viernes, 26 de junio de 2009

Editorial

Las amistades peligrosas

Quienes más presumen de desapego a lo material, son quienes más demuestran tenerlo con sus actos (dime de qué presumes y te diré de qué careces). Y otro tanto sucede con quien asegura estar desapegado del poder. Suele ser quien se aferra a él y no sabe qué hacer si no es desde lo alto de la poltrona.
¿A dónde habrán ido a parar los cien años de honradez tan pregonados después de escándalos como el del ex alcalde socialista de Estepona, que ahora sabemos que supera en cuantía de las comisiones al de Marbella? ¿En qué medida los políticos socialistas no están evolucionando hacia algo que podríamos denominar jocosamente “socios listos” o incluso “listísimos”?
Han ido a parar todos esos tópicos al mismo baúl en el que han acabado las supuestas grandes diferencias entre derecha e izquierda. Basta ver lo que sucede por doquier para darse cuenta de que a unos y otros sólo les separan pequeñísimos matices y para notar que hay políticos pretendidamente de izquierdas, que se comportan como verdaderos conservadores de antaño. Y hasta como déspotas o caciques.
Por eso los ciudadanos cada vez se fían menos y lo demuestran con su asistencia a los actos electorales. El asco que dan las políticas corruptas, sectarias, falseadas y hasta el nepotismo a las claras, aleja a los ciudadanos de las urnas más que el miedo al garrote que soportaron durante muchos años quienes vivieron bajo la dictadura.
A diario llegan quejas concretas a nuestro buzón, que vamos coleccionando para poner todas juntas uno de estos días y sacarle los colores al prócer de turno. Y esas quejas se traducen en desencanto hacia la política y desconfianza hacia los políticos. O lo que es igual, el tan traído y llevado alejamiento.
Es preciso dejar claro que el desencanto de la política no es responsabilidad de los ciudadanos, sino de los políticos. Y para mantenerse en lo alto, esos políticos que no dan de si ni para el ámbito local, no dudan en reclutar una legión de “amigos”, “amiguetes”, "conocidos” y simples aduladores (los auténticos amigos no se reclutan; dan la amistad sin más y sobre todo sin pedir favores. Por eso son verdaderos). Pero para filtrar a esos amigos un político precisa de una estatura de la que carece lo que vemos alrededor nuestro.
Señores, no nos engañemos, la plaga de de matoncitos y abusones envalentonados por su proximidad al poder que padecemos, tiene su origen en la vanidad y la miseria de nuestros próceres. Porque vemos a diario (el que no lo ve es porque no mira) que los amigos del poder son quienes medran y quienes prosperan. ¡Así son las cosas en el país de las maravillas!
Y por más que proclamen su limpieza, honestidad y ecuanimidad, esos politiquillos de tres al cuarto dividen secretamente al mundo en “buenos” y “ malos”, siendo los primeros los que les votan o dicen hacerlo, y los segundos el resto. O en buenos y fachas. Este tipo de dialéctica se basa en estereotipos antiguos y “demodés”. Pero a ellos les sirve.
Nuestros poderosos, los que lo son mucho o los que lo son poquito, prometen el oro y el moro. Pero sólo cumplen con los amigos. Hoy se les nombra para algo que no sirven –incluso de ministros-, mañana se les concede una licencia de tal o de cual para que roben a gusto, pasado se les contrata y las más de las veces se perjudica a unos cuantos para que uno solo meta y saque el coche en un garaje con comodidad. ¡Sí señor! ¡Así sucede en el país de las maravillas y hasta en la Escalona de las maravillas!
¡Y así son nuestros poderosos! O quienes creen serlo, aunque en realidad se trate de unos menesterosos intelectuales. Incluso teniendo un título en la pared, demuestran que faltaron a clase el día que se hablaba de honestidad y decoro. Sus actos son más elocuentes que sus promesas.
Parecen querer hacer bueno aquel dicho antiguo y chusco de a los amigos, el culo; a los enemigos por el culo. Pero para eso es preciso recordarles que no se pueden llenar sus babeantes bocas de esas frases hechas con las que pretenden convencernos de que gobiernan para todos. ¡No señor! Gobiernan para unos cuantos, y sólo esos cuantos deberían darles su voto.
Lo de la honestidad de la mujer del césar, por famoso, deberían colocarlo en la cabecera de su cama. Pero no. Se vive mejor creyéndose las propias mentiras y ayudando a parientes y amiguetes. Y sobre todo a lameculos.
¿No les suena conocido todo esto? ¿No conocen en su calle, en su vecindario o en su zona ejemplos de lo que decimos? ¿No conocen amigos de alcalde, parientes de tenientes de alcalde o de simples concejales que gozan de privilegios por serlo? ¡A que sí! ¡Pues claro, hombre!

Además, son los mismos principios por lo que se rigen las familias de la mafia, pero pretenden revestirlos de honestidad y dignidad. ¡Aunque la mona se vista de seda, mona se queda!
También en la Camorra (esa que anduvo entre nosotros por la ineficacia de los responsables del orden) se llaman a si mismos “hombres de honor”. Con una lista de crímenes a la espalda, esos delincuentes se pretenden moralísimos. Como muchos de nuestros políticos del país de las maravillas, que aunque les resbale la mierda entre los dedos, se creen limpios e inmaculados. Hasta que les pillan con las manos en la masa.
Eso es lo que ha sucedido en Estepona –las noticias son sumamente actuales- y en infinidad de sitios. Unos regidos por la pretendida izquierda y otros por la derecha, pero todos ellos en manos de personajes corruptos. No desesperen, un día de estos igual lo vemos a nuestro lado. El que esté libre de culpa, que tire la primera piedra. Y si no que pregunten a los parados ajenos al círculo del poder, despedidos con muy buenas palabras, pero sin resolver su problema. ¡Quién hace la ley, hace la trampa! Y es que no hay refrán que no sea cierto.


PS: En fecha próxima pretendemos comenzar a publicar bajo el rótulo de "Alcaldadas" y a ser posible ilustrados con fotos, ejemplos de esos actos poco edificantes que emanan del poder.