miércoles, 8 de junio de 2011

Necrológicas


Adiós a Federico Sánchez, alias “Jorge Semprún”

Por J. Frisuelos
Una de las figuras más importantes del siglo XX español y también de las menos conocidas es Jorge Semprún, fallecido en París a los 87 años. Alguien dijo jocosamente que era el intelectual francés más parecido a un español. Craso error. A Semprún habría que calificarlo como uno de los intelectuales más genuinamente europeos. Porque aunque nacido en España, su compromiso político le hizo ir dando tumbos por la Europa de los totalitarismos –a los que plantó cara sin dudarlo- hasta recalar en el París de postguerra, convertido en corazón de la Europa del asilo a los perseguidos.
Había nacido en Madrid, en una familia muy acomodada (era nieto de Antonio Maura, jefe del Gobierno monárquico), pero no dudó en abrazar la causa del comunismo, cuando eso era sinónimo de oponerse a las dictaduras fascistas. Y de la misma manera, no tardó en desengancharse del comunismo, cuando comprendió que tal y como estaba planteado era otro régimen opresor y contrario a la libertad de los seres humanos.
Semprún vivió una vida azarosa, casi siempre como un exiliado, y sin embargo tuvo tiempo de leer y transformarse en intelectual respetado y respetable. Fue el preso 44.904 del campo de concentración nazi de Buchenwald, y de ese modo fue testigo directo y memoria viva de una barbarie que ahora muchos se esfuerzan por olvidar y por ello corren peligro de repetir.
Y pese a que todos los vaivenes de un siglo de terribles convulsiones le alcanzaron de lleno, fue incapaz de sentir rencor. Ni siquiera destilaba cualquier resentimiento el personaje clandestino de Federico Sánchez, dentro del cual vivió bajo la dictadura franquista y así conoció a toledanos curiosos como el quismondano Domingo González Lucas, más conocido como el torero Domingo Dominguín.
Sin rencor dejó fluir su memoria como un río y la convirtió en escritura. Pero llegó a declarar en una entrevista que con él desaparecería el olor a carne quemada de los campos nazis. "Están desapareciendo los testigos del exterminio. Bueno, cada generación tiene un crepúsculo de esas características. Los testigos desaparecen. Pero ahora me está tocando vivirlo a mí. Aún hay más viejos que yo que han pasado por la experiencia de los campos. Pero no todos son escritores, claro”, decía.
Y añadía para el entrevistador: “ Luego hay algo... ¿Sabe usted qué es lo más importante de haber pasado por un campo? ¿Sabe usted qué es exactamente? ¿Sabe usted que eso, que es lo más importante y lo más terrible, es lo único que no se puede explicar? El olor a carne quemada. ¿Qué haces con el recuerdo del olor a carne quemada? Para esas circunstancias está, precisamente, la literatura. ¿Pero cómo hablas de eso? ¿Comparas? ¿La obscenidad de la comparación? ¿Dices, por ejemplo, que huele como a pollo quemado? ¿O intentas una reconstrucción minuciosa? Yo tengo dentro de mi cabeza, vivo, el olor más importante de un campo de concentración. Y no puedo explicarlo. Y ese olor se va a ir conmigo como ya se ha ido con otros".
También comentaba, parafraseando a Budelaire que “tengo más recuerdos que si tuviera mil años". Una novela de éxito nació del relato de su infame expulsión del PCE, “Autobiografía de Federico Sánchez”. Y tuvo la fina ironía de relatar su período como ministro de Cultura en la segunda legislatura de Felipe González con el título de “Federico Sánchez se despide de ustedes”. Era un libro descarnado, en el que se contaban los entresijos de un gobierno menos unido de lo que se trataba de contar, donde había un forcejeo soterrado entre Felipe González y Alfonso Guerra, siendo éste último poco partidario de Semprún.
Su expulsión de “El Partido”, como era llamado el PCE, fue injusta, pero no traumática. Junto con el desaparecido Fernando Claudín se atrevió a discrepar públicamente de la línea oficial. Por ese tiempo, la URSS era la de las sangrientas purgas estalinistas, y el PCE no podía permitirse veleidades con la “Madre Rusia” que pagaba las facturas de los líderes huidos.
Aquel que se había salvado de ser exterminado por los nazis cuando alguien se confundió y en lugar de inscribirle como “estudiante” lo hizo como “estibador”, estuvo a punto de no ser ministro, porque su obra estaba redactada casi por completo en francés, hasta el punto de que Javier Solana le llamó preguntándole asustado si conservaba su pasaporte español.
La Europa en que creía Jorge Semprún empezó a construirse, lo dijo él mismo, en la diversidad de los resistentes deportados a Buchenwald, la cara oscura de la Weimar de Goethe, a tan solo unos pasos.
Con Semprún se nos va una memoria fundamental del siglo XX. El resto de sus recuerdos quedaron escritos en obras llenas de vida y de amor a la vida. La cultura europea queda hoy en una cierta orfandad, en tiempos en los que intelectuales como Semprún son más necesarios que nunca, cuando la UE navega dirigida por timoneles de gran incompetencia.