jueves, 18 de junio de 2009

Editorial

Talavera, la coherencia y la libertad

Estamos sometidos estos días a un auténtico bombardeo para que la gente acuda a Talavera el próximo sábado, a la llamada manifestación en defensa del Tajo y el Alberche. Y la cosa no estaría mal, si no fuese porque viene precedida por un sinfín de incoherencias y porque, por encima de todo, ir o no ir es un ejercicio de libertad.
No vamos desde estas humildes páginas a invitar a los ciudadanos que acudan a esa manifestación o a que no lo hagan. Deben tener toda la libertad para decidir, sin temor a que se tome en consideración si fueron o no fueron para otras cuestiones. Por ejemplo para tener o no tener un empleo. Se está extendiendo demasiado entre nosotros la cultura del palo y la zanahoria.
Pero lo que sí que haremos es introducir elementos para que los ciudadanos de Escalona –que no son o no deben ser súbditos de nadie- tengan elementos de juicio.
Y comenzaremos por señalar un principio, el de solidaridad, por el que más allá de intereses egoístas y ratoneros, deberíamos todos admitir que es el Estado, que no es más que la suma de todos los españoles, el que debe tener la capacidad única de repartir los bienes con que cuenta en su territorio, del modo más equitativo posible y sin dejarse llevar por amiguismo, clientelismo, sectarismo o cualquiera de esos “ismos” insanos.
Lo que sucede es que la deformación del llamado Estado de las Autonomías está conduciendo a España al surgimiento de esos indeseables egoísmos, insolidaridades y codicias de vía estrecha. Para ese viaje deberíamos haber optado mejor por el tren del federalismo, mucho más equitativo.
El agua, que es entre nosotros un bien escaso por los caprichos de la naturaleza y la mala cabeza de muchos gobernantes, de ahora y de antes, tiene que llegar a quien la precisa. Y antes que regar un huerto tiene que beber la gente, sea de Murcia o de Toledo. Esos son principios que debemos tener en la cabeza.
Resulta que la huerta murciana, tan cacareada, depende de aguas ajenas por el descenso de los recursos hidrológicos. Porque esa huerta hoy por hoy crece en un secarral.
Resulta, igualmente, que nuestros ríos han mermado porque no se administran adecuadamente y todavía no hemos aprendido a recoger mejor las aguas que la naturaleza nos regala cada año, y que además y lo que es peor, las dilapidamos y las envenenamos sin pararnos a pensar que otros, curso abajo, las precisan también.
Como vamos viendo, se trata de una sucesión de insolidaridades, imprevisiones e incoherencias toleradas, cuando no amparadas, por las administraciones.
Que Murcia, y hasta su huerta, tienen que beber es un hecho. Pero no lo es tanto que de los escasos recursos que hay tengan que beber los campos de golf y las urbanizaciones crecidas en medio de la nada o de auténticos desiertos. Además de que Murcia tiene el privilegio de las aguas del mar y la capacidad de construir desalinizadoras para surtirse.
Pero es que de nuestro lado también hemos edificado campos de golf en secarrales –véase sin ir más lejos el de Escalona o el de Novés- y nos empeñamos en construir macro urbanizaciones para las que no existen recursos hidrológicos, convencidos por falsos profetas de que ese es el progreso.
Por tanto, la demanda de que no se le dé más agua a Murcia no deja de ser un ejercicio de insolidaridad, aparte de un ejemplo de lo que representa el mal entendimiento del Estado de las Autonomías, que convierte en reyezuelos de taifas a los gobiernos regionales.
El actual Gobierno de la Nación, en vez de regular ese Estado autonómico, está creando una selva en la que cada cual va a por un pedazo mayor del pastel. Y el agua es uno de los pedazos más importantes y jugosos.
Por lo que cabe pensar que conducir a los ciudadanos a clamar por las aguas de unos ríos que se esquilman por doquier, y sobre todo muy cerca de nosotros, no deja de ser un disparate. Los mismos que nos quieren llevar a Talavera, están tan tranquilos con otros abusos de los ríos y se olvidan del aspecto y caudal que tenían años atrás. O sólo se acuerdan para acatar las instrucciones del presidente de turno.
Así pues, los ciudadanos deben sentirse libres de seguirles o no hacerlo, porque cualquiera de las opciones es tan mala como buena. Al Tajo o al Alberche no se le va a defender con esa u otras manifestaciones. Sino con una mejor política medioambiental y una gestión estatal adecuada de los ríos, en vez de una política de dádivas y regalos. Y el reparto de sus aguas no se debe decidir en Murcia o Toledo, sino en la capital de la nación, con equidad y sin componendas.