sábado, 31 de octubre de 2009

Una temporada extraña
Por “Frascuelo”
A nadie se obliga a ir a los toros. Bien al contrario, es siempre un acto de voluntad adquirir una localidad para poder ir a la plaza a disfrutar de un espectáculo taurino. Y vean que decimos “disfrutar”, porque eso es lo que hace un aficionado cuando presencia una buena corrida.
En cambio, unos señores que presumen de tolerancia y amor a los animales, quieren prohibir –sí, nada menos que prohibir- que otros puedan acudir a la plaza a disfrutar de lo que les gusta y, lo que quizá sea peor, de esa manera amenazan con terminar con una raza de vacunos que sólo sirven para la lidia y que, sin otra utilidad, estarán condenados a la extinción o a ser reliquias de zoológico. Son los llamados anti taurinos, a quienes nadie fuerza a ir a un coso y presenciar lo que no desean, ni nadie les prohíbe a ellos hacer lo que les venga en gana.
No será esta crónica el lugar de recordar la historia, la tradición, la cultura y tantas otras razones de sobra conocidas. Simplemente, decir a esa gente que si no quieren ver toros, que al menos nos dejen a otros disfrutar.
Esta temporada taurina, una temporada extraña, termina por culpa de estos señores con la amenaza de que pronto en Cataluña, donde también hay afición a la fiesta nacional, no puedan darse corridas. O todo lo más, como dicen algunos en su infinita condescendencia, a que se practique una especie de toreo descafeinado y carente de emoción, que no termine con la muerte del toro en el ruedo. Tan aburrido como de Portugal.
Puede darse la paradoja de que, por obra de esa gente, se vean auténticas corridas en el sur de Francia y no en Cataluña. Y que mucha gente se quede sin empleo en un sector que moviliza decenas de miles de puestos y muchos millones de euros.
Que nadie entienda lo que sigue como deseo de politizar nada: de alguna manera buena parte de la culpa la tiene en este caso el Gobierno de Zapatero, que ha dado más bazas que las que merecen a esos cantamañanas minoritarios del independentismo catalán. O a los Carod Roviras, para entendernos. Porque esos son los que echan las patas por alto para dejar a sus paisanos sin toreo.
Pero tampoco andan libres de culpa una serie de estamentos de la Fiesta que son muy responsables de que la temporada se acabe con un sabor agridulce. Porque ha sido ésta una temporada sin toros como Dios manda, con toreros como Dios manda a la espera de que salga el animal al que poder hacer la faena soñada y además con una generación de presidentes –se salvan pocos- decididos a hacer lo que les pide el cuerpo más que lo desea la afición.
Es esta una temporada de empresarios más preocupados por los números que por el triunfo, de apoderados de distinto pelaje y de ganaderos que no quieren entender que trapío no es sinónimo de tonelaje y que lo que importa es que salga al ruedo un animal noble, con genio y más que nada que aguante la lidia sin reiteradas caídas y aires de invalidez.
Algún tirón de orejas merecen en este balance los picadores, responsables de muchas y variadas carnicerías, que han aliviado peligros a sus matadores, pero también les han privado de triunfos y glorias.
¡Qué decir de la afición! ¿Cuántos toros aptos para la lidia y prometedores han ido a los corrales por la tozudez de muchos espectadores? Porque lo cierto es que tener dineros para comprar un billete y un puro no equivale a recibir a cambio el certificado de buena afición. Basta ocupar una localidad en cualquier plaza, y si es de primera categoría mucho más, para que te toque al lado un soplagaitas que se las da de entendido y es el hazmerreír de los auténticos aficionados. ¡Qué comentarios es preciso oír en gradas y tendidos!
Y toca ya mirar a la temporada próxima (porque lo de América sirve poco para hacerse idea). Hay un puñado de toreros que ha terminado esta temporada rara en el “top ten”, que tiene mas de diez puestos. Si es por número de festejos lidiados, la palma es para El Fandi, que cada vez va sabiendo torear mejor y así complementa sus facultades espectaculares.
Pero a triunfos, en plazas de primera y segunda, no parece que haya nadie capaz de rivalizar con el francés Sebastián Castella. Pero si hablamos de arte y de gusto, parece que hoy por hoy los laureles son para Morante de la Puebla, aunque hay un sector de la afición que creen que arte es lo de José Tomás, que en realidad es algo difícil de calificar.
Y en ese puñado de los que son o serán grandes hay que incluir en el orden que más guste a Manzanares hijo, a Miguel A. Perera, a El Cid, El Juli, Talavante, Cayetano y Francisco Rivera Ordóñez. Pero hay más que llegan arreando, como Ruben Pinar, Daniel Luque o el albaceteño Miguel Tendero. Anoten esos nombres para la próxima temporada. Siempre y cuando salgan toros de los corrales, claro.