Orgullo Gay
Por M. Molares
Con toda seguridad usted conoce a algún homosexual, bisexual o transexual, hombre o mujer. Una persona seria y discreta, o escandalosa y exhibicionista: como cualquier heterosexual.
Pues si es prudente y responsable, seguramente le dirá que rechaza la mayor parte del espectáculo de las cabalgatas del Orgullo Gay, que son una ordinariez cargada de mal gusto y peor educación.
Y añadirá que ser hetero u homosexual no demanda mostrar la liberalidad glandular en procesiones masivas exagerando los genitales, atado/a con correas de perro, imitando un acto sexual con cualquiera, zahiriendo a curas y monjas, pero no a los imanes y ayatolás que los ahorcan públicamente colgándolos de grúas o lapidándolas a ellas.
El Gay Parade que ha devenido en este espectáculo nació en conmemoración de los disturbios de numerosos homosexuales en Nueva York, en 1969, contra las redadas policiales en el bar Stonewell, donde muchos se reunían.
Pero no iban allí todos los homosexuales de la ciudad. La mayoría hacía su vida como deseaba, aunque no exhibía sus preferencias: hasta 1973 la homosexualidad se consideraba enfermedad siquiátrica en EE.UU. A muchos “enfermos” se les trataba incluso con electroshocks.
Pero en este casi medio siglo ha cambiado la percepción de la homosexualidad, tanto médica como socialmente. Especialmente en la izquierda, que perseguía mucho más esta “degradación burguesa” que la derecha, incluyendo la eclesiástica.
En la URSS y demás países comunistas trataban a los homosexuales igual que Hitler: campos de concentración y, con frecuencia, fusilamientos. Recordemos, además: nuestros admirados Fidel y el Ché los torturaban y mataban con saña muy superior a la de Franco.
Así que el desfile del Orgullo – “pride”, en inglés, más bien dignidad u honor—es una horterada según muchos homosexuales serios y responsables, a los que paradójicamente llaman ahora homófobos los Zerolo y su corte o lobby de mariprogres espléndidamente subvencionados.
Con toda seguridad usted conoce a algún homosexual, bisexual o transexual, hombre o mujer. Una persona seria y discreta, o escandalosa y exhibicionista: como cualquier heterosexual.
Pues si es prudente y responsable, seguramente le dirá que rechaza la mayor parte del espectáculo de las cabalgatas del Orgullo Gay, que son una ordinariez cargada de mal gusto y peor educación.
Y añadirá que ser hetero u homosexual no demanda mostrar la liberalidad glandular en procesiones masivas exagerando los genitales, atado/a con correas de perro, imitando un acto sexual con cualquiera, zahiriendo a curas y monjas, pero no a los imanes y ayatolás que los ahorcan públicamente colgándolos de grúas o lapidándolas a ellas.
El Gay Parade que ha devenido en este espectáculo nació en conmemoración de los disturbios de numerosos homosexuales en Nueva York, en 1969, contra las redadas policiales en el bar Stonewell, donde muchos se reunían.
Pero no iban allí todos los homosexuales de la ciudad. La mayoría hacía su vida como deseaba, aunque no exhibía sus preferencias: hasta 1973 la homosexualidad se consideraba enfermedad siquiátrica en EE.UU. A muchos “enfermos” se les trataba incluso con electroshocks.
Pero en este casi medio siglo ha cambiado la percepción de la homosexualidad, tanto médica como socialmente. Especialmente en la izquierda, que perseguía mucho más esta “degradación burguesa” que la derecha, incluyendo la eclesiástica.
En la URSS y demás países comunistas trataban a los homosexuales igual que Hitler: campos de concentración y, con frecuencia, fusilamientos. Recordemos, además: nuestros admirados Fidel y el Ché los torturaban y mataban con saña muy superior a la de Franco.
Así que el desfile del Orgullo – “pride”, en inglés, más bien dignidad u honor—es una horterada según muchos homosexuales serios y responsables, a los que paradójicamente llaman ahora homófobos los Zerolo y su corte o lobby de mariprogres espléndidamente subvencionados.
(M. Molares es periodista, escritor y marino mercante)