jueves, 29 de octubre de 2009

Columnistas en El Correo

La otra cara en la muerte de Sabino
Por José Oneto
Con el entierro hoy en el cementerio de San Salvador, en Oviedo, su ciudad natal, del general Sabino Fernández Campo, también se entierra una parte de la historia de España, algunos secretos que no se sabe si permanecerán ocultos con el paso del tiempo, y una forma de ejercer la lealtad y la prudencia de alguien que llegó a conocer íntimamente no sólo el interior del Palacio de la Zarzuela, y su vida cotidiana, sino gran parte de sucesos claves de la transición política española.
Gran lector de Maquiavelo y experto en su obra El Príncipe, que además utilizó como referencia en su investidura como miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en el año 1994, a veces Sabino seguía sus consejos como hombre clave en el Palacio de la Zarzuela desde el año 1977 hasta 1993, y en la mayoría de las ocasiones le daba la vuelta, ironizando sobre el propio Maquiavelo, cuando intuía, con su fino ingenio asturiano, que sólo buscaba obtener un puesto seguro, cerca del soberano.
"Creo -confesaba en una de sus entrevistas- que él (Maquiavelo) procedía así muchas veces por buscar un empleo, decía lo que el aconsejado quería oír, aunque a veces faltara a la sinceridad. Y es algo que sigue ocurriendo. Si uno va a contracorriente, el éxito nunca es grande. Los consejos de Maquiavelo son siempre útiles, a veces para seguirlos al pie de la letra y otras para hacer todo lo contrario."
Sabino nunca buscó un puesto seguro, pero tuvo la fortuna de estar en puestos claves en el Ejército (fue secretario técnico de la mayoría de los ministros del Ejército durante el franquismo), en la política (fue subsecretario de la Presidencia con Alfonso Osorio y de Información con Andrés Reguera), en los aledaños del Estado para influir, decisivamente, en la Constitución de l978, en su deseo de implantar en España una monarquía parlamentaria y, por último, en el entorno del Rey, donde cumplió un papel fundamental, y no sólo el día del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, sino durante dieciséis años al servicio de la Corona.
Al contrario que Maquiavelo, él fue un consejero incómodo, que nunca le dijo al Rey lo que quería oír sino que luchó siempre por decirle lo que tenía que oír aunque eso le causara personalmente muchos sinsabores, numerosas incomprensiones y una gran amargura personal.
Cuando hoy todas las biografías oficiales dan cuenta de su salida de La Zarzuela como jefe de la Casa Real como un simple relevo por edad, por jubilación, se está distorsionando la historia. La realidad es que Sabino sale de Palacio porque llega a ser incómodo para determinados intereses económicos y políticos, y su salida, que años después él calificaría de "urdidumbre" establecida en su entorno, le causó una gran amargura personal, sólo casi comparable a la pérdida de cuatro de sus diez hijos.
Sabino sufrió mucho pero supo perdonar y contempló desde su pequeño despacho, situado en su propio domicilio en el Centro Colon, cómo muchos de los que contribuyeron a su caída tuvieron que pasar, bajo su ventana, ante la Audiencia Nacional.
En el homenaje nacional que la gente llana le ha rendido en el tanatorio madrileño sólo ha faltado, sorprendentemente, la presencia del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, representado en el camposanto de Tres Cantos por la ministra de Defensa, Carme Chacón. "Se ha ido -ha dicho la ministra- uno de los mejores hombres y mejores españoles con quien todos estamos en deuda."
Por lo visto, el único que no está en deuda es precisamente el presidente del Gobierno, que no ha tenido el detalle de rendir un sencillo homenaje con su presencia a uno de los hombres claves de la transición española, a un hombre gracias al cual, sin su trayectoria personal al servicio de España, hubiera sido imposible que Zapatero esté en el lugar que está.
Sabino Fernández Campo, descanse en paz.

(José Oneto es escritor y periodista)