lunes, 20 de julio de 2009

Editorial

La culpa es de los mayores y de quien abdica sus responsabilidades

Las noticias que llegan de Andalucía sobre hechos aberrantes protagonizados por niños y adolescentes deberían haber sacudido nuestros corazones y más aún nuestras conciencias. Suponen, más que nada, una voz de alarma sobre el aumento de delitos graves e incluso gravísimos cometidos por quienes deberían vivir otro tipo de pubertades, juventudes y adolescencias.
Pero, aunque los culpables cercanos sean esos menores y no tan menores capaces de matar y violar –no digamos ya de robar, traficar o amedrentar-, la verdadera responsabilidad es de los mayores: de padres, educadores y, sin duda, de esos responsables políticos en todos los niveles a quienes no se les abren las carnes con este tipo de actos.
Hemos dicho no hace mucho desde estas páginas que quienes matan cigüeñas con cobardía en nuestro pueblo son candidatos potenciales a seguir escalando peldaños de esa violencia sin sentido que acaba haciendo cosas mucho peores. Y quienes lo consienten, sus cómplices.
Además, quienes no corrigen esos desmanes nos condenan a todos los miembros de la sociedad a sufrir espectáculos y golpes peores cuando esos mozalbetes, que campan por sus respetos en Escalona, agreden de palabra u obra a otras personas, incluso a nuestros ancianos.
Sólo la necedad o la banalidad son capaces de hacer la vista gorda ante hechos chulescos y bravuconadas cada vez más frecuentes. O la complicidad cobarde de algunos políticos, como piensa y afirma más de un ciudadano espantado y convencido de que no falta quien cambie impunidad por votos.
Comienzan a surgir voces en el seno de la sociedad española, y también de la nuestra más cercana, sobre la oportunidad de cambiar las leyes y aumentar los años de internamiento de los jóvenes agresores o violentos, pero nos parece más prudente apostar por una mejor educación en los valores –muchos de ellos perdidos por desidia- en domicilios y en aulas.
Sí, señores políticos. ¡Valores! ¡Ideales! ¡Moralidad!
Y sí, señores enseñantes, un poco más de responsabilidad a la hora de enseñar esas cosas.
Y no es preciso que sean éstos o aquella de carácter religioso. El respeto de la ley, el orden, las buenas costumbres y tantos conceptos que parecen condenados a la extinción ahora, no pertenecen a ninguna creencia religiosa. Ni a cualquier credo político. Son conceptos propios de una sociedad sana y son de todos.
La nuestra da signos de podredumbre por culpa de la permisividad que pregonan muchos responsables –o irresponsables- políticos, como las Aído, los Zapatero y algún otro al que no aludimos por afecto.
Su intención de permitir a niñas y adolescentes abortar sin contar con sus padres o practicar métodos anticonceptivos de dudosa salubridad, sólo ayudan a que la sociedad del hedonismo sin límite desplace a ese esqueleto fundamental del ser humano en sociedad que son los valores, los principios y la moralidad. Como la carencia de ética les empuja hacia la codicia.
Para quienes comienzan a formarse como seres humanos, permitir que se droguen o beban hasta la ebriedad, equivale a decirles que todo vale. Y que si desean abusar del cuerpo de una chiquilla en la playa o en una piscina, no hay nada ni nadie que se lo impida. ¿Comprenden esos “tolerantes” padres de la patria que están haciendo dejación de una de las mayores responsabilidades puestas en sus manos por toda la sociedad, como es la educación de la juventud, o lo que es igual, del futuro de todo el país?
¿Entienden los alcaldes que miran a otro lado ante los desmanes callejeros del fin de semana que están lanzando un mensaje a esos chiquillos y chiquillas de que todo está permitido y que al final es cuestión de ver quien “los tiene más grandes” o quién más chulo?
No hablamos de otro país, ni de otra tierra. Hablamos de aquí mismo, donde con frecuencia asistimos a acciones más propias de la “kale borroka” que de la sana diversión en el pueblo natal del secretario general de las Juventudes Socialistas de España.
¿Pero de qué va todo esto? ¿Cómo tendrán cara dura algunos de venir a vendernos que vivimos en un mundo mejor, en un país mejor y hasta en una Escalona mejor, si estamos asistiendo a la degradación de aquello que deberíamos cuidar con más esmero: nuestros jóvenes, la inversión de futuro de todo el país?
¿Y cómo se pueden llamar educadores aquellos padres y maestros que siguen como si tal cosa mientras sus niños y sus niñas, sus alumnos y alumnas, hacen el gamberro y el chulo?
Lo que sucede es que muchos de esos culpables del desastre, políticos, profesores o responsables familiares hacen la vista gorda y hasta jalean a sus retoños, convencidos de que la violencia forma parte de la normalidad. La televisión más cutre (que es casi toda), internet y hasta los videojuegos, añaden más veneno a los jóvenes aguijones de nuestros cachorros.
Por eso, una vez más y pese a las prédicas y campañas propagandísticas que promueven los círculos del poder contra la violencia machista o doméstica, las mujeres vuelven a ser víctimas de verdugos cada vez más jóvenes. Algunos tanto, que una sociedad podrida no siquiera tiene instrumentos para corregir, como sucede con algunos de los agresores de las chicas de estos días.
Por esas razones son mujeres las víctimas como Marta del Castillo, asesinada por una alimaña de pocos años. Por eso lo son, igualmente, las chiquillas de Baena e Isla Cristina, convertidas en muñecas de placer por unos mierdecillas envalentonados porque actúan en manada.
Las policías, con todo el dinero que pagamos para que nos protejan, nunca llegan a tiempo más que de levantar el atestado, o, como sucede cerca de nosotros, de hacer como que hacen. Claro está, no van a incordiar a primos, hermanos o amiguetes. Esos son los problemas de que los agentes estén emparentados con quienes delinquen o al menos cometen faltas graves.
Pero hay algo más. Según dicen los expertos, lo peor está por venir. Anticipan más malos tratos a padres, novias y a cuantas mujeres queden a su alcance. Y también a profesores (el respeto en las aulas dejó de existir hace bastante tiempo). Todo ello, si no comenzamos a reaccionar para poner coto a ese indeseable fenómeno.
Al fin y al cabo, como decía un veterano político socialista español, condenado ahora al ostracismo por cantar las cuarenta a Zapatero, esto es lo que nos han dado los experimentos con gaseosa de la secta que gobierna la calle de Ferraz, que no atienden a razones de esa generación de dirigentes que fraguó no sólo la transición, sino incluso la consolidación del PSOE como fuerza política.