domingo, 12 de junio de 2011

Tribuna Libre

Ya sólo queda legislar la bajada de pantalones

por T. Martínez
Al Gobierno socialista - por decir algo- español ya le queda poco que entregar a la avidez del capital en nombre de la “santa crisis” en la que no creía hace sólo dos años. Lo próximo, al ritmo que vamos, podría ser legislar sobre la bajada de pantalones o el despido totalmente libre y gratuito.
José L. Rodríguez Zapatero y su corte de los milagros todavía no se han enterado de que han perdido las elecciones locales por goleada, más que nada por haber dejado en la estacada a miles de trabajadores: a unos en el paro y a otros a merced de los patronos. Ese es en resumen el sentimiento de mucha gente. Y va a ser difícil convencer a tantos de lo que no es.
Mientras no asimilen eso y que el clamor de muchos jóvenes y no tan jóvenes en las plazas va en contra de esas políticas de derribo del estado social construido con el esfuerzo de muchas generaciones anteriores, van a ir simplemente de mal en peor. Aunque a lo mejor el optimista irredento al que un día apodaron “Bambi” lo que pretende es dejar esto arrasado para quien lo encuentre tras él. El estilo Atila es muy contagioso.
Estos gobiernos de esta democracia “sui generis”, en la que mandan los funcionarios de partido en vez de los ciudadanos, empezaron liquidando lo que era de todos, porque decían que el Estado no podía ser dueño y administrador de bienes a través de empresas públicas. La denominada doctrina “neoliberal” o “neocon” también ha hecho de las suyas por estos pagos y los socialistas dejaron hacer.
Tuvieron de ese modo ocasión de dar prebendas, en forma de puestos directivos del capital público enajenado a amiguetes de colegio, a ávidos familiares y lo que es peor, de corromperse muchos de ellos echando mano a lo que era de todos sin ningún miramiento. La corrupción ensombreció en poco tiempo un escenario político tenido por ejemplar después de una modélica transición. ¡Qué poco dura el pan en casa del hambriento!
Ahora la pestilencia nos atufa. Sobre todo en lugares como Valencia. Pero también en otros sitios. Incluso en pequeños municipios donde antaño reinaba la concordia y el buen sentido, que se han visto arrastrados a la vorágine del ladrillo y similares.
Estos pájaros, por llamarles algo benigno, se han llevado lo que han podido o lo han dado cuando se lo han pedido esos buitres que controlan el llamado “mercado”. Y va a tocar ahora, emulando a Jesucristo, echar látigo en mano a esos mercaderes del templo de la democracia y con ellos a los fariseos que no dudan en sostener que son progresistas o socialistas o liberales.
Porque de las derechas ya se sabe lo que se puede esperar, pero jamás hubieran podido pensar los ciudadanos conscientes que un gobierno que se llama socialista y de izquierdas pudiera llegar a hacer suyas las propuestas de los empresarios, en vez de la de los sindicatos. Y mucho más desoyendo la voz que clama en la calle, diciéndoles que son el tercer problema de esta pobre nación y que se vayan.
La última reforma laboral y lo que contempla en materia de despido son simplemente infumables para quien pretenda ser progresista. Y que no quieran vestirnos el muñeco. El socialismo se distinguió, cuando era tal socialismo democrático –y no está deformación-, en el cobro al ciudadano de jugosos impuestos, que se compensaba brindándole los mejores servicios de todo tipo, y en especial sociales. Aún se recuerda a Suecia antes de caer en manos de neofascistas y “liberales”.
Llego así lo que hemos venido a llamar estado del bienestar. Hoy tenemos en cambio un auténtico estado del malestar ciudadano. Los servicios sociales son prestados por instituciones altruistas, como Caritas, porque el Estado no está ni se le espera. Los impuestos siguen subiendo y no hacen más que empobrecer a las clases más humildes. No tienen otro uso que alimentar las bandadas de carroñeros que desde Europa y nuestro país chupan la sangre de la gente. Como sucede con las tarifas eléctricas y otros servicios necesarios. Se aminora la construcción de obras públicas y se paralizan las inversiones porque la banca asfixia a quien ayudó a pararle el golpe de las “subprime”.
Se recortan sin recato todo tipo de prestaciones, empeoran los servicios asistenciales y educativos, mientras nos proponen medidas absurdas, como la búsqueda de cadáveres de la guerra o la asistencia a los homosexuales de países africanos. La familia, base de la sociedad, está en proceso de derribo.
Y el grado de deterioro del descontento ciudadano empieza a dar señales de que la caldera está en ebullición y precisa que se reduzcan las razones que avivan las llamas si se quiere evitar un estallido de consecuencias imprevisibles. Se puede abusar un tiempo de la gente, pero no eternamente. Sólo falta, como se decía, que se legisle sobre la bajada de pantalón. Y si no lo remedia alguien, no duden de que llegará.


(T. Martínez es un ciudadano indignado que respalda el movimiento Democracia Real Ya)