sábado, 26 de septiembre de 2009

Con pluma ajena

Viaje de los Rodríguez (Zapatero)
Por Ignacio de Saavedra
Mientras el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco permite mostrar fotografías de presos etarras en lugares públicos, hoy a los españoles se nos calienta la boca con la instantánea de los Rodríguez y los Obama en Nueva York. Si lo primero resulta inconcebible en un régimen de libertades, lo segundo es propio del talante lenguaraz que nos distingue desde siglos atrás.
Y es que si visitásemos durante este fin de semana, a modo de fantasma omnipresente, las sobremesas de los hogares españoles, las tertulias en bancos de piedra o los corrillos de los mercados, comprobaríamos que son mayoría quienes están enterados de lo segundo y no de lo primero.
Resulta que las hijas del presidente del Gobierno -muy de negro ellas- se alimentaron de ilusiones cuando su padre entró en La Moncloa pregonando que en pocos días estrecharía la mano de su adorado Barack. En tan confusa adolescencia es habitual levantar ídolos de papel, forrar las carpetas de seductores cantantes y musculosos actores de Hollywood; sin embargo, lo que Laura y Alba no llegaban a comprender era la obsesión de su padre por continuar con aquella conducta que ellas ya tenían guardada en los cajones del curso anterior: su insistencia describiendo minuciosamente al presidente de los Estados Unidos, el brillo de sus ojos cuando recordaba su primer encuentro con él, el nerviosismo de las llamadas telefónicas de los primeros amores y hasta las comparaciones planetarias de Leire Pajín. Era preciso conocer al culpable de sus desvelos.
El resto de la historia es bien conocida por todos. Los Rodríguez marchan a Nueva York con fondos públicos -como los domingueros que viajan a Benidorm con la paga de verano-, acuden a la Asamblea General de Naciones Unidas, donde el patriarca inunda la sala de vacío y naderías, y por la noche se engalanan para ir de cena al Museo Metropolitano, donde, como apuntaría Laurence Olivier en La Huella, fue el instante apropiado para cometer el crimen. Los Rodríguez se acercan con lentitud a los Obama, como los atrevidos que no se ruborizan por inmiscuirse en fotografías ajenas, y les piden posar juntos para una instantánea inolvidable. Están a un paso de hacer historia. Y ambas familias lo saben, cada una por motivos distintos. Sonríen. “USA”, dice Barack. “Esp… Barça”, musita José Luis. El destello de la cámara del reportero de la Agencia EFE corrobora que no hay vuelta atrás.
A las pocas horas, después de que Zapatero vetara la emisión de la fotografía en la página web de la Casa Blanca, en la misma Agencia EFE y en los demás medios de prensa comenzaba el debate en España. Por una parte, quienes defendían el derecho a la intimidad de las menores de edad; por la otra, quienes, lógicamente, levantaban la voz contra una limitación inadmisible a los medios de prensa. No se puede pretender realizar un viaje oficial y, a la par, buscar la privacidad en los rincones de lugares públicos. Y mucho menos con el descaro de quien lo hace con el dinero de los españoles.
El debate se ampliaba a la indumentaria de las hijas. Vestidos negros hasta los tobillos, más propios de discotecas tenebrosas que de cenas oficiales, botas de conciertos de música dura y pulseras de cuero que terminaban de darles la apariencia de recién rescatadas de una secta por las fuerzas de seguridad. Una imagen lamentable que no puede ser azucarada con argumentos ramplones sobre la libertad de cada cual a vestir como quiera. Entre otras razones porque esta imagen no es sólo la de los Rodríguez, sino la representación de España en la Organización de Naciones Unidas.
Este mismo padre que no tiene responsabilidad ninguna sobre la imagen de sus hijas en una cena oficial, es el mismo presidente del Gobierno que incita a las menores de edad a abortar sin el consentimiento de sus padres y que ha autorizado que, desde este lunes, la compra de la píldora del día después no necesite de receta médica. Este padre que ayer permitió a sus hijas presentarse de esta guisa en un acto oficial, es el mismo que arrebata a los padres el derecho a educar a sus hijos en los valores que crean oportunos, transfiriendo esta potestad a los centros educativos y a un profesorado desnutrido también de autoridad. Es el mismo, al fin y a la postre, que pretende manipular a los niños con una Educación para la Ciudadanía que, una vez más, convierte a los padres en títeres sin facultades ante una juventud desbocada. ¿Cómo podemos pretender, entonces, que este padre, que a la vez es presidente del Gobierno, o que este presidente del Gobierno, que a la vez es padre, sepa aconsejar a sus hijas sobre sus vestimentas en un acto oficial? Pretenderlo es como tratar de evitar que hoy se hable en España de esta fotografía. Imposible.
(Leído en Lavozlibre.com de 25-09-2009)