La Semana Santa ya está aquí
Por E. Vázquez
Toledo.- Finaliza la Cuaresma y la mayoría de ciudades y pueblos españoles se disponen a rememorar en las calles la pasión, muerte y resurrección de Cristo, abriendo portones de los templos a los desfiles procesionales. Tradición y cultura, penitencia y fe, folklore y pasión, belleza y oración, arte y devoción, se mezclan con el profundo arraigo de la religiosidad popular en buena parte de España, que durante entre el Domingo de Ramos y el Domingo de Resurrección se embriaga de fervor y admiración por sus imágenes, caminando entre nubes de incienso y olor de cera quemada.
Cada región española a su manera, conforme a su costumbres entroncadas durante siglos, conforme a sus tradiciones, conforme a sus particularidades e historia… Cada una busca y encuentra a Dios en cada calle a su estilo, y cada una de ellas rezumando un encanto especial que la distingue de las demás, aunque el fin espiritual de rememorar la muerte de Jesús en la Cruz sea siempre el nexo de unión entre todas.
Cada región española a su manera, conforme a su costumbres entroncadas durante siglos, conforme a sus tradiciones, conforme a sus particularidades e historia… Cada una busca y encuentra a Dios en cada calle a su estilo, y cada una de ellas rezumando un encanto especial que la distingue de las demás, aunque el fin espiritual de rememorar la muerte de Jesús en la Cruz sea siempre el nexo de unión entre todas.
Nadie puede dudar de que la Semana Santa, constituida en Semana Mayor en muchas ciudades españolas, es una de las muestras más representativas de nuestro patrimonio cultural. Imágenes de Cristo y de Dolorosas talladas desde los albores del Barroco y hasta nuestros días; pasos vistosos constituidos en altares callejeros y configurados como auténticos retablos para engrandecer la escenografía de la pasión del Señor; túnicas de nazarenos, capirotes enhiestos, morriones y antifaces, cíngulos y anchos cinturones de esparto; pies descalzos e, incluso, encadenados a un rito ancestral que siempre pervive al empuje de los nuevos tiempos; costaleros, cargadores y anderos; músicos capaces de ensayar, durante todo el año y en solitarias madrugadas, su repertorio de marchas procesionales, llueva o no, para que en la semana de la pasión sus notas resuenen tras la trasera de ese paso que se aleja enfilando su recogida; damas de mantilla en los Oficios; niños portando palmas ante su tradicional Borriquita; priostes con ojeras y las manos encallecidas; madrugadas de saetas y sentimientos; perfume de azahar; y el tiempo, siempre el tiempo, siempre pendientes de que las nubes no descarguen lágrimas de cofrades… Es la Semana Santa cofradiera en España. La Cuaresma pasó. Es hora de que las Hermandades se erijan en Cofradías, vistan su túnica y planten sus cruces de guía en las calles.
En España, la Semana Santa cofradiera responde a cánones y guiones diversos, porque son, en el fondo, días de detalles y contrastes. Pero si pudiese englobarse en estilos, tres serían los más representativos: el primero se corresponde con la Semana Santa andaluza, cuyo guión estético quedó marcado por los primeros cofrades de Sevilla hace ya más de cinco siglos, y cuyas enseñanzas han sido acogidas por el resto de provincias –sobre todo Córdoba, Huelva o Cádiz-, a excepción de Málaga, que mantiene viva su propia estética, con tronos impresionantes (que no pasos), sensiblemente mayores al del resto de los pasos andaluces, y con un estilo muy particular de portarlos.
El segundo se corresponde con el estilo sobrio que sella la impronta de la Semana Santa en Castilla y León, tanto en su imaginería (Gregorio Fernández, Juan de Juny...) como en la escenificación de sus desfiles procesionales. El rigor de Valladolid, con su magna procesión del Viernes Santo, culmen de toda la Pasión en la tierra castellana; la plasticidad de León, la juventud de Salamanca, la oscuridad enlutada de Zamora con crucificados que datan incluso del románico…
El tercero se corresponde con la luz del Mediterráneo, y Murcia, enamorada de Salzillo, se echa a la calle como máximo exponente de esta Semana Santa en un ejercicio de fe y penitencia distinto, más colorista y variopinto, pero no por ello menos intenso y respetuoso. Y Cieza, y Cartagena… Y Lorca, un contraste de tradiciones en sí misma que mantiene candente también en Semana Santa la reminiscencia de su propia historia de luz y color, de cristianos y moros, de una pasión diferente que también cabalga a lomos de caballo para rendir su tributo a Cristo en la cruz.
Las primeras Hermandades que, por motivos distintos, no figuran aún en las nóminas oficiales de cada ciudad para hacer estación de penitencia en Semana Santa, son conocidas como “de vísperas”, y empiezan a salir de las Iglesias desde el mismo Viernes de Dolores.
Pero no será hasta la mañana del Domingo de Ramos cuando las Hermandades de penitencia empiecen sus desfiles, consistentes en salir de su templo, acudir en procesión hacia el lugar en el que realizan su estación de penitencia (cada catedral, habitualmente) y en regresar para recogerse hasta el año que viene.
Las cofradías permanecen en la calle de tres a catorce horas, en función de la distancia que deban recorrer, de lo establecido en sus reglas y estatutos, del número de personas que configure el cortejo, etcétera. Los participantes en cada cofradía –cruz de guía, faroles, nazarenos, penitentes, monaguillos, acólitos, portaestandartes, libro de reglas, banderas, costaleros, etcétera…- oscilan entre unas pocas decenas y las 2.500 personas que pueden acompañar, por ejemplo, al Gran Poder de Sevilla, probablemente la imagen de culto cofrade más universal.
Se percibe ya la llegada del repique de tambores y el estruendo chillón de las cornetas. El sentimiento cofrade bulle ya en las calles de España. Es Semana Santa.