sábado, 20 de febrero de 2010

Editorial

El mal gesto de Aznar

Todo el mundo tiene derecho, y más un ex presidente del Gobierno, a dar conferencias en universidades o donde sea sin ser insultado. Pero nadie tiene derecho, y menos un ex presidente del Gobierno, a responder a quienes le insultan como hizo el jueves José María Aznar en la Universidad de Oviedo.
Quienes ostentan un cargo deberían saber que se les paga para aguantarse las ganas de muchas cosas. En el caso de Aznar con sueldo vitalicio.
Ante la exhibición por algunos estudiantes de una pancarta con la expresión «criminal de guerra» por su actitud en la guerra de Irak, y al ser recibido con gritos de «asesino» o «fascista», el ex presidente del Gobierno mostró su dedo corazón de la mano izquierda extendido en un gesto cuya grosería es inequívoca. No es el primero, ni el único que hace algo así para escarnio de los ciudadanos de bien.
Aznar lo acompañó con la declaración de que «algunos parecen empeñados en demostrar que no pueden vivir sin mí», frase que por sí sola puede servir de termómetro del nivel de soberbia y autosatisfacción al que ha llegado el personaje. Todos conocemos actitudes de ese tenor en nuestro entorno.
Aunque no es la primera vez que Aznar exhibe su displicencia con gestos similares, su reacción podría quedarse en anécdota lamentable, si no fuera porque el ex presidente del PP volvió a descalificar a José Luis Rodríguez Zapatero con palabras indignas de un predecesor en la jefatura del Gobierno. «El jefe de los pirómanos no puede ser el capitán de los bomberos», dijo Aznar de Zapatero, a quien negó «autoridad moral» para dirigir el Gobierno.
Además, esta vez lo hizo en España, mientras la credibilidad de la economía española sufre en los mercados internacionales, pero lo mismo ha hecho en sus frecuentes viajes al extranjero y en foros internacionales donde se supone que debía defender a España, ese país del que se llenan la boca él y muchos dirigentes de su partido. Rajoy ha tenido un excelente maestro, que aún no ha dejado de ejercer y que parece esperar que le llamen en clamor como salvador de la patria.
Lo malo es que el pecado de soberbia no es privativo de Aznar. Abundan en el panorama nacional los políticos y politiquillos que se revisten de egolatría y se atrincheran en la arrogancia para confundir lo que es un mandato vicario del pueblo, en un erróneo "el pueblo soy yo y todo el que no está conmigo está contra mí".
Hemos hablado en otras ocasiones de la ejemplaridad que deberían conferir a su actuación las figuras públicas o todos aquellos que viven a costa de los impuestos del sufrido ciudadano, desde el Rey al último concejal del Reino.
Pero desgraciadamente, ni Aznar, ni otros muchos actúan de acuerdo con esos principios. Llegan a confundir la legalidad con su propia voluntad y a negar que sea aceptable o razonable lo que no se corresponde con sus caprichos. Así les va el pelo. De ahí a decir que “el pueblo se equivoca” si decide lo contrario de lo que proponen hay sólo un paso. Y después viene lo del “aquí mando yo”. Todos ellos, conceptos muy poco democráticos y sin embargo frecuentes y cercanos.