domingo, 26 de abril de 2009

Toros - Opinión

A vueltas con la “anti tauromaquia”

Por Lorenzo Jiménez.
Esta misma semana, un millar de humanos –más que de personas- ha protestado ante la Real Maestranza de Sevilla contra la tauromaquia. Es uno más de los “shows cómico-antitaurinos” con los que nos obsequian cada año esos grupúsculos que tienden a confundir el culo con las témporas.
Se podría decir que su grotesca presencia forma ya parte intrínseca de la Fiesta misma. Del mismo modo en que ellos pretenden que se prohíba la práctica del “Arte de Cúchares”, nadie por la otra parte pretende que se prohíban sus patéticas exhibiciones.
Decía a este modesto cronista hace unos años el maestro toledano Luis Miguel Dominguín, nacido aquí, muy cerca de nosotros –en Quismondo-, que no comprendían estos ecologistas de tres al cuarto que esa raza brava de cornúpetas sigue existiendo precisamente porque existe la Lidia.
Al no ser reses de carne, ni aptas para el trabajo –a ver quién es el guapo que trata de que un toro bravo arrastre un arado o un carro, por ejemplo-, ni por tanto “útiles” para algo que no sea el espectáculo taurino, estaría extinguida hace tiempo si se aboliesen las corridas. La naturaleza es así de jodida: no sirves, desapareces.
Recordaba Dominguín, un enamorado de los animales y adorado por sus perros, que eso era, exactamente, lo que estaba sucediendo con el asno. Mientras sirvió a los humanos, abundaba por doquier. Perdida su utilidad, a causa del llamado progreso, agoniza como especie junto a sus parientes los mulos.
Ni son estéticamente tan bellos como el caballo, ni se mantienen del aire y en cambio precisan de un gasto en forraje que sus dueños no amortizan. La condena de muerte está firmada y si aguantan es por esos “hogares” que han proliferado por aquí y por allá.
Por tanto, esos que pretenden proteger al animal, acaso le estén condenando a una muerte mucho más penosa que la de terminar su existencia peleando con su bravura característica en la plaza. Sería como condenar a un gladiador de la antigua Roma, a que termine sus días por inanición al carecer de utilidad.
Además, sería privar a los españoles del único espectáculo secular que nos resta con personalidad diferenciadora y de un arte propio y con reglas emanadas de nuestro acervo. Ni el fútbol, ni la Fórmula 1, ni tantas otras cosas han viajado por el tiempo con nosotros como el Toro.
Es verdad que, al amparo del Toro, han proliferado una serie de actividades vergonzosas que incluyen el verdadero maltrato animal, porque se basan en la falta de respeto y la burla. Los verdaderos taurinos desprecian esa mierda.
Por ejemplo la mayor parte de los encierros de pueblo, mal copiados de aquellos sitios de auténtica tradición –léase Pamplona-, que se traducen en gamberreo consentido a bandas de borregos o borrachos. ¿Nos suena, verdad?
Pero una corrida como Dios manda es otra cosa.
Hay reglas, hay una lucha más o menos equilibrada y no se consiente la tortura de las reses aunque se piense lo contrario. Por tanto sorprende el empeño de los antitaurinos por prohibir la mayor, mientras pocas veces vuelven su mirada al auténtico espectáculo siniestro.
Hay más. Existen alcaldías en toda España –y no miramos a nadie-, simpatizantes de los antitaurinos, que regatean presupuesto para contratar un buen espectáculo taurino por fiestas, so pretexto de que se trata de una cosa de bárbaros, y en cambio ríen las gracias de los gamberros locales cuando se mofan, maltratan e incluso hieren a unas pobres vaquillas soltadas para su solaz.
Pero la culpa mayor la tiene el Gobierno de la nación, porque no sólo no echa un capote a la Fiesta, sino que incluso, cuando interviene –como en el caso de las célebres medallas artísticas- es para meter la pata y enconar más los ánimos. Más que nada, porque habiendo vivos grandes toreros de todas las épocas, como El Viti, Antoñete o el mismísimo Paula, sin un galardón de esa clase, andan mirando el Hola para ver a quién le dan una.
Pero volvamos a la Maestranza, o mejor dicho a su puerta, donde se han reunido los antitaurinos para decir que toros con sus impuestos no y otras lindezas. ¿Se imaginan que se concentrasen unos cuantos para decir cine, con mis impuestos no? Primero, porque la Fiesta no está subvencionada. Y el cine sí que lo está. Pero claro comprender eso supondría que se usa el cerebro para pensar, en vez de emplear la cabeza para dar topetazos, como hace esa gente.
No cabe más que esperar que el esperpento de quienes se despelotan, se embadurnan de sangre y se ponen cuernos para protestar por los toros, sea admitido de una vez entre los espectáculos cómico-taurinos. O antitaurinos, para ser exactos.
Porque el fin y al cabo, los que rechazan las corridas vienen a ser los mismos que quieren dejar sin empleo a los valientes enanitos toreros, que se quejan de algo tan simple como que esos bobos que dicen defenderles, ni siquiera les han preguntado e ignoran que para ellos torear es una vocación.