La cigarra y la hormiga
Por Enrique Barón
La fábula del griego Esopo sobre la cigarra cantarina y ociosa frente a la hormiga laboriosa y ahorradora sintetiza ejemplarmente la actual situación de la Unión Económica y Monetaria Europea (UEM). En el terreno comercial, Alemania tuvo el año pasado un excedente de 136 millardos de euros, Holanda y Bélgica de 38 cada una, mientras que España tiene un déficit de 52, sólo superado por Francia y Gran Bretaña, que llega a 92,6. Si se añaden otros datos como la balanza de pagos o el endeudamiento global, incluido el sector privado, la conclusión es que la Unión Monetaria ha beneficiado a todos los socios. Caso particular son los británicos, que a pesar de ser los más endeudados se benefician de la City, el mayor mercado en euros, y gozan del privilegio de ser los más cantarines gracias a una excelente prensa en el latín del siglo XXI.
La gran cuestión es ver cómo salimos juntos de esta crisis manteniendo y reforzando la Unión. Romper el euro no sería sólo el fin de un proyecto, constituiría un auténtico tsunami colectivo. La experiencia histórica demuestra que una Unión Monetaria no es duradera a la larga si no se acompaña con una Unión Económica y Política. La gobernanza económica de que tanto se habla es un tema no resuelto desde Maastricht: sigue pendiente la creación de un ministro de Economía para trabajar con el gobernador del Banco Central. El Tratado de Lisboa, que ha incluido la solidaridad como valor fundamental de la Unión, ha creado un triángulo orientado sobre todo hacia la política exterior de dos presidentes y un alto representante, aunque de hecho nuestros líderes estén todo el tiempo hablando de economía.
El euro fue fruto de un pacto político en el que Alemania puso lo mejor que tenía, el marco, con la condición de que se respetaran las normas de la cultura de estabilidad, definidas en Francfort.
En 2004 fue necesario reformar el pacto de estabilidad tras una situación de crisis que puso de manifiesto una doble vara de medir al rechazar extender a Alemania y Francia las sanciones impuestas a Portugal. Ahora, tras la dura fase de ajuste de su generoso Estado de bienestar con los paquetes Harz de Schröder y Merkel, Alemania es más competitiva y vuelve a dar lecciones.
Antes de la Unión Monetaria, el ajuste era la devaluación que daba un respiro temporal, ahora hay que recurrir a métodos comunes para lograr un nuevo equilibrio. Una primera receta es afirmar que los austeros, Alemania, deben consumir más y los derrochadores menos, cosa que es más fácil de decir que de hacer. Sin embargo, no se trata de compartimentos estancos.
El frenesí del ladrillo en España no fue sólo una ilusión de enriquecimiento fácil en que medio país engañaba al otro medio favorecido por la baja del precio del dinero fruto de la Unión Monetaria. Participaron también inversores alemanes, basta con preguntar los precios de la vivienda a los jóvenes en Baleares o Canarias. Esa burbuja también se ha producido en Japón, Estados Unidos, Gran Bretaña o Irlanda, y es difícil salir de ella porque la otra cara de la moneda es la implicación del sector financiero.
De momento, Grecia lleva semanas en el punto de mira. Por dos razones: una es que, como cigarra, no sólo ha cantado sino que ha engañado sobre su situación, con la ayuda de voraces bancos norteamericanos; la otra es que los especuladores concentran su fuego en el eslabón más débil de la cadena.
En la lista de sus prioridades figuran otros, entre ellos Irlanda, Portugal y España, pero también el Reino Unido, que ya vivió la amarga experiencia de verse descabalgado del sistema monetario europeo por la especulación. La cuestión es actuar con decisión y solidaridad, además de la defensa del propio interés, para ayudar al que se ayuda a sí mismo. La Unión actual contiene claras limitaciones para poder reaccionar de modo rápido, el resultado del Consejo de marzo fue sólo un expediente para salir del paso en la situación preelectoral de Renania Westfalia.
El problema está en explicar a las opiniones públicas de cada país el sentido de sus sacrificios. Para las cigarras, la necesaria dieta de austeridad y recortes tras una etapa en la que la solidaridad europea ha sido decisiva para la modernización de sus economías, y trabajar más como hormigas. Para otros, los alemanes en cabeza aunque también el Benelux, con dificultades en casa, se trata de superar la sensación de ser las hormigas que trabajan para las cigarras. Sería suicida que el diálogo fuera: "Cantaba', dijo la cigarra. '¿Mientras yo trabajaba? ¡Pues ahora baila!', dijo la hormiga dándole con la puerta en las narices". El éxito del modelo exportador no es generalizable, el rigor sí.
La construcción europea es un camino de crisis de crecimiento de las que en cada ocasión ha salido más reforzada. La andadura del euro ha superado todas las previsiones. Ahora tenemos la ocasión para fortalecer la Unión Monetaria Económica y Política con una cultura de trabajo y esfuerzo común. En el mundo globalizado del G-20, el euro es un instrumento irreemplazable.
La fábula del griego Esopo sobre la cigarra cantarina y ociosa frente a la hormiga laboriosa y ahorradora sintetiza ejemplarmente la actual situación de la Unión Económica y Monetaria Europea (UEM). En el terreno comercial, Alemania tuvo el año pasado un excedente de 136 millardos de euros, Holanda y Bélgica de 38 cada una, mientras que España tiene un déficit de 52, sólo superado por Francia y Gran Bretaña, que llega a 92,6. Si se añaden otros datos como la balanza de pagos o el endeudamiento global, incluido el sector privado, la conclusión es que la Unión Monetaria ha beneficiado a todos los socios. Caso particular son los británicos, que a pesar de ser los más endeudados se benefician de la City, el mayor mercado en euros, y gozan del privilegio de ser los más cantarines gracias a una excelente prensa en el latín del siglo XXI.
La gran cuestión es ver cómo salimos juntos de esta crisis manteniendo y reforzando la Unión. Romper el euro no sería sólo el fin de un proyecto, constituiría un auténtico tsunami colectivo. La experiencia histórica demuestra que una Unión Monetaria no es duradera a la larga si no se acompaña con una Unión Económica y Política. La gobernanza económica de que tanto se habla es un tema no resuelto desde Maastricht: sigue pendiente la creación de un ministro de Economía para trabajar con el gobernador del Banco Central. El Tratado de Lisboa, que ha incluido la solidaridad como valor fundamental de la Unión, ha creado un triángulo orientado sobre todo hacia la política exterior de dos presidentes y un alto representante, aunque de hecho nuestros líderes estén todo el tiempo hablando de economía.
El euro fue fruto de un pacto político en el que Alemania puso lo mejor que tenía, el marco, con la condición de que se respetaran las normas de la cultura de estabilidad, definidas en Francfort.
En 2004 fue necesario reformar el pacto de estabilidad tras una situación de crisis que puso de manifiesto una doble vara de medir al rechazar extender a Alemania y Francia las sanciones impuestas a Portugal. Ahora, tras la dura fase de ajuste de su generoso Estado de bienestar con los paquetes Harz de Schröder y Merkel, Alemania es más competitiva y vuelve a dar lecciones.
Antes de la Unión Monetaria, el ajuste era la devaluación que daba un respiro temporal, ahora hay que recurrir a métodos comunes para lograr un nuevo equilibrio. Una primera receta es afirmar que los austeros, Alemania, deben consumir más y los derrochadores menos, cosa que es más fácil de decir que de hacer. Sin embargo, no se trata de compartimentos estancos.
El frenesí del ladrillo en España no fue sólo una ilusión de enriquecimiento fácil en que medio país engañaba al otro medio favorecido por la baja del precio del dinero fruto de la Unión Monetaria. Participaron también inversores alemanes, basta con preguntar los precios de la vivienda a los jóvenes en Baleares o Canarias. Esa burbuja también se ha producido en Japón, Estados Unidos, Gran Bretaña o Irlanda, y es difícil salir de ella porque la otra cara de la moneda es la implicación del sector financiero.
De momento, Grecia lleva semanas en el punto de mira. Por dos razones: una es que, como cigarra, no sólo ha cantado sino que ha engañado sobre su situación, con la ayuda de voraces bancos norteamericanos; la otra es que los especuladores concentran su fuego en el eslabón más débil de la cadena.
En la lista de sus prioridades figuran otros, entre ellos Irlanda, Portugal y España, pero también el Reino Unido, que ya vivió la amarga experiencia de verse descabalgado del sistema monetario europeo por la especulación. La cuestión es actuar con decisión y solidaridad, además de la defensa del propio interés, para ayudar al que se ayuda a sí mismo. La Unión actual contiene claras limitaciones para poder reaccionar de modo rápido, el resultado del Consejo de marzo fue sólo un expediente para salir del paso en la situación preelectoral de Renania Westfalia.
El problema está en explicar a las opiniones públicas de cada país el sentido de sus sacrificios. Para las cigarras, la necesaria dieta de austeridad y recortes tras una etapa en la que la solidaridad europea ha sido decisiva para la modernización de sus economías, y trabajar más como hormigas. Para otros, los alemanes en cabeza aunque también el Benelux, con dificultades en casa, se trata de superar la sensación de ser las hormigas que trabajan para las cigarras. Sería suicida que el diálogo fuera: "Cantaba', dijo la cigarra. '¿Mientras yo trabajaba? ¡Pues ahora baila!', dijo la hormiga dándole con la puerta en las narices". El éxito del modelo exportador no es generalizable, el rigor sí.
La construcción europea es un camino de crisis de crecimiento de las que en cada ocasión ha salido más reforzada. La andadura del euro ha superado todas las previsiones. Ahora tenemos la ocasión para fortalecer la Unión Monetaria Económica y Política con una cultura de trabajo y esfuerzo común. En el mundo globalizado del G-20, el euro es un instrumento irreemplazable.
(Enrique Barón Crespo es ex presidente del Parlamento Europeo)