El muerto
Por Alfonso Ussía
El muerto es todo, el cadáver nada. Restos mortales. Materia que se transforma y se destruye. El muerto es la vida, la memoria, el amor y el paisaje. Lo que enterramos bajo tierra es sólo algo por su cercanía con la vida, pero representa lo mismo que los huesos de un fallecido hace diez siglos. Del muerto el alma, del cadáver el polvo. Tiene razón la familia de Federico García Lorca. Los que quieran honrar su memoria, su vida, su arte y su talento, que lo lean. Lo de hallar sus huesos, como bien apunta César Vidal, parece un negocio. No encuentran sus huesos. Se están gastando millones de euros para no encontrar nada. Y aun así, si algún día se toparan con el esqueleto que sostuvo en vida a Federico García Lorca, nada sería el resultado.¿Para qué? En mi familia sabemos perfectamente dónde se hayan enterrados los huesos de nuestro abuelo. Llevan enterrados, con pocos meses de diferencia, los mismos años que los huesos de García Lorca. El problema es que no están solos. Descansan en una fosa común en Paracuellos del Jarama con huesos de otros centenares de cadáveres. Carrillo no se ocupó de garantizar las sepulturas individuales a los asesinados en Paracuellos. Identificar uno a uno los restos mortales de las fosas comunes de ese montículo junto al Jarama costaría millones de euros. Nuestro abuelo está en la memoria, en sus obras, en sus recuerdos y en sus paisajes. No en los huesos, que no son otra cosa que huesos, lo más parecido a nada. Federico García Lorca vive. Cada uno de sus poemas es una demostración indiscutible de su supervivencia. Si una décima parte de los millones de euros que se llevan tirados a la basura para encontrar sus huesos se hubiesen dedicado a promocionar entre los jóvenes la obra viva del gran poeta granadino, García Lorca estaría más vivo que nunca. Pero a los golfos y los resentidos sólo les importan sus huesos, lo menos lorquiano de Lorca, lo más inútil, lo que su propia familia desea no remover, ni buscar, ni encontrar. ¿De qué les sirve? Todos los que han muerto asesinados por la injusticia, allá donde se encuentren sus huesos, con la cruz o sin la cruz, creyentes o no, santifican la tierra que rodea sus nadas. O la santifican o la dignifican. Pero me temo que los buscadores de huesos y de euros no cejarán hasta que puedan considerar rentables –para ellos, no para Lorca– los restos del poeta. Objetivo que hasta la fecha ha sido un rotundo chasco, un fracaso tan ridículo como costoso. Para mí, y escribo intuitivamente, que puede haber una sorpresa en este asunto. Si el cadáver de García Lorca fue enterrado en las cercanías del lugar del crimen, ¿por qué no se encuentran sus huesos? ¿No se han detenido a pensar los «Indiana Jones» de la Memoria Histórica que esos huesos han podido ser secretamente rescatados? ¿Pertenece a la imaginación más calenturienta pensar que los huesos de Federico descansan en una tumba anónima de cualquier cementerio bajo la lápida de un nombre falso que sólo conocen los más allegados? Y si no, ¿qué importa encontrarlos o no? Los huesos de Picasso son hoy idénticos a los de un pintor de brocha gorda. ¿Ha muerto Picasso? Vivirá siempre. Como Federico. Con sus huesos hallados o su cadáver sin encontrar. Más libros y menos tumbas.
El muerto es todo, el cadáver nada. Restos mortales. Materia que se transforma y se destruye. El muerto es la vida, la memoria, el amor y el paisaje. Lo que enterramos bajo tierra es sólo algo por su cercanía con la vida, pero representa lo mismo que los huesos de un fallecido hace diez siglos. Del muerto el alma, del cadáver el polvo. Tiene razón la familia de Federico García Lorca. Los que quieran honrar su memoria, su vida, su arte y su talento, que lo lean. Lo de hallar sus huesos, como bien apunta César Vidal, parece un negocio. No encuentran sus huesos. Se están gastando millones de euros para no encontrar nada. Y aun así, si algún día se toparan con el esqueleto que sostuvo en vida a Federico García Lorca, nada sería el resultado.¿Para qué? En mi familia sabemos perfectamente dónde se hayan enterrados los huesos de nuestro abuelo. Llevan enterrados, con pocos meses de diferencia, los mismos años que los huesos de García Lorca. El problema es que no están solos. Descansan en una fosa común en Paracuellos del Jarama con huesos de otros centenares de cadáveres. Carrillo no se ocupó de garantizar las sepulturas individuales a los asesinados en Paracuellos. Identificar uno a uno los restos mortales de las fosas comunes de ese montículo junto al Jarama costaría millones de euros. Nuestro abuelo está en la memoria, en sus obras, en sus recuerdos y en sus paisajes. No en los huesos, que no son otra cosa que huesos, lo más parecido a nada. Federico García Lorca vive. Cada uno de sus poemas es una demostración indiscutible de su supervivencia. Si una décima parte de los millones de euros que se llevan tirados a la basura para encontrar sus huesos se hubiesen dedicado a promocionar entre los jóvenes la obra viva del gran poeta granadino, García Lorca estaría más vivo que nunca. Pero a los golfos y los resentidos sólo les importan sus huesos, lo menos lorquiano de Lorca, lo más inútil, lo que su propia familia desea no remover, ni buscar, ni encontrar. ¿De qué les sirve? Todos los que han muerto asesinados por la injusticia, allá donde se encuentren sus huesos, con la cruz o sin la cruz, creyentes o no, santifican la tierra que rodea sus nadas. O la santifican o la dignifican. Pero me temo que los buscadores de huesos y de euros no cejarán hasta que puedan considerar rentables –para ellos, no para Lorca– los restos del poeta. Objetivo que hasta la fecha ha sido un rotundo chasco, un fracaso tan ridículo como costoso. Para mí, y escribo intuitivamente, que puede haber una sorpresa en este asunto. Si el cadáver de García Lorca fue enterrado en las cercanías del lugar del crimen, ¿por qué no se encuentran sus huesos? ¿No se han detenido a pensar los «Indiana Jones» de la Memoria Histórica que esos huesos han podido ser secretamente rescatados? ¿Pertenece a la imaginación más calenturienta pensar que los huesos de Federico descansan en una tumba anónima de cualquier cementerio bajo la lápida de un nombre falso que sólo conocen los más allegados? Y si no, ¿qué importa encontrarlos o no? Los huesos de Picasso son hoy idénticos a los de un pintor de brocha gorda. ¿Ha muerto Picasso? Vivirá siempre. Como Federico. Con sus huesos hallados o su cadáver sin encontrar. Más libros y menos tumbas.
(A. Ussía es escritor y columnista)