jueves, 18 de marzo de 2010

Firmas

Puerilidad

Por Fernando Savater
DESPUÉS DE MUCHOS AÑOS de práctica, un viejo psicoanalista confesaba el secreto de la conducta humana por fin revelado: “El problema es que no hay adultos”. Tal parece, en efecto. Naturalmente, esto no quiere decir que todos seamos eternamente niños (como creen algunos idealistas), sino que, a destiempo y contra la madurez que el tiempo debiera haber traído, nos mantenemos en el fondo pueriles.
Los niños no son pueriles, sino eso: niños. La puerilidad es una dolencia que acompaña a la mayoría de edad mal asimilada. Consiste en atribuir desmesurada importancia a bagatelas, mientras se minimizan o infravaloran asuntos de auténtico calado. Como la puerilidad es multiforme, cada uno sólo vemos la que no compartimos. Que les hable de un par de manifestaciones que me son ajenas no quiere decir que me crea ni por un momento más maduro que los demás...
Para empezar, el iPad de Apple. Supongo que ese nuevo cachivache ofrecerá prestaciones avanzadas en su campo, comodidad de uso y aciertos de diseño. No lo sé, entiendo poco o nada del asunto. Lo pueril estriba en los ditirambos que se le tributan. “El inicio de una nueva era”, “marca un antes y un después en la comunicación cibernética”, “magia”, “prodigio”, tocar esa tableta es “como tocar la Sábana Santa”, etcétera.
Por supuesto, la campaña publicitaria cumple su función, pero encuentra oídos favorables en personas por lo demás inteligentes. La temible vulgaridad cotidiana parece que va a ser rescatada milagrosamente por un nuevo instrumento. McLuhan dijo famosamente que el medio es el mensaje, pero ahora el medio parece convertirse en la excelencia del contenido: los juegos serán más que juegos, las películas más que películas, las canciones más que canciones y los libros más que libros gracias al iPad. Y todo ello aplicado a un aparato del que lo único que sabemos seguro hasta los más ignorantes es que estará obsoleto en un año o año y medio...
Segundo y quizá más notable ejemplo, sobre todo en España. El cocinero Ferran Adrià anuncia que dentro de poco cerrará por dos años su restaurante para dedicarse a la investigación: después lo reabrirá, pero ya transfigurado en algo distinto a un comedor elitista y carísimo, otra cosa inconcreta pero garantizadamente portentosa. Se oye un coro de ilustres “¡oooh!” y “¡aaah!” de anticipada maravilla. Gracias a ese artista de los guisos (a medio camino entre Leonardo da Vinci y aquel profesor chalado de los inventos del TBO) comer se ha convertido para muchos papanatas en una unidad de destino en lo universal.
No he estado nunca en El Bulli porque no me gusta guardar cola ni para que me hagan regalos, mucho menos para que me saquen la pasta. Pero en cambio estoy convencido de que mejorarían mis finanzas si por cada merendero de España en que se come mejor que allí me donasen un par de euros... Lo cual no mellará, desde luego, la admiración universal por el doctor Adrià.
Supongo que sin cierta dosis de puerilidad nuestro agobio cotidiano y nuestros miedos futuros serían insoportables. Pero a veces, cuando veo los ojos suplicantes y los pies descalzos de los niños de Haití, me avergüenzo de nuestro impostado infantilismo...

(F. Savater es pensador, filósofo y catedrático de Universidad)