Diana Spencer, amén de unos molestísimos cuernos del heredero inglés con una señora más vieja y más fea que aquella tímida princesa sin entrenamiento.