No le van a hacer caso, y sin embargo es la mejor receta disponible para revitalizar la democracia y que los españoles vuelvan a creer en sus representantes. José Bono, el antiguo presidente regional y ahora titular del Congreso, ha demostrado una vez más ser el político de fino olfato que tanto gustaba a D. Enrique Tierno Galván, su gran maestro, otro francotirador de la vida pública con ideas propias.
Su apuesta coincide con la idea que hemos lanzado repetidamente desde esta tribuna: hay que aproximar a los representantes a quienes les votan, más que andar complaciendo a quien elabora las listas. Es decir, en la representación de nuestros parlamentos, nacionales, regionales y hasta locales, debe primar la voluntad de los electores y no la de los partidos.
Como sostienen algunos teóricos, esto es más una “partitocracia” que una democracia, y hay quien lo llega a denominar la “partidura”. Pero todo esto no son más que juegos de palabras.
El modelo, como en tantas otras cosas, y así lo reconoce Bono, es el inglés. La representación directa, por distritos y hasta por barrios. Nada de listas cerradas. Abiertas y bien abiertas.
En España conocemos ya el modelo, porque eso es lo que tenemos para el Senado, o al menos para la parte de senadores que no designan por vía indirecta los partidos.
Lo que complica el asunto es la resistencia que van a plantear -no nos debe caber la menor duda-, los “aparatos” de los partidos, que no son otra cosa que el residuo de la mediocridad burocrática. Porque al fin y al cabo, lo que se les pediría es, más o menos, que emulen a las Cortes franquistas y se hagan un “haraquiri” para dar paso a una representación mucho más directa.
Por encima de todo, ese modelo de representación en el que el ciudadano y su opinión priman ante todo, equivale a la pérdida de buena parte del poder que hoy en día acumulan las burocracias de partido. Y además les obliga a seleccionar mucho más las caras y los nombres que ofrecen al ciudadano, y sobre todo a descartar a aquellos cuya ejecutoria no se corresponde con las esperanzas depositadas en ellos por el elector. ¡Qué decir de quienes cometen abusos deshonestos con los caudales públicos o cualquier otro tipo de corrupción!
¿Se imaginan a un elector toledano, o castellano manchego, a la hora de votar una lista de diputados, combinando nombres de todos los partidos para escoger a los que cree mejores? No crean que eso es política-ficción. Los ingleses llevan muchos años con ese método y no se cuestiona la calidad de su régimen democrático. Y otro tanto sucede en Estados Unidos.
Es más, el representante elegido, a la hora de votar en el Congreso tiene que tomar en cuenta cuando va a girar la llave qué espera de él la mayoría que le otorgó su acta de representación. Y si contraviene la famosa “disciplina de voto”, pues allá películas. Porque de otro modo es probable que el ciudadano le pasé factura en la siguiente cita en las urnas aunque estén encantados en su partido.
Eso mismo, sobre el papel, debería funcionar así con el método actual. Pero la experiencia nos indica que no ocurre tal. El clientelismo del representante por lo general se inclina a acatar la voluntad del jefe de filas, el aparato partidista o las conveniencias de otro género. Lo que vemos es que los políticos españoles actúan más por lo que piensan en Ferraz o la calle Génova, que por lo que esperan sus electores directos.
Muchos telefonean a Toledo o Madrid a preguntar qué tienen que decir o qué tienen que hacer, en vez de preguntar a los que después les aúpan a sus poltronas. Ese es el juego y nadie debería darse por ofendido por el hecho de que se le retrate en esos términos.
Y también es cierto es que desde hace tiempo hay políticos que, como Bono, nos sorprenden gratamente con actitudes de independencia personal y cercanía al ciudadano. Aún está fresca en la memoria sus negativas –tan criticadas por algunos- a plegarse a los designios de la “dirección” cuando se dirimían los asuntos de las Hoces del Cabriel o Cabañeros. Bono pensó entonces en el interés de su gente más que en el deseo de los que mandaban en su partido. Y seguramente por eso duró muchos años al frente de Castilla-La Mancha, recogiendo el voto de hasta un 21 por ciento de personas que confesaban su preferencia por el PP en otros asuntos.
Pero claro, políticos de casta, como Tierno Galván, Felipe González o el propio Bono, no se dan con demasiada frecuencia. Sucede lo mismo que con las buenas añadas de vino. Por eso deberíamos cuidarlos más y escuchar opiniones como la de acercar a los representantes a sus representados.