Mandela, 20 años
Son ya dos décadas, 20 largos años en los que Sudáfrica se ha convertido en una nación distinta en la que blancos y negros conviven con respeto en lugar de imponerse los primeros a los segundos como en los tiempos del “apartheid”. Nelson Mandela, uno de los modelos éticos vivos que perviven en el planeta, hace dos décadas que salió de su ominosa prisión con un gesto de generosidad ejemplar: perdonar las ofensas recibidas. De la primera a la ultima.
De algún modo, el ejemplo de Mandela y de su país, sirven también para el nuestro. Sudáfrica ya no es un país dividido entre buenos y malos, pero es cierto que la corrupción, la delincuencia y la pobreza siguen instaladas en su tejido social. Ni la enorme bondad de Mandela ha servido para atajarla, porque detrás de él hay una generación de mediocres incapaces de pensar en algo que no sean sus intereses y el ir tirando.
El partido fundado por Mandela, dividido y corrompido, es buena muestra de lo que decimos. Y de ese modo no ayuda a reducir los problemas de la gente.
Por aquí viene a pasar, a su escala, algo parecido. Los tiempos y los políticos de la transición han sido aparcados o condenados al olvido. La corrupción y otros vicios del pasado, no sólo no bajan de intensidad, sino que hasta conocen repuntes en estos tiempos de crisis.
Los partidos políticos, que dieron ejemplo de seriedad en los setenta y ochenta, han caído en manos de incompetentes, incapaces de unirse para hacer frente todos juntos a la catástrofe creada por el “tsunami” de las finanzas mundiales. En lugar de ellos, cavan fosas más anchas de separación, con la vista puesta únicamente en las urnas.
Se fomenta imprudentemente el rencor de tiempos pasados y superados por una Constitución de la paz entre hermanos; se gobierna desde supuestos sectarios; se maquilla lo “inmaquillable” y se tolera el pequeño delito o el grande, la gran corrupción y la de cualquier tamaño. Se miente, y eso es lo peor, al ciudadano con cualquier motivo o cualquier pretexto. Y entre tanto asistimos al aumento de las bolsas de pobreza y de exclusión social.
Se precisan nuevos Mandelas, nuevos Felipes, nuevos Carrillos, nuevos Fragas y nuevos Suárez, por citar sólo a algunos de los que hicieron posible el cambio pacífico en Sudáfrica o España. Pero se necesitan ya, porque esta generación de indocumentados políticos no da más de sí.
Los llamamientos al liderazgo desde dentro y fuera de nuestras fronteras, desde el propio Palacio de la Zarzuela, no pueden caer por más tiempo en saco roto.
Y cuando llegue la hora de votar, que nadie olvide lo que estamos pasando por la impericia de unos y otros. Miren cómo viven ellos y como lo hace el resto, miren quien ha engordado su cuenta mientras la de otros mermaba, quien se edificó una mansión, mientras otros la perdían arrebatada por la voracidad de unos bancos reflotados con el dinero de sus impuestos.
Recuerden quién colocó a sus amigos o parientes o sobrecargó la nómina del Estado con decenas de asesores, quien se gastó a miles la pasta de todos en cosas que no sirven de nada, en fastos o grandezas, y quién impidió un acuerdo en beneficio de todos. Echen las cuentas entonces y de ese modo ayudarán a que España no siga los pasos de Grecia, sino los de Francia o Alemania.