lunes, 27 de abril de 2009

Editorial

Evitar el pánico a toda costa

Nadie ignora que el miedo es gratuito. Sobre todo en términos de salud y más aún cuando se trata de enfrentarse a lo desconocido, como son los brotes epidémicos. La memoria histórica de la humanidad es rica en experiencias fatales de grandes mortandades causadas por las epidemias.
Son relatadas en la Biblia, relacionándolas con la cólera divina, y mucho más recientemente en forma de peste bubónica, durante el Medioevo, causando una terrible desolación. En la era contemporánea no han faltado casos, siendo acaso el más terrible el del sida.
En 2003 cundió la alarma ante la llamada “gripe de los pollos” o aviar. Seguramente, aquel miedo hizo posible que se adoptasen las medidas precisas para cortarlo a tiempo. Y, no obstante, siguen registrándose casos de vez en cuando, sobre todo en Asia.
Hoy en día comprendemos que detrás de este tipo de epidemias más que la mano de Dios está la del hombre cuando juega a ser divino alterando el orden natural de las cosas.
Muchas mutaciones virales tienen origen en discretos experimentos genéticos inducidos por la codicia. También en secretas experiencias de origen castrense que se escapan de las manos. Los causantes de estas cosas a menudo están cerca de nosotros.
Llega ahora una mutación del virus de la gripe porcina que está propagando el miedo y la muerte en México y que ya ha contagiado el pánico en medio mundo, incluso entre nosotros.
Es preciso, antes que nada, guardar la calma. Corresponde a las autoridades –sobre todo las sanitarias- establecer rigurosos controles, incluso cordones preventivos, pero siempre desde el sosiego. En estos momentos es casi más útil ayudar a que la población no tenga miedo a lo desconocido.
La Organización Mundial de la Salud ha calificado el brote de “muy grave”, pero no ha aconsejado medidas exageradas. No obstante, es preciso comprender que el contagio de este tipo de males es hoy en día mayor porque el mundo se ha convertido en un patio de vecindad por las facilidades para desplazarse de un lugar a otro.
Si estornuda el vecino del tercero, es probable que sus miasmas acaben llegando a nosotros. Por ello es preciso prevenir para no tener que curar. Por ejemplo, extremando las medidas de higiene personal.
Mientras, las autoridades –en todos los escalones, incluido el municipal- tienen que hacer un ejercicio de habilidad, combinando los necesarios controles, con la sensación de que la situación está bajo control, para que los ciudadanos estén tranquilos. Hay que evitar el pánico a toda costa.