El palafrenero sincero
Por Luis del PinoDon Juan Manuel de Borgoña y Saboya, señor y duque de Villena, nació en el castillo de Escalona, en la provincia de Toledo, en 1282.
Sobrino del rey Alfonso X el Sabio y nieto de Fernando III el Santo, constituye todo un ejemplo de lo que era la nobleza castellana dos siglos antes de que los Reyes Católicos afianzaran el poder real y crearan la España moderna: tan pronto guerreaba don Juan Manuel contra los moros en Murcia o en Algeciras, que apoyaba a Sancho IV de Castilla, o intrigaba contra su hijo Fernando IV o se aliaba con el aragonés Jaime II.
Don Juan Manuel fue uno de los nobles más poderosos y más ricos de la época. Llegó a contar con un ejército de mil caballeros y a acuñar su propia moneda, un privilegio normalmente reservado a los reyes. Y dedicó toda su vida a tratar de acrecentar ese poder del que disponía, recurriendo ora a la política matrimonial, ora a la fuerza de las armas, ora a la traición y la intriga.
Su territorio se extendía desde Villena hasta Belmonte y desde Hellín hasta Alarcón, pasando por Albacete. En términos modernos, sería lo que hoy denominaríamos un "barón regional".
Pero además de intrigante y batallador, Don Juan Manuel era un "barón regional" ilustrado. Y muy amante de la literatura. Su obra más conocida es "El conde Lucanor", una recopilación de cuentos moralizantes que está considerada como la obra cumbre de la prosa castellana en el siglo XIV.
El cuento XXXII de El conde Lucanor narra la historia de los tres truhanes que le vendieron a un rey una tela supuestamente mágica, que sólo podían ver aquellos que fueran auténticamente hijos de sus padres.
Al serles presentada la inexistente tela, ni el rey, ni el resto de los miembros de la corte se atrevieron a decir que no veían nada, creyendo que los demás sí que veían el tejido y por miedo a quedar en evidencia delante de todos. "Si los demás dicen que ven esa tela que yo no veo, entonces es que yo no soy hijo de mi padre", razonaban todos ellos, "así que lo mejor que puedo hacer es disimular y decir que también yo veo la tela, como todos los demás".
De ese modo, los estafadores se salieron con la suya y vendieron a precio de oro al rey una tela que en realidad no existía. El rey, engañado, se vistió con el inexistente traje que los truhanes le ofrecieron y salió a pasear a caballo, desnudo como su madre le había traído al mundo. Y nadie se atrevía a decir que el rey estaba desnudo, por miedo a perder la honra.
Según el cuento de El conde Lucanor, la estafa se descubrió cuando un palafrenero negro del rey, que no tenía honra que perder, se acercó al monarca y le dijo: «Señor, a mí me da lo mismo que me tengáis por hijo de mi padre o de otro cualquiera, y por eso os digo que o yo soy ciego, o vais desnudo».
Cuando el palafrenero dijo aquello, todos los demás comenzaron a asentir, y el engaño quedó al descubierto.
Esta semana, Jaime Mayor Oreja ha salido a la palestra para denunciar lo que muchos venimos diciendo desde que se cerrara la fase anterior de la negociación con ETA: que el Gobierno de Zapatero sigue adelante con sus planes y que tendremos segunda fase de esas negociaciones, que sólo la presión de la calle obligó a interrumpir. Mayor Oreja ha señalado, con una contundencia digna de elogio, que esa tela llamada "política antiterrorista" de Zapatero no es otra cosa que una pura y simple estafa.
Y, como en el cuento de El conde Lucanor, las palabras de Mayor Oreja han desatado una catarata de apoyos, desde Esperanza Aguirre a Aznar, pasando por diversos representantes de los movimientos cívicos y por numerosos creadores de opinión.
Sin embargo, a diferencia del cuento, Mayor Oreja ha sido duramente respondido por aquellos que insisten en vender a los españoles las maravillas de esa tela inexistente que la mayoría de la opinión pública soberana tampoco ve.
Y Zapatero, como los truhanes del cuento, ha reaccionado señalando a Mayor Oreja con su dedo acusador: "Mayor Oreja es un mentiroso", nos dice el inquilino de La Moncloa.
Para tapar sus mentiras, Zapatero recurre, una vez más, a la descalificación de quien las pone al descubierto.
Mintió Zapatero cuando dijo, en noviembre de 2004, que el 11-M estaba perfectamente claro. Y, para cubrir sus mentiras, acusó de conspiranoicos a quienes señalábamos que la versión oficial del 11-M era una inmensa estafa. Cinco años después, el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio, y la sociedad española es consciente, a pesar de las mentiras y las descalificaciones de Zapatero, de que ni siquiera sabemos qué explosivo se utilizó en los trenes de la muerte.
Mintió Zapatero también, antes de las últimas elecciones, cuando negó que existiera la crisis. Y, para cubrir sus mentiras, acusó de antipatriotas a aquellos que osaron avisar sobre el estado real de nuestra economía. Dos años después, el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio, y la sociedad española es consciente, a pesar de las mentiras y las descalificaciones de Zapatero, de los efectos de esa crisis que el Gobierno se empeñó en negar.
Miente ahora también Zapatero. Y, como en tantas otras ocasiones, pretende tapar sus mentiras con la descalificación de todo aquel que ose, como Mayor Oreja, ponerlas al descubierto.
Pero el tiempo pone a todo el mundo en su sitio, Zapatero, y tus mentiras tienen un tiempo de vida cada vez más corto. Y los hechos pondrán de manifiesto, como Jaime Mayor Oreja denuncia, que vuestra alianza estratégica con ETA aún no ha concluido.
Y el problema, Zapatero, es que el tiempo se te agota.
¿Dónde vas a ir, Zapatero, cuando te convenzas de que ya nadie te compra tus mentiras?
(L. del Pino es ingeniero de telecomunicaciones, periodista y bloguero)