miércoles, 7 de abril de 2010

Editorial

Seseña en estado de tensión social

El ya denominado crimen de Seseña, que ha costado la vida de Cristina Martín, según todos los indicios a manos de otra adolescente, ha sembrado la tensión social en la localidad y los responsables locales tendrán que esforzarse mucho para que no desemboque en un fenómeno de mayores dimensiones. Es un caso en el que el iceberg que se vive en muchos pueblos ha aflorado en toda su dimensión.
La muerte violenta de la menor, con una serie de extrañas connotaciones de esas modas funestas que comienzan a proliferar entre los adolescentes, ha sacudido el municipio incorporándolo a la lista cada vez más nutrida de dramas que tienen como protagonistas a  menores, tanto en papel de damnificados, como en el de agresores.
El secreto del sumario, la imposibilidad de determinar si lo ocurrido entraña delito y de qué tipo y la minoría de edad de la víctima y de la única detenida, obligan a extremar la obligada cautela en la evaluación pública del asunto.
No obstante y a la luz de lo que vamos conociendo sobre la realidad social de Seseña, cabe cuestionarse si la desgraciada muerte de Cristina Martín es sólo un hecho aislado o la consecuencia fatal de una latente conflictividad urbana.
Las declaraciones del alcalde, Manuel Fuentes, alertando sobre los riesgos de prender la mecha de la alarma social en Seseña, adquieren mayor sentido cuando se desvela la realidad diaria de la ciudad dormitorio que en 10 años ha quintuplicado su población, gracias entre otras cosas a fenómenos del ladrillo como el protagonizado por el famoso “Pocero”, consentido y jaleado desde la esfera política.
O cuando emerge de sus urbanizaciones un fenómeno de bandas juveniles en permanente conflicto y brotan signos de tensión racial y graves episodios de acoso escolar en un municipio en el que conviven ciudadanos de hasta 33 nacionalidades diferentes.
Las situaciones de indolencia familiar en la educación y el control de los adolescentes, apuntadas por los propios vecinos, también pueden terminar alimentando actitudes de competencia violenta entre grupos con la calle como único territorio de coexistencia. O de lucha a muerte.
El alcalde ha apelado a la madurez para evitar «una caza de brujas» en Seseña. Pero esa cohesión social que ahora ve en peligro ya estaba erosionada antes, sin que consten actuaciones dirigidas a rehabilitarla o reducirla. Y es en este terreno donde se reabre el debate sobre la suficiencia o insuficiencia de los mecanismos judiciales para la sanción y reinserción de los menores, en el que difícilmente se podrán tomar decisiones acertadas si se afrontan, una vez más, en momentos de fuerte impacto social.
El oportunismo de ciertas declaraciones en pleno fragor del drama invitan a reflexionar sobre la capacidad de quienes las hacen para ocupar más altas responsabilidades.
En todo caso, la violencia escolar y juvenil en aumento es un desafío de tal calado que requiere de una reflexión consciente, además de la adopción de medidas integrales y eficaces que permitan combatir la sensación de que el problema puede irse de las manos.
Pero en lugar de eso vemos con frecuencia desidia por parte de los responsables, comenzando por los hechos menores que quedan sin corregir. Ya hemos dicho en más de una ocasión que la impunidad es el mejor caldo de cultivo para que sucedan cosas peores.
Mirar a otro lado, como parecen hacer tantos políticos a escala nacional, regional y local, equivale a poner en peligro muchas cosas, pero sobre todo nuestra convivencia en el medio rural, donde por la menor dimensión que la ciudad, los fenómenos de alteración del orden tienen mayor repercusión y resuenan como en un altavoz.
Hay demasiados Seseñas en potencia sin necesidad de salir de la provincia y la crisis, la económica y la de los valores, es el mejor caldo de cultivo. Se empieza un sábado por la noche por arrojar un contenedor a la carretera, con el consiguiente peligro para el ciudadano conductor, y se acaba pensando que la vida de los semejantes vale poco menos que nada.