miércoles, 24 de febrero de 2010

Firmas

Titiriteros
Por Elvira Lindo
No sé cómo se sentirán los titiriteros al comprobar que el nombre que denomina su oficio ha adquirido matices de insulto. Titiritero es la forma chusca de rebajar la categoría de los actores españoles. Lo veo aquí y allá. Cada vez que un comediante expresa una opinión política el clamor de antipatía que despierta se resume en un nombre pronunciado con enorme desprecio: titiritero.
Hay que ser muy ignorante para ensuciar la nobleza de ese oficio. Tal vez aquellos que vivan ajenos por completo al universo de la imaginación infantil no sepan calibrar lo que para un niño significa un espectáculo de títeres. Desde el teatrillo callejero más modesto al que llega al Teatro Real, como las espectaculares marionetas de Enrique Lanz representando El Retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla, todos tienen su valor. Uno de los espectáculos españoles más reseñados en Nueva York el año pasado fue el de las marionetas del grupo aragonés Caleidoscopio. Yo asistí aquel sábado mágico de oscuridad y muñecos fluorescentes y compartí la emoción de unas criaturas a las que los titiriteros hicieron soñar con esa cualidad de lenguaje universal que posee el títere. Recuerdo a los titiriteros al final de la función: vestidos con mallas negras para hacerse invisibles, sudorosos, felices por haber llenado un gran teatro y haber demostrado la magia sin fronteras de su oficio.
Pero hay más. No entiendo qué ha pasado en este país para que, recién salidos de una dictadura, en los setenta, se respetara a los cómicos aunque gran mayoría de ellos se declararan de izquierdas, y ahora seamos incapaces. ¿Éramos más tolerantes? ¿Entendíamos entonces que no es necesario coincidir políticamente con alguien para apreciar su trabajo? Los medios que fomentan ese desprecio alientan un espíritu antidemocrático, aunque se les llene la boca con la palabra concordia.

(Elvira Lindo es escritora)