Una crisis muy esclarecedora
La llamada “crisis del pepino” debería llamarse en propiedad “crisis de la bacteria E. Colli”, e incluso “crisis de la incompetencia de los políticos europeos”, porque eso es más que nada lo que ha sucedido estos días.
Por lo pronto los jueguecitos florales de esos políticos, empezando por los alemanes y siguiendo por los de la UE y los mismos españoles, les han costado unos pocos de millones a los sufridos agricultores –paganos de tantos errores de los que ostentan el poder y también de la oposición- como presuntos responsables de una epidemia que al final va a tener origen desconocido o que no interesará demasiado que se conozca.
Pero antes de que el tiempo y las cortinas de humo de los que juegan a conducir la “rex publica” se disipen, es preciso señalarles y endosarles su parte de la culpa para que los ciudadanos sepan con quiénes se juegan los cuartos.
En Alemania, desde la responsable de sanidad en Hamburgo hasta la mismísima canciller Merkel –un prodigio de despotismo y antipatía- se han pasado siete pueblos estos días señalando a unos pobres pepinos españoles como causantes del mal capaz de llevarse a la tumba a un puñado de viejecitos.
Lo peor es que lo han hecho sin prueba alguna y evidenciando una gran mala leche para un país hacia el que deberían tener mayor respeto, aunque no sea más que porque es el que eligen muchos jubilados y no jubilados germanos para disfrutar de un clima más afortunado que el que ellos padecen en esas latitudes.
Que se imaginen Merkel y sus secuaces cómo les sentaría que a la primera de cambio los españoles les señalásemos a ellos y sus salchichas, por citar un ejemplo, como causantes de la próxima intoxicación alimentaria o salmonelosis que se presente, antes de que lleguen los resultados de análisis. O si afirmásemos que la siniestralidad en carretera se debe a la chatarra que emplean para fabricar coches (por cierto a precios exagerados).
Y es menos de recibo que Frau Merkel se vaya sin pedir disculpas y tratándonos como a unos pobres diablos cuando dice que pagará el mal hecho. Si se cuantificara en serio, no tendría dinero para recompensar a los productores de verduras españoles. Pero ante todo nos debe unas disculpas.
Al Gobierno español hay que criticarle también –y desde luego a la oposición, que sigue mirándose al obligo como si nada fuese con ella- por no poner las narices (cámbiese por el atributo que proceda) sobre la mesa y decirle a la canciller germana las verdades del barquero. Y por no exigirle que se disculpe en voz alta.
De tanto doblar el espinazo ante cada imposición que esa señora de aspecto varonil se saca de la manga, los políticos españoles parecen haberse habituado a tragar todo lo que a Merkel se le antoja, aunque de paso se lleven por delante hecho jirones el estado del bienestar. De la misma manera que parecen no haberse enterado que Frau Merkel es una archiconservadora resabiada por el hecho de haberse criado bajo el agobiante sistema comunista alemán.
Ya va siendo hora de que alguien le plante cara a Merkel y a otros como ella y le diga que si sigue fastidiando, puede que se quede solita en la UE con esos estados satélites que Alemania maneja a su antojo como si fueran provincias.
Porque es la UE, que cada vez tiene menos de Unión –y más de club de negocios de unos cuantos-, la que se merece también un tirón de orejas por su incompetencia total y manifiesta para resolver los problemas de los Estados europeos y, lo que es peor, de los ciudadanos de esos Estados.
Lo sucedido es una evidencia clara y meridiana de que la Europa de los Estados no existe, no pasa de ser una entelequia, y lo único que tenemos (como sucede desde el principio) es una Europa de los negociantes.
Lo cual hace tiempo que ha dejado de ser una sorpresa, porque los políticos que mandan de verdad en Europa –como Merkel o Sarkozy- se han encargado de poner al frente de las instituciones a los más tontos del pueblo, a los más negados y a los más incapaces. Porque eso es lo que sucede con el inefable portugués Durao Barroso (que abandonó a su país a su suerte en medio de la peor crisis para irse a trincar a Bruselas), el belga Van Rompuy y hasta con la británica Miss Alsthom, representante de una inexistente Política Exterior.
Y la prueba de lo que decimos es que haya pasado sin la adecuada respuesta la actitud grosera de Nicholas Sarkozy, aprovechando la coyuntura para decir que para verduras buenas y saludables las de sus agricultores, como si quisiera indicar que las que se crían en España –con un sol envidiable y envidiado por muchos europeos- son una “p… mierda” y capaces de causar todos los males.