Identidad española
Por M. Molares
Los franceses discuten sobre su identidad nacional siguiendo la invitación del presidente Nicholas Sarkozy, y aunque en España nadie plantea tal pregunta, la mayoría de los taurófilos afirman que son españoles quienes aman su fiesta, y antiespañoles y separatistas quienes tratan de erradicarla.
Pero ni todos los amantes de las corridas son españoles, porque hay plazas en Venezuela. Perú, México o Francia, ni todos los secesionistas las detestan, porque el separatismo vasco tiene muchos aficionados.
Además, hay ciudadanos de fuerte españolidad que no lamentarían la desaparición del espectáculo, empezando por la Reina o por algunos generales en el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.
Aunque el separatismo catalán pretende identificar hipócritamente España con la crueldad en las plazas de toros, mientras exige proteger espectáculos igualmente brutales, como los bous embolats y los correbous.
El debate francés sobre su identidad comenzó tratando de reinterpretar hoy el lema de la Revolución de 1789, “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, tan unificador.
Frente al carácter del republicanismo francés, España posee 17 comunidades y dos ciudades autónomas, además de cuatro lenguas, por lo que hay quien rechaza que el castellano sea idioma unificador. Todo un galimatías legislativo y social.
Puestos así, ser español es teodicea: posee el bien necesario de la coexistencia entre regiones dispares que deberían ser iguales, y el mal de los políticos que buscan la diferencia y la separación.
Pero hay un valor castizo unificador: todas las regiones españolas están férreamente unidas para formar el país con más bares del mundo, uno cada pocos metros.
Nada de toros: añadámosle al escudo real de la bandera un vaso de tinto, morado para satisfacer a los republicanos, una tortilla española, un jamón y, recordando a los políticos nacionales, un chorizo.
Esa es la identidad española, sobre campo de tascas y bares bastante guarretes.
Por M. Molares
Los franceses discuten sobre su identidad nacional siguiendo la invitación del presidente Nicholas Sarkozy, y aunque en España nadie plantea tal pregunta, la mayoría de los taurófilos afirman que son españoles quienes aman su fiesta, y antiespañoles y separatistas quienes tratan de erradicarla.
Pero ni todos los amantes de las corridas son españoles, porque hay plazas en Venezuela. Perú, México o Francia, ni todos los secesionistas las detestan, porque el separatismo vasco tiene muchos aficionados.
Además, hay ciudadanos de fuerte españolidad que no lamentarían la desaparición del espectáculo, empezando por la Reina o por algunos generales en el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.
Aunque el separatismo catalán pretende identificar hipócritamente España con la crueldad en las plazas de toros, mientras exige proteger espectáculos igualmente brutales, como los bous embolats y los correbous.
El debate francés sobre su identidad comenzó tratando de reinterpretar hoy el lema de la Revolución de 1789, “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, tan unificador.
Frente al carácter del republicanismo francés, España posee 17 comunidades y dos ciudades autónomas, además de cuatro lenguas, por lo que hay quien rechaza que el castellano sea idioma unificador. Todo un galimatías legislativo y social.
Puestos así, ser español es teodicea: posee el bien necesario de la coexistencia entre regiones dispares que deberían ser iguales, y el mal de los políticos que buscan la diferencia y la separación.
Pero hay un valor castizo unificador: todas las regiones españolas están férreamente unidas para formar el país con más bares del mundo, uno cada pocos metros.
Nada de toros: añadámosle al escudo real de la bandera un vaso de tinto, morado para satisfacer a los republicanos, una tortilla española, un jamón y, recordando a los políticos nacionales, un chorizo.
Esa es la identidad española, sobre campo de tascas y bares bastante guarretes.
(M. Molares es escritor, periodista y capitán de Marina Mercante)