domingo, 9 de mayo de 2010

Editorial

Reinventar Europa y reinventar la democracia española

Hemos conocido en la semana que concluye el más que oportuno informe del llamado grupo de reflexión o de “sabios” que, con Felipe González a la cabeza, ha analizado durante casi tres años el presente y el porvenir de Europa, de esa entidad que agrupa a las democracias de nuestro continente, y que hoy celebra su día, si bien no sea esta su mejor hora.
En ese documento que todos y cada uno deberíamos leer y tratar de digerir –cuando más los políticos de uno u otro signo- se propone refundar (o reinventar) la Unión Europea para evitar que continúe en declive y supere las actuales turbulencias de diferente tipo que perturban su vuelo y su previsible ruta.
Pues bien, habría que ir más allá y si quedan dirigentes políticos con dignidad y no están ya todos contagiados por la corrupción, la ineptitud o la ineficiencia, habría que apostar por refundar o reinventar la política democrática española para que no sea durante más tiempo uno de los problemas que más angustian a los españoles, como se deduce de las encuestas recientes.
Hace hoy nada menos que 60 años, un puñado de políticos de primera división, como Robert Schuman, Jean Monet, Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi o nuestro con frecuencia ignorado Salvador de Madariaga, se concertaron para poner las bases de un engranaje que permitiese a Europa superar los demonios históricos, que la habían desangrado en conflictos de todo género. Invitaron a todas las naciones que pudiesen acreditar su compromiso con la democracia a sumarse a ese esfuerzo. Y eso ha sido lo que ha ocurrido en estas seis décadas, hasta sumar a la misma causa a 27 naciones.
Pero como suele suceder en este tipo de procesos, por el camino se han ido quedando, hechos jirones, buena parte de los ideales que impulsaron el proyecto original. ¿Y saben ustedes por qué ha sucedido eso? Porque los egoísmos nacionales han seguido jugando a la contra del proyecto común y porque las mediocridades nacionales no han sido capaces de compensar la brillantez de un puñado de dirigentes capaces y bien intencionados.
Lo mismo, “mutatis mutandi”, ha sucedido con el proyecto democrático nacional español que comienza a la muerte del dictador. A unos años brillantes y ejemplares ha seguido un proceso degenerativo capitalizado por políticos de tres al cuarto, carentes de habilidad para gestionar los problemas –ya sabemos que los éxitos tienen muchas madres y los errores son siempre huérfanos- y sobre todo incapaces de ver más allá de sus propias narices, o lo que es igual, de sus aparatos partidistas.
Por esas razones la idea de la política, entendida como algo positivo para el ciudadano, ha entrado en perdida y comienza a estar ya en barrena. Y por las mismas, los sufridos españoles han perdido la confianza en un atajo de personajes de distinto pelo que parecen pensar que la política consiste no ya en servir al ciudadano, sino en servirse de aquel.
Para que el sistema democrático español sea creíble nuevamente entre la ciudadanía hay que tomar ya medidas y refundarlo. Extirpando sin contemplaciones todos aquellos “nódulos” que amenazan con hacer metástasis más tarde o más temprano en sus tejidos. Pero sobre todo, modificando el sistema electoral para que el ciudadano se sienta auténticamente representado por quienes él elige, en vez de notar que los electos sólo responden a las consignas y directrices de los aparatos de partido, a menudo poco o nada acordes con lo que el representado desea y espera.
Sin esa sensibilidad hacia la sociedad, lo que llamamos democracia no es más que una caricatura a la que algunos teóricos denominan partitocracia, o sea, una adulteración del sentido original de la representación.
Es esa desviación del verdadero camino democrático lo que aleja al ciudadano de sus representantes, que se sienten como una especie de súbditos de una camarilla o corralito. Y ese alejamiento –unido a la ineficiencia para resolver los problemas y las crisis- es lo que denotan esas encuestas que aseguran que tanto les preocupan, pero que se pasan por el arco del triunfo la mayor parte de nuestros políticos.
En términos europeos, las reflexiones de los “sabios” llegan en plenas turbulencias mundiales de una crisis sin precedentes (que algunos no querían ni reconocer mientras llegaba) que han comprometido la fortaleza europeísta y han puesto en evidencia sus miserias. Pero como en el refrán, se trata ahora de hacer de la debilidad virtud y aprovechar las circunstancias para hacer borrón y cuenta nueva.
España hizo una muy reconocida aportación a la construcción europea de la mano de Felipe González, pero sus dos sucesores no han sido, por así decirlo, modelo de creatividad y solvencia en esa tarea de consolidar a la Unión. Esta idea, que tan poco les gusta escuchar en público, es compartida por muchos ciudadanos.
Por tanto, en lo nacional y en lo europeo, lo que se debería tratar es de volver a las esencias y superar la mediocridad que se ha apoderado de los resortes de poder en todos los escalones. Hay que refundar, consolidando los cimientos sólidos y echando otros nuevos en donde sea preciso. Sin miedo. Pero para ello lo primero que tenemos que hacer es borrar de un plumazo a los miles de miopes y mediocres que controlan el cotarro.
Con dirigentes europeos como Durao Barroso, es harto improbable que la UE vaya a ninguna parte. Si fue incapaz de resolver los problemas de su país, ¿cómo iba a serlo de solucionar los de toda la Unión? Pero es que otro tanto sucede en la mayor parte de los países y España, con su casta política presente, no es una excepción. ¿O es que las encuestas no avisan de que Zapatero tampoco nos parece capaz de arreglar las cosas?
Son este tipo de reflexiones las que deberíamos hacernos todos a la hora de pronunciarnos en las próximas elecciones, sean éstas locales, regionales, nacionales o europeas. Y además debemos presionar todos juntos a las sectas que ostentan el poder o aspiran a conquistarlo para que actúen como la mayoría desea. De otro modo, si nos dejamos llevar, esto no lo arregla nadie.