viernes, 4 de diciembre de 2009

Obituario

En la muerte de Solé Tura
Por J. Frisuelos
Se ha ido sólo dos días antes de que conmemoremos la Constitución que él ayudó a redactar, con el buen juicio de dar cabida en ella a todas las ideologías del espectro político democrático. Seguramente a muchos jóvenes ni siquiera les sonará su nombre, ni sabrán por qué sale su imagen de hombre eminentemente bueno en los telediarios.
Es preciso decirles que Jordi Solé Tura, para todos esos que lo desconocen, es un
o de los principales artífices de que hoy vivan ellos en libertad, en paz y en un régimen bien distinto de aquel otro que tuvo que padecer gente como él.
En muchas cosas Solé Tura debiera ser un ejemplo. Buen estudiante, hombre de compromiso, fue comunista cuando formar parte del PCE era un ejercicio arriesgado, fue represaliado con dureza, padeció prisión por desear la libertad de otros y hasta fue sometido a tortura por una chusma a la que cuesta llamar policía cuando no eran otra cosa que esbirros. Una noche, en Bruselas, contaba sin ira detalles de las palizas policiales a un grupo de amigos, casi como algo anecdótico, pese a admitir la huella moral y física que dejaron las vejaciones en muchos.
Solé Tura era un hombre serio, muy responsable y sobre todo carente de resentimiento. ¡Qué distinto era ese político que ahora nos deja de tantos que ahora se empeñan en desenterrar sentimientos que hicieron crecer en España el odio y el encono entre hermanos y nos condujeron al desastre como nación! Era de los que pensaba que en 1978 se había pasado la página de la lucha fratricida y que en el periodo 1936-1939 se cometieron errores por todas las partes.

Me contaba un día la rabia que le llevó, estando exiliado en Bucarest, a dar un portazo y abandonar el Partido Comunista, después de enterarse de las expulsiones de Fernando Claudín y Jorge Semprún. Precisamente más tarde sería ministro de Cultura, como Semprún, en un gobierno presidido por Felipe González.
En 1974, cuando se intuía el fin de la dictadura, se reintegró en el partido y llegó a ser miembro del Comité Ejecutivo que encabezaba Carrillo. Conocí a Jordi Solé por ese tiempo, cuando había que mirar atrás para ver si la policía rondaba por los alrededores mientras me facilitaba información. Nos hicimos amigos como el que no quiere la cosa, sin pedir ninguno nada a cambio al otro.
Fue elegido diputado en 1977, en la primera llamada a las urnas democráticas y fue portavoz comunista en el Congreso. Por eso y por su condición de docente universitario fue designado para representar a los suyos en la Ponencia Constitucional. Gracias a él y a la generosidad con la que olvidó los abusos a que fue sometido, los españoles tenemos hoy una Constitución válida para todos los hombres de buena voluntad. También intervino en la elaboración de los Estatutos de autonomía vasco, catalán y gallego que con tanta ligereza andan ahora alterando.
Culminada esa labor se alejó de la política, porque ya no estaba de acuerdo con lo que el PCE ofrecía, y regreso a la docencia universitaria. Era Catedrático de Derecho en la Universidad de Barcelona por méritos y no por cualquier otra circunstancia. Y era respetado por la mayor parte de sus adversarios políticos. He escuchado encendidos elogios a Solé Tura de Jordi Pujol y otros políticos catalanes.
Luego vino el acercamiento al Partido Socialista de la mano de otro buen amigo común, Raimón Obiols. Fue diputado en el Parlamento catalán en 1988 y senador a propuesta de los socialistas. Luego, en octubre de 1989, lo eligieron diputado al Congreso por Barcelona. Felipe González ya había descubierto su gran valía y le encomendó la Comisión Constitucional de la Cámara Baja.
En marzo de 1991, González le designó ministro de Cultura en sustitución de su antiguo correligionario Jorge Semprún. Su papel fue decisivo para proyectar la cultura española en el exterior, impulsar la extensión cultural dentro de España y mejorar la producción audiovisual. En diciembre de 1992 recibió en Amsterdam el Premio Erasmus, concedido ese año al Archivo General de Indias.
Hombre de acuerdos y no de rivalidades, apostó por renovar el PSOE, pero desde el entendimiento con la corriente guerrista. Comentaba otro de los amigos de aquel tiempo, antiguo director de “El Socialista”, que no recordaba haber visto a Jordi Solé pelearse con nadie. Al contrario, sólo se recordaba su mediación para rebajar tensiones.
Su actividad política se prolongó hasta octubre de 2003. Fue senador y portavoz socialista en la Comisión Constitucional del Senado. En 2004 le diagnosticaron Alzheimer. Lo reveló su hijo Albert. Desde entonces ha padecido la enfermedad de modo discreto y de ese modo se ha ido. Deja a su espalda una vida de servicios a España y al modo más razonable de entender Cataluña.
Descanse en paz ese ejemplo de “seny” nacido en Mollet del Vallés, en 1930. Adiós al buen y sincero amigo.