El discurso del miedo
Cuando los políticos no ven las cosas claras, el recurso más asequible que tienen es el de invocar al miedo. Claman que están a punto de llegar mil males y otras tantas desgracias si los infortunados votantes eligen una opción que no sea la suya. Y eso lo hacen tanto unos como otros. No hay grandes distingos.
Por eso no puede sorprendernos que José María Barreda, presidente regional y líder socialista de Castilla-La Mancha, haya aprovechado un acto que debería ser lúdico, como es la comida navideña de los suyos, para empezar a sembrar el miedo sobre lo que puede venir si los votos van a parar a otras manos.
Dice Barreda que si otros llegan al poder que él ocupa, pondrán coto a las mejoras sociales conseguidas bajo su mando. Si se repiten las encuestas como la difundida hoy por Antena 3, que otorga más de cinco puntos de ventaja al partido conservador, seguro que vamos a ver como anuncia males peores, quizá incluso alguna plaga bíblica.
Pero hay que ser compresivos. Lo que sucede es que el miedo que tratan de esparcir quienes no las tienen claras, como en este caso parece ocurrirle a Barreda, nace del pánico que ellos mismos tienen a perder sus poltronas. Le pasa a Barreda y al “sursum corda” (pongan al referido “sursum” el nombre que más les convenga).
Lo que tiene gracia es que sean esos mismos políticos que no dejan de proclamar que no tienen apego al poder y que están deseando irse a casa a cuidar de sus asuntos y dejar de hacer sacrificios, quienes más empeño ponen luego en seguir aupados en sus cargos, que no saben como ceder a otros.
Todos conocemos casos como esos. Todos estamos al tanto de presuntos servidores de la patria que a duras penas se resignan a marcharse a casa cuando les llega la hora y los ciudadanos les vuelven la espalda.
Hubo casos, según registra la historia, de alguno que murió de la rabieta o sufrió una apoplejía. Confiemos en que nada de eso pase por estas tierras.
¿Qué tendrá el poder para envenenar tanto a los que lo convierten en toda una profesión? Porque, lo malo que tiene todo esto es que para un altísimo porcentaje de quienes componen nuestra clase política a todos los niveles, el ejercicio del poder supone un verdadero oficio; casi, casi una adicción.
Tenemos en un horizonte no muy lejano una cita con las urnas para elegir a nuestros gobernantes locales, ya sean regionales o municipales. Vamos a ver escalar la tensión entre unos y otros y la dureza de las descalificaciones.
Pero no es buena cosa estando el país en estado catatónico por causa de la severísima recesión que alguno no quería ni ver. Y no lo es porque nuestros políticos van a emplear más tiempo en zurrarse la badana que en resolver los problemas. Verán que poco marramos el cálculo.
Y no se fíen de las apariencias. Ni el cielo era tan azul como nos pintaban hace meses, ni tan negro como nos lo van a dibujar a medida que se acerque la fecha de las elecciones. Esa estrategia forma parte del juego cutre que saben jugar nuestros políticos. Y los de muchos sitios más.
Desde que el mundo es mundo, o al menos desde que vivimos en democracia, aunque sea esta democracia un poquito “sui generis”, la euforia cede lugar al miedo según convenga a los que ostentan el poder. Hoy somos el mejor país, la mejor región o la mejor localidad, y mañana, si nos salimos del carril que nos marcan, vamos a descarrilar irremisiblemente. O nos quitarán el pastel que tanto nos gustaba.
Hagamos una reflexión, si les parece. En el hipotético caso de que la actividad política fuese tan dura como pretenden, todos los políticos estarían deseando quitarse el muerto de encima. ¿Conocen muchos dispuestos a hacerlo?
Segunda reflexión: ¿Si las cosas están tan bien como nos aseguran hoy y se han aprobado medidas que benefician al ciudadano, por qué iban a venir otros a hacer la vida imposible a quienes les votan y arrebatarles lo que alegra su existencia?
La verdad es otra. Lo que pasa es que ni hay tanta diferencia entre izquierda y derecha (si acaso algún pequeño matiz), ni los unos son muy buenos, ni los otros son muy malos. Pero tengan paciencia y guarden estas reflexiones en un cajón. Verán como no andamos tan descaminados.
Por lo pronto, no se dejen “acongojar” por los discursos del miedo, ni de unos, ni de otros. El único discurso del miedo es el que nos dicta la gravísima situación económica, sobre todo porque no parecen saber resolverla.
¡Qué tengan unas Felices Fiestas (si nos dejan)!