jueves, 29 de abril de 2010

Editorial

Punto limpio, pero ¿qué pasa con los vertederos salvajes?

Bien está que ahora a los vertederos más o menos organizados se les denomine con el pomposo nombre de “puntos limpios”. Bien está, igualmente, que esos lugares sirvan para la recogida de materiales entre los que se cuentan algunos potencialmente peligrosos.

Pero lo que no parece de verse con claridad, sobre todo por los vecinos del lugar escogido para colocar ese estercolero modernista, es que algunas casas de Escalona vayan a tener una calle de por medio con ese almacén de deshechos y peor aún la vecindad de un depósito del agua que surte a la población.
Acaso, como en lo de la mujer del César, no sólo tenga que ser seguro, sino también parecerlo.
Y es que en los tiempos que corren, en los que producimos sustancias muchísimo más peligrosas que las peores que conocieron nuestros bisabuelos, y en las que cualquier trastornado puede tener la tentación de hacer una fechoría a costa de la salud del prójimo, lo normal pudiera ser alejar ese tipo de puntos limpios o basureros sucios de los núcleos urbanos. No acabamos de ver claro el progreso pretendido cuando median dudas para la salubridad de nuestras familias.
Como tampoco parece tener una explicación fácil de entender que las notas de propaganda –más que de anuncio- con que nos obsequia el consistorio no hagan una alusión siquiera mínima al compromiso de poner fin a los basureros salvajes –que no puntos limpios- que jalonan algunos caminos y vías pecuarias del término municipal de Escalona. O la intención de proceder a su limpieza inmediata y erradicación.
Basta con darse un garbeo por el antiguo Camino de Maqueda, más o menos antes de cruzarse con la cañada que baja al río, para descubrir dos o tres de esos vertederos anárquicos en los que lo mismo descubrimos los restos de las obras de sustitución de un cuarto de baño, que algún animal muerto y lleno de moscas, cuando no todo tipo de artilugios desechados por el personal, algunos de gran peligrosidad.
Ahora vendrán a decir que es que vamos contra el pueblo por denunciar estas cosas, como cuando nos quejamos de los montones de basura que a menudo se descubren en las márgenes del Alberche o señalamos el peligro de desprendimientos de grandes masas de piedra sobre el llamado paseo del río (cada vez más lleno de desperfectos) o la Cuesta, que algún día pueden costar un disgusto a cualquier viandante.
Porque señalar las carencias, digan lo que digan, es el mejor método para que si no las han visto, las descubran, y si las vieron, se lo tomen más en serio y sobre todo, en uno u otro caso, les pongan remedio.
Las denuncias están para eso. El PP de Talavera ha denunciado en el pleno municipal de esa ciudad cercana que desde hace un año hay un vertedero de uralitas –que contienen amianto, uno de los materiales potencialmente más peligrosos para la salud- en el parque de bomberos. Y seguro que la intención primordial –al margen de la batalla política- es ayudar a descubrir el mal, para que se busque una solución.
Lo que sucede es que hay políticos a quienes no les gusta –nunca les ha gustado- que les señalen los rotos, para que echen el remiendo. Porque en su arrogancia creen que es como descubrir al resto del vecindario sus carencias o sus descuidos.Y cuando alguien se olvida de eso y les indica dónde está el borrón, azuzan a sus perros de presa para que falten al respeto –eso sí, sin dar la cara- en vez de emplear su esfuerzo para poner coto a lo mal hecho que podría hacerse mejor.