lunes, 29 de marzo de 2010

Tribuna Libre

El desconcierto

Por Alfonso Guerra
El mundo vive una época de incertidumbres. La actual crisis económica que sufren todos los países, producto de las ilícitas actividades de los gestores de los grupos económicos y financieros, es la más reciente y angustiosa manifestación del desconcierto en el que están gobernantes y gobernados. Pero no es la única razón para explicar lo que está sucediendo.
Dos fenómenos simultáneos y muy imbricados entre sí han colocado a la humanidad ante un cambio de ciclo, era o época. Me refiero a la revolución tecnológica y a la capacidad de adaptación del sistema capitalista de producción, distribución y consumo a la nueva realidad globalizada.
La tecnología informática ha permitido un flujo rapidísimo de la información, lo que ha propiciado un intercambio financiero inmediato con consecuencias para la economía de todos los países.
A esta nueva realidad, que se ejerce con métodos y prácticas muy modernas, se responde con un esquema de pensamiento que no ha sufrido variaciones notables. Se gestiona con tecnología del siglo XXI, pero el diseño intelectual pertenece al pasado. Esta parece la principal razón que puede explicar el desconcierto en el que vive el mundo político, económico, cultural y mediático.
En cada país la oposición acusa al gobierno de improvisar las decisiones para superar la crisis, como si ella tuviese otras ideas más seguras. Los gobiernos del mundo entero están tanteando las posibles medidas que atajen el mal momento de la economía, con posiciones conservadoras -en el sentido de no rupturista, no innovadoras–, como conservadoras -en el mismo sentido- son las de otros partidos, los sindicatos, los empresarios y los medios de comunicación.
La contradicción entre prácticas modernas y respuestas políticas conservadoras se manifiesta en las diversas opciones concretas que se plantean en las vidas políticas y económicas ordinarias.
Veamos algunos ejemplos. En España, el Gobierno ha lanzado la idea de prolongar dos años la edad para producirse la jubilación. La oposición se pone enfrente, unos porque les parece inconcreto, otros lo consideran un atentado a los derechos de los trabajadores, aún a algunos les parece insuficiente. Todos fundamentan su posicionamiento en interés de grupos, en cálculos económicos a medio y largo plazo. Pero existe una razón de civilización y progreso: cuando en España se estableció la edad de jubilación hoy en vigor, la esperanza de vida de los españoles era poco más de la mitad de la esperanza de vida actual. Esto quiere decir que los jubilados viven muchos más años que entonces en la inactividad y, además, en mejores condiciones físicas e intelectuales. No parece un avance de la sociedad ir reduciendo la edad de abandono de la actividad mientras aumentan los años de vida y la capacidad para ser activos. No tomar en consideración estas circunstancias provoca unas contradicciones insalvables cuando se quieren defender derechos.
De forma parecida se puede observar la actitud general ante el anuncio de creación de un cementerio de residuos nucleares que garantice la seguridad a las personas. Grupos netamente partidarios de la energía nuclear se han opuesto a la localización del cementerio en este o aquel municipio, cayendo en una contradicción que se podría calificar como amoral si no fuese porque puede apuntarse a la incertidumbre y al choque entre práctica moderna y respuesta anticuada.
Igualmente, los contrarios a la energía nuclear, están en su legítimo y tal vez acertado derecho, lejos de ser los más interesados en que los poderes públicos garanticen la seguridad de los residuos, se niegan a su instalación.
He oído incluso peregrinas argumentaciones sobre a quién corresponde la decisión de la localización. Siguiendo la moda pseudonacionalista, se le niega esa capacidad al lugar mismo donde se puede instalar porque la comunidad autónoma se opone, fundamentando que el número de habitantes que representa la institución autonómica supera al de la localidad. Claro, y el conjunto de la población española, superior a la de la comunidad, tendrá más legitimidad, ¿no?
El desconcierto es tan profundo que llega a originar tormentas en un vaso. Así, si el presidente de los Estados Unidos cancela su presencia en una reunión europea, se disparan los gritos de desesperación. ¡Obama traiciona a Europa! ¡Nos da la espalda!, etcétera, etcétera.
Un cierto provincianismo desconcertado les impide pensar que la emergencia de otras zonas del mundo exige de Europa un proceso de unidad política que la mayoría de gobiernos europeos no está dispuesta a emprender.
Brasil, India y China, junto a Estados Unidos y Japón, van a representar los polos de decisión del siglo XXI, mientras que Europa se resiste a protagonizar el futuro, agarrada a los esquemas que en el siglo XIX y comienzos del XX le dieron prevalencia y determinación.
Es cierto que Europa ha intentado, además de facilitar el libre comercio y la circulación de personas y bienes, construir una zona regional donde se respete el Estado de Derecho, donde los ciudadanos tengan garantizados los derechos humanos y el respeto a la libertad. Pero la nueva distribución del poder en el mundo exige una modernización de métodos y objetivos que la Europa de hoy está lejos de alcanzar.
Se necesitan liderazgos sociales, políticos y culturales. Los miembros más informados de la sociedad deberían abandonar banderas pasadas y poner su capacidad y prestigio al servicio del interés común en dirección al futuro. No pueden condenar a la decadencia a una sociedad que quiere y puede saltar sobre las bardas de unos esquemas político-culturales que pertenecen al pasado. Ejercer ese liderazgo será duro, los aferrados al conformismo de los esquemas que ya no son útiles les coaccionarán, pero la nación lo reconocerá siempre.
En el caso de España, la actividad política ha tomado unos derroteros muy poco estimulantes. Son los menos los que piensan en el país, en aquello que puede ser beneficioso para el conjunto de los españoles. Asistimos a una puja en la que se piensa más en los réditos electorales que en lograr sacar al país lo antes posible de la grave crisis económica que padece. Los errores del Gobierno (el envío de un documento a la Unión Europea que es retirado en pocas horas) son explotados por la oposición como si obtuviesen un placer morboso en todo aquello que pueda perjudicar al país. Su líder dibuja un retrato de la sociedad española que no se contempla en las calles, en los cines, en los grandes almacenes o en los bares. El trampantojo de catástrofes que intenta hacer creer la oposición tiene la consecuencia añadida -además de no coincidir con la realidad- de perjudicar la imagen de la situación económica de España en los demás países y en los organismos internacionales. Pero dan la impresión de no estar preocupados por las derivas de sus posiciones, pues el objetivo de recuperar el poder les hace minimizar todas las demás cuestiones o consecuencias.
Aunque el tiempo corre en contra, aún hay margen para enderezar en esta legislatura una situación económica que empezó siendo negada por el Gobierno para pasar después a ser su principal motivo de preocupación, y hasta de obsesión, según el presidente del Gobierno. El país necesita el estímulo de ver vencer a la crisis con un proyecto sólido de futuro.

(A. Guerra es ex “número dos” del PSOE y presidente de la Comisión Constitucional del Congreso)