lunes, 26 de octubre de 2009

Editorial

Las aguas revueltas

En el Partido Popular hace tiempo que bajan las aguas revueltas y no parece que su líder, que había comenzado a recuperar terreno a los socialistas por causa de la mala gestión de la crisis económica, vaya a ser capaz de lidiar el morlaco que ha saltado a su ruedo. Todo indica que se le echarán al corral.
Muchos dudan a estas alturas de que Mariano Rajoy vaya a ser el candidato del PP en las próximas legislativas y por esa razón asistimos los ciudadanos a una lucha cainita entre aquellos y aquellas que se consideran mejor situados para desalojar al gallego de la calle Génova.
De partida, todo parecía apuntar al valenciano Francisco Camps como el candidato mejor colocado para la carrera sucesoria –el “tapado” decían algunos en alusión a él-, tanto antes de las generales, como después de ellas, si es que Rajoy cosechaba su segundo fracaso.
Pero el caso Gürtel, que aún parece reservarnos muchas sorpresas y que está sirviendo más a los intereses del PSOE que a los del partido conservador, ha soterrado cualquier oportunidad que pudiese estar deparada a Paco Camps, que cada día huele más a cadáver político, aunque en su región mantenga el apoyo de amplios sectores.
En esas, la presidenta madrileña Esperanza Aguirre, que lleva años y meses maquinando el cómo y el cuándo de su asalto al poder, ha empezado a mover sus peones y a jugar su partida con calculada ambigüedad.
Para nadie es un secreto la cariñosa enemistad que se guardan Aguirre y el alcalde de la Villa y Corte, Alberto Ruiz Gallardón. Pero hasta ahora se daban las patadas en los traseros de sus colaboradores más cercanos. Gallardón parecía señalado por el dedo de Rajoy para estar en primera línea de la sucesión cuando llegase la hora.
Pero eso equivale a no conocer a Esperanza Aguirre. La “lideresa”, como la apodan algunos, guarda mucha munición en su recámara y está dispuesta a disparar a diestro y siniestro si es preciso para sus intereses. Y a darle las patadas a Gallardón en su propio culo.
Además, la “dama de hierro” de la derecha española ha comprendido que el PP en el presente desbarajuste y ante una hipotética lucha por el poder, puede decantarse por una figura de mucho prestigio, capaz de aglutinar apoyos y actuar como gran salvador. Y esa figura, hoy por hoy, lleva el nombre de Rodrigo Rato, a quien nadie le discute el papel de “mago” del milagro económico durante el aznarismo, que además ha desempeñado brillantes papeles en las instituciones internacionales.
Pues bien, consciente de ello, Aguirre trata de eliminar a Rato de la carrera sucesoria, alagándole con la presidencia de Cajamadrid, lo que al final convertiría al antiguo ministro de Economía en un empleado de lujo de la “lideresa”.
Pero en vez de darle la réplica y colocar a cada uno en su sitio, Rajoy sigue empeñado en su particular misión imposible, es decir, en calmar las aguas y contentar a todo el mundo. Seguramente no conoce la máxima que sostiene que, quien a todos desea complacer, no consigue que haya ni uno solo contento.

Ni siquiera lo están los miles de humildes militantes que desde sus puestos trabajan día tras día para que su partido pueda mantener la cabeza alta, a pesar los escándalos protagonizados por tantos dirigentes y oportunistas como estamos viendo estos días.
Bueno, al menos hay uno feliz: Zapatero no sabrá nunca como agradecer a Mariano Rajoy que le despeje el camino para un tercer mandato cuando las cosas le pintaban más feas. Y eso es lo que parece que está sucediendo.