domingo, 7 de febrero de 2010

Crónica Política

Crónica de la semana del último bandazo de Zapatero

Por A. Sabrido
Madrid.- José Luis Rodríguez Zapatero, jefe del gobierno socialista, se ha metido en un laberinto, como reconocen muchos de sus propios compañeros de partido. Lo malo es que no sabe muy bien cómo salir de él y si no lo hace se va a llevar por delante a lo más granado del poder autonómico y local del PSOE en las próximas regionales y municipales.
Los bandazos del político leonés que rige los destinos de España son conocidos hace tiempo, pero seguramente ninguno tan radical como los de la última semana. Sus equilibrios, como de costumbre, tratan de contentar a todos, que suele ser el mejor método de no lograrlo con nadie.
El pasado jueves en Washington, mientras leía un pasaje bíblico y echaba mano del Quijote, los empresarios que Zapatero había elegido para acompañarle seguían nerviosos a través de sus Blackberries, la caída en picado de las acciones de sus compañías. Nada más terminar el “desayuno de oración”, Zapatero se reunió en el hotel con esos escogidos y, según algún testigo, estaba contento por su intervención, aunque preocupado por lo que pasaba en la Bolsa española.
A petición de los presentes, explicó su visión de la situación y se lamentó de que gurús con un conocimiento superficial de España –a su juicio-, pudieran realizar agoreros pronósticos basados en informes de bancos casi desconocidos y deteriorar su imagen internacional. También se refirió al papel catalizador de la crisis ejercido por centros financieros como Londres, molestos por la competencia procedente de la zona euro.
De regreso a Madrid, encontró con sus huestes desmoralizadas y con todo patas arriba. En el anterior Consejo de Ministros se había aprobado un enorme recorte del gasto público para el trienio, 50.000 millones de euros, y la propuesta de aplazar dos años la edad de jubilación de los 65 a los 67 años. Esa última medida era la guinda del pastel; sin aportar mejoras inmediatas, transmitía a los mercados voluntad de hacer creíble el recorte del gasto.
El viernes por la mañana, nada más regresar de Washington, Zapatero lanzó una consigna a los suyos: mantendré la decisión de aplazar la edad de jubilación pero la prioridad es la paz social y no someterse a los mercados; lo sucedido estos días es un ataque contra el euro.
El plan Zapatero nacía de quienes postulan la aplicación de un profundo plan de reforma del sistema de pensiones, del mercado de trabajo, de concentración del sistema financiero y de transformación del funcionamiento de las administraciones públicas. Las cabezas más visibles son Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, y José Manuel Campa, secretario de Estado de Hacienda.
Se habían impuesto a quienes, como el titular de Trabajo, Celestino Corbacho, opinaban que se iba a enardecer a los sindicatos sin aportar ninguna mejora coyuntural. O como al todopoderoso José Blanco, ministro de Fomento, cuya cartera es la más afectada por el tijeretazo al gasto. Sin olvidar a Miguel Sebastián, al frente de Industria y hombre de confianza para asuntos económicos de Zapatero, partidario de mantener vivo el impulso a la demanda mediante la inversión pública.
Alguno de ellos comentó que a ver quién era el guapo que le contaba ese plan a decenas de ayuntamientos socialistas que mantienen cientos de puestos de trabajo, en muchos casos artificialmente, a costa de esas partidas, con las que se construyen obras innecesarias y de las que extraen jugosas comisiones. Son, recordó un alto funcionario, una moderna versión de las peonadas del campo andaluz.
De todos modos, nada salió como estaba previsto al acabar ese consejo. Los sindicatos se pusieron en pie de guerra por el alargamiento de la vida laboral, máxime al quedar de manifiesto en la Actualización del programa de estabilidad, enviado por Economía a Bruselas y que Salgado reconoce no haber revisado previamente, que el siguiente paso era elevar de 15 a 25 años el periodo para calcular las pensiones. El jueves de gloria y oración junto a Obama acabó siendo un día calamitoso. Los mercados, que compraron inicialmente el plan del Gobierno, golpearon a la deuda y los inversores salieron en estampida de la Bolsa.
Según próximos a Zapatero, su lectura de lo sucedido es que los mercados no apuestan contra un país determinado o débil de Europa, su ataque es contra el euro y a las instituciones europeas no les quedará más remedio que actuar en su defensa cuando la situación quede en evidencia. O lo que es igual, que para calmar a los mercados, debería aceptar el enfrentamiento social, el choque con los sindicatos y abrir un periodo de enorme inestabilidad social.
Conclusión, Zapatero no quiere presentarse ante la opinión pública sometido a los dictados de los mercados para acabar, sin remisión, provocando una grave crisis política. Así pues, en una semana, daba dos virajes de envergadura.
El primero, aceptando la lógica de los mercados; el segundo, hace dos días, movido por el razonamiento político. Sus asesores partidarios de reformas radicales esperaban una propuesta dura de reforma laboral y se han quedado con las ganas. Pese a a ello, ha conseguido sentar a negociar a patronal y sindicatos.
Al menos, ese encuentro parece haber coloreado el prisma desde el que los agentes sociales observan al Gobierno. Los recelos de empresarios y sindicatos a que el Ejecutivo mostrara sus cartas de reforma laboral se disiparon tras un par de horas de charla con el presidente. Tanto CEOE como UGT y CCOO parecen haber salido del encuentro satisfechas con el documento que guiará los cambios laborales.
Pero dicen los analistas que más que mérito del presidente, la buena acogida de los agentes sociales obedece a la vaguedad del texto. Los puntos de fricción emergerán en cuanto los negociadores arranquen el diálogo. El más evidente, por la insólita claridad con la que aparece en el texto, se refiere a la contratación temporal.
El Gobierno aboga por encarecerla, y no sólo aumentando la cotización o la indemnización que se abona al finalizar el contrato, sino de una forma hasta ahora desconocida: trasladando a las empresas más aficionadas a la temporalidad los costes del desempleo que sus trabajadores generan.
Esta medida recibirá el aplauso de los sindicatos, pero no el de la patronal, reacia a incrementar los costes asociados a cualquier contratación. Tampoco gustará a la CEOE que se endurezcan los motivos por los que una empresa puede recurrir a un empleo temporal (en la práctica no hay que justificarlos).
El enfado de los sindicatos vendrá por la que constituye la principal novedad de este proceso: la ampliación del contrato indefinido con despido más barato. Constatado el "escaso uso" de esta modalidad -33 días por año trabajado de indemnización frente a los 45 ordinarios-, el Ejecutivo se inclina por ampliarlo. El planteamiento resulta espinoso, pues ese contrato ya cubre a jóvenes, mujeres, parados de larga duración, con cargas familiares, trabajadores mayores de 45 años y discapacitados. En realidad, casi el único colectivo excluido son los hombres de 31 a 44 años, por lo que extenderlo supondría generalizar ese contrato indefinido.
Hay otra referencia más difusa al despido que amenaza también con disgustar a los sindicatos. Se trata de la pretensión de regular mejor el despido por causas económicas, que tiene una indemnización de 20 días por año trabajado. Bajo esa intención subyace el hecho de que muchas veces las empresas reconocen un despido como improcedente aunque haya razones económicas que lo respalden, porque el proceso es tedioso y prefieren ahorrárselo.
La patronal aprobaría un paso en esta línea, pero sin dificultar la fórmula de despido fácil consistente en depositar la indemnización al trabajador y olvidarse del proceso judicial.
CC OO y UGT opondrán parecida resistencia a la intención del Gobierno de allanar el terreno a las empresas de trabajo temporal, que ahora tienen vedado el acceso al sector público y a la construcción. También a que éstas u otras agencias privadas intermedien en los contratos fijos, algo hasta ahora reservado a los servicios públicos de empleo, que se muestran ineficaces en esa labor. Y hay más puntos de divergencia. Pero al menos Zapatero ha comprado tiempo. No se sabe para qué, pero ahora tiene un margen.
Entre tanto, los parlamentarios del PSOE esperan que Zapatero, les confirme el martes que sus reformas económicas mantendrán la "sensibilidad social" y le pedirán "claridad" y "pedagogía" a la hora de comunicar medidas.
Zapatero presidirá el martes en el Senado la primera reunión del Grupo Parlamentario Socialista en este periodo de sesiones, y nadie duda de que le darán respaldo para las políticas económicas. La sevillana Carmeli Hermosín está convencida de que no habrá voces críticas.
Pero no es eso lo que anuncian desde la corriente Izquierda Socialista, que rechaza de plano la propuesta de reforma propuesta y si les dan ocasión pedirán a Zapatero que deje de hacer guiños al mercado, que es "insaciable", y que persevere y "resista" en su política de tinte social.
Nadie cree que en la reunión con Zapatero vaya a atreverse alguien a dar un consejo equivalente al de José María Barreda, apostando por una reducción del Gobierno. No faltan voces en el PSOE que juzguen que, conociendo a Zapatero, las palabras de Barreda equivalen a una sentencia de eliminación, sobre todo, si como se pronostica, cae derrotado en las elecciones de 2011.