jueves, 12 de noviembre de 2009

Opinión

Los amigos de mis amigas son mis amigos
Por Diego Armario
El grupo que popularizó esta canción en los años ochenta, Objetivo Birmania, fue premonitorio, porque aunque en aquel disco se daba carta de naturaleza al lío entre amigas de unas y amigos de otras, se estaba describiendo lo que en el ámbito del aprovechamiento sucede cuando se es demasiado cercano a alguien.
Cuenta Joaquín Leguina - hombre honesto y sabio, austero en sus usos y costumbres, usuario del transporte público cuando era Presidente de la Comunidad de Madrid, novelista de sueños envenenados e intelectualmente crítico de la sinsustancia gubernamental imperante – que Enrique Sarasola, amigo declarado y ya fallecido de Felipe González, le fue a visitar a su despacho de la Puerta del Sol diciéndole que venía de parte del inquilino de la Moncloa para que le concediese una prebenda.
Leguina que conocía a los personajes y que estaba de vuelta de más de un conflicto, no en vano le pilló el golpe de Pinochet en Chile, levantó el teléfono y le ordenó a su secretaria que le pusiese con el despacho del Presidente de Gobierno, lo que provocó que Sarasola le dijese que no era necesario que hiciese esa llamada, con lo que el favor que venía a pedir no fue necesario hacérselo.
Siempre he pensado que, con demasiada frecuencia, se utiliza el nombre de algún dios en vano, y es muy probable que una legión de aprovechados obtenga importantes beneficios exhibiendo relaciones privilegiadas que nadie comprueba si son verdad, pero en el patio de vecindad en el que se mueve la corrupción que nos desborda, hay demasiados amigos de nuestras amigas que son nuestros amigos.
La relación, que sería interminable, solo se ve superada por la desvergüenza de quienes no se cortan un pelo a la hora de colocar a los suyos colgados de la mamandurria del presupuesto público.
Lo del Juan Guerra es no solo historia sino una anécdota ridícula comparada con lo que ocurre en la actualidad, sobre todo porque parece que hay demasiados políticos aficionados a colocar a su familia.
Carod Rovira y su hermano el embajador de la nada, Maragall y el suyo el muñidor de casi todo, o la santa esposa del Presidente del gobierno catalán que ostenta 11 cargos en distintas empresas públicas y privadas, aunque se han apresurado a decir que no cobra de todos aunque sí influye desde todos, son algunos ejemplos nada ejemplares de lo que pasa en este país.
Ignoro de quien es familiar Francisco Correa o el Bigotes, o si Agag fue antes amigo que yerno, pero lo que sí es cierto es que o eres de los suyos o no tienes nada que hacer.
Para parecer honesto hoy en día hay que ser huérfano.

(Diego Armario es escritor, periodista y ex director de RNE)