viernes, 20 de noviembre de 2009

Europa

El belga Van Rompuy primer presidente de la nueva UE
Por L. Jiménez
Madrid.- Los líderes de la UE han respondido en Bruselas a la pregunta que Henry Kissinger se hacía cuando era secretario de Estado estadounidense: ¿A quién hay que llamar para hablar con Europa? Y lo han hecho por consenso, pero escogiendo a un político conservador casi desconocido fuera de su país y sin brillo específico: el hasta ahora primer ministro belga Herman Van Rompuy.
Se trataba de escoger a los cargos que prevé el Tratado de Lisboa, que entra en vigor el próximo día 1, una vez superados todos los obstáculos, para pilotar una Europa devaluada desde hace años por el escaso lustre de muchos de los políticos que rigen sus destinos.
No es mucho más carismática la hasta ahora comisaria europea de Comercio, la británica Catherine Ashton, designada vicepresidenta de la Comisión y Alta Representante de Política Exterior, el segundo puesto comunitario más importante. Naufragaba así la candidatura del español Moratinos, mientras un José Luis Rodríguez Zapatero con gesto de aburrimiento se daba por satisfecho con la extensión a la política comunitaria de su democracia paritaria.
Pese a que la falta de consenso gravitó unas horas sobre la reunión, a media tarde del jueves se despejaban las dudas y quedaba descartada la candidatura del ex primer ministro laborista británico, Tony Blair, que había sido uno de los principales escollos de la negociación ante la insistencia de Londres por buscar colocación al que fuese uno de los artífices de la farsa de las Azores.
Después de todo, había un consenso no escrito anterior para que sea un conservador quien presida la UE y un socialista-laborista quien se ocupe de la política exterior común, inexistente en la práctica. Eliminado Blair, la elección de Van Rompuy se produjo con inesperada rapidez.
La propuesta de Ashton por el grupo socialista -cubriendo la cuota británica y socialdemócrata- allanó el camino para que los países que preferían a un presidente de perfil bajo (entre otros la España que tiene al timón a Zapatero) se salieran con la suya. La evidente falta de acuerdo al iniciarse la reunión hacía temer que la elección de la figura que debe reforzar el papel de una Europa unida a nivel global hiciera aflorar las eternas disputas entre naciones.
Además de rasgos como el origen, el sexo o el color político de la persona que ostentara el mayor cargo comunitario, el debate sobre su poder real era el otro gran punto de disputa.
Según algunos analistas, el papel del presidente dependía en gran medida del elegido. Por tanto, la designación del primer ministro belga, tan carente de carisma como de experiencia europea, aleja el objetivo de dotar a la UE de una figura potente y reconocible. No es que no hubiese figuras brillantes en el panorama europeo, es que lo que se quería es que no se notase demasiado que quienes no emiten destellos son la mayoría de los gobernantes nacionales.
Discreto, políglota y aburrido. Estos son los tres adjetivos más usados estos días por la prensa continental para describir al primer ministro belga, Herman Van Rompuy, cuando era comenzó a sonar para la presidencia de la UE.
El político conservador, de 62 años, era el preferido del líder francés, Nicolas Sarkozy, y de la alemana, Angela Merkel, para quienes las palabras discreto y aburrido son el antídoto perfecto ante los recelos que despertaba el excesivo protagonismo que podía haber acaparado Tony Blair. El eje franco-alemán sigue pesando considerablemente en una Europa, que sabe que ambas naciones centrales son las que tiran de la recuperación económica de los malos gestores.
Autor de varios libros sobre asuntos políticos y sociales, escritor de haikús y activo blogger, Van Rompuy deberá hacer gala de su fama de pragmático y conciliador al frente de la nueva UE.
Al menos, su figura debería ayudar a oscurecer aún más la opacidad del portugués José Manuel Durao Barroso, aupado a la presidencia de la Comisión por una serie de carambolas y equilibrios europeos, más que por su desempeño brillante en la gestión de los destinos de su país, al que no dudó en dejarle en la estacada cuando arreciaba más el caos en sus finanzas.