miércoles, 22 de julio de 2009

Con Pluma Ajena

Ceremonia de la confusión, exaltación de la insolidaridad

Por Ignacio Marco-Gardoqui
La financiación autonómica se ha convertido en la ceremonia de la confusión y en la exaltación de la insolidaridad. No es de extrañar. Una vez que Zapatero anunció que «aceptaría lo que le llegara del Parlament» y desvió la negociación global hacia 17 enfrentamientos autonómicos, la deriva era obligada. La confusión es total. No hay manera de saber lo que cada una va a cobrar, ni en virtud de qué criterios lo va a cobrar. Si se toman la molestia de sumar lo que han dicho que van a recibir cada unos de los 17 responsables de economía autonómicos, obtendrán la bonita cifra de 13.760 millones de euros, que sobrepasan con creces al anuncio de la vicepresidenta Salgado, de tan sólo 11.000 millones. Aquí alguien se equivoca groseramente. O bien las promesas centrales han sido excesivas o bien las esperanzas periféricas son desmesuradas.
Lo de los criterios de reparto es de locos. Las fórmulas atiborran el informe final al tratar de conseguir lo imposible: un reparto objetivo que contente a todos. Y es que cada comunidad tiene su peculiaridad propia. Madrid cuenta con mucha población, concentrada en un espacio reducido y con renta elevada; Galicia tiene mucha población, con poca renta y mucha dispersión geográfica; Castilla-la Mancha y Extremadura, poca población, con poca renta y muy dispersa; La Rioja, poca población y poca extensión; Andalucía, de todo y, así hasta el infinito. De tal manera que, al final, todo se resume en una algarabía de resentimientos y en un amasijo de quejas que nos conducen inexorablemente a una burda comparación individual con lo obtenido por Cataluña, utilizando siempre el criterio más conveniente para el quejoso.
Luego están las graves heridas causadas a la solidaridad. El Gobierno de España se autodenomina de izquierdas. El Govern de Cataluña es una fluida coalición entre socialistas de ámbito español, socialistas de espectro geográfico reducido al principado y comunistas de vaya usted a saber qué ámbito de preocupación. Bueno, pues todos ellos están exultantes tras haber logrado el acuerdo. Parten, sin el más mínimo rubor, de un principio que resulta aterrador: «Es necesario acotar la labor redistribuidora del Estado para no penalizar a las comunidades con mayor capacidad fiscal y económicamente más dinámicas».
Aplausos. Eso se presenta como el desiderátum de la progresía, el colmo de la modernidad. Ahora, cambien una sola palabra de la frase y pongan personas allá donde pone comunidades. Automáticamente dejarán de ser unos progresistas àla mode, para convertirse en unos rancios liberales de derecha, anclados en viejos tics conservadores e indignos de participar en el debate público. Las personas tienen que ser solidarias, pero las comunidades pueden ser egoístas, a pesar de que ellas no pagan impuestos.
¿Quién pagará todo este desenfreno? El sistema no prevé el reparto, más o menos equitativo, de la escasez. Vivimos tiempos de apreturas presupuestarias, con bruscos descensos de la recaudación tributaria, pero eso no es problema para Zapatero. El dinero manará abundante del caudal inagotable del déficit. De un déficit que nos obliga a la emisión de un volumen tremendo de deuda. De una deuda que al colocarla en el mercado drenará la liquidez necesaria para financiar proyectos productivos y necesidades particulares. De una deuda cuyo monto espectacular provocará tensiones en los tipos de interés y causará daños en todo el sistema. El secretario de Hacienda cifraba el porcentaje de deuda sobre el PIB en el 90% para el final de año, cuando venimos del 36%. ¿A dónde nos lleva todo esto? ¿Defiende el Gobierno al Estado que representa? Ustedes mismos.


(Leído en el Diario Vasco de 22 de Julio de 2009)