Insaciables murcianos
Desde este diario digital hemos criticado reiteradamente la insolidaridad que se esconde detrás de las pretensiones de poner fin a los trasvases del Tajo para Murcia.
De la misma manera, es ahora el momento de expresar nuestro rechazo al comportamiento insaciable de los políticos murcianos, que pretenden que el Gobierno de la nación no emplee el agua del Tajo para apagar los fuegos subterráneos que consumen el subsuelo de Daimiel.
Dicen los de Murcia –en concreto el director general del Agua, Miguel Ángel Ródenas-, que el trasvase de emergencia que el Gobierno planea desde el Tajo hacia el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel supondrá "un hachazo grande al regadío de Murcia, que ya está en emergencia".
Del mismo modo que a algunos políticos de nuestra tierra les hemos recordado que el agua es de todos y hay que dársela a quien la necesita, deben tomar nota los murcianos que no es un recurso para su uso en exclusiva, porque además del abastecimiento para consumo humano, se utiliza allí para mantener una huerta de la que se enriquecen ellos, y peor aún, para regar campos de golf construidos en secarrales. Como el de Escalona, sin ir más lejos.
Dicen los murcianos que las soluciones para Daimiel deben buscarse en el propio Guadiana, sin recurrir al Tajo. Y entonces cabe preguntarles por qué no buscan ellos las soluciones en el Segura o, mejor aún, construyendo plantas de desalinización del agua del mar que baña el litoral de aquella región.
Más de dos millones de personas beben agua del Tajo en Murcia y Alicante y tienen el abastecimiento garantizado, como debe ser. Pero el gobierno regional murciano, sea del partido que sea (en este caso del PP), quiere más y no se corta en pedir que se rieguen sus frutales en vez de salvar el humedal de las Tablas, con su alto valor ecológico.
Porque mientras a esos señores sólo les vemos reclamar y reclamar, no les observamos en cambio buscar soluciones permanentes, como es la construcción de plantas de desalinización. O racionalizar los cultivos de una tierra reseca (por la mala cabeza de sus pobladores aliada con el clima), que se empeña en producir aquello para lo que acaso no esté bien dotada por la naturaleza.
Pero no es admisible que insistan en que se deje perder un espacio de singular importancia para nuestro país, a cambio de que ellos sigan cultivando verduras en el desierto a costa de los otros y sembrando césped para que den palitos a la pelotita los señoritos horteras que juegan al golf.