¡Viva la Constitución!
En 1978, los españoles dieron ejemplo al mundo de sentido común y capacidad para reconciliarse, conducidos por el Rey Don Juan Carlos. Y lo plasmaron en una Carta Magna ejemplo de tolerancia y de consenso. Esa es nuestra Constitución, la de la Monarquía constitucional, que hoy conmemoramos con orgullo, aunque muchos sólo vean en ella un día más de puente para huir de las ciudades.
Es día de recordar a tantos que dieron ejemplo de esa calidad humana en aquellos días difíciles. Los nombres de Adolfo Suárez González, Enrique Tierno Galván, Jordí Solé Tura, Santiago Carrillo Solares, Felipe González Márquez, Jordi Pujol i Solei, Miquel Roca i Junyent, Joaquín Garrigues Walker, Lepoldo Calvo Sotelo, Manuel Fraga Iribarne... componen un largo etcétera de quienes hoy merecen un recuerdo agradecido.
No obstante, a tenor de las cosas que vemos cada día o escuchamos a algunos políticos, aún quedan botarates que no comprenden que en 1978 se firmó una paz entre los dos lados de una España dividida para que desde ese día viviésemos juntos y enterrásemos para siempre el rencor.
Hubo mucho de perdón de los pecados cometidos por todas partes en los años 30 en la rúbrica de nuestra Constitución. Pero quedan por ahí iluminados que no lo entienden. Hay más de uno, como el propio presidente del Gobierno, que debiera dejar que descanse en paz su abuelo y las cuentas que se dejase pendientes. Todos tenemos víctimas de aquel tiempo nefasto.
Hay muchos de esos abuelos, bisabuelos o lo que fuesen que también participaron en el encono, empuñaron la tea incendiaria o tiraron de los gatillos que sembraron la muerte. ¡Descansen en paz! ¡Pero que nos dejen también descansar al resto!
Ni todos los terratenientes fueron malvados, ni todos los militantes revolucionarios quemaron iglesias. Y los que lo hicieron merecen sobre todo el olvido de las sepulturas. Del mismo modo, las víctimas de la violencia ciega que fueron los fusilamientos y sacas, debieran quedar en paz para la eternidad.
Sus descendientes hemos elegido un camino bien diferente: el de pasar la triste página histórica en la que se produjeron aquellos hechos e iniciar una andadura distinta. Y esa andadura tiene como libro de ruta la Constitución. Además, para ese caminar se precisa hacerlo de la mano, dejando la rivalidad y las diferencias como algo anecdótico.
Hemos escrito aquí, en más de una ocasión, que ya no se estila dividir España o el mundo entre buenos y malos, rojos y azules, guapos o feos, altos o bajos… De las victorias de unos tenistas o futbolistas que visten el uniforme con nuestros colores, nos enorgullecemos todos. Como deberíamos hacerlo cuando uno de nuestros científicos merece la admiración de todos por sus hallazgos. Hay mucha necesidad entre nosotros de sentimiento patrio, como el que tienen otras naciones vecinas.
Por esa razón nos parecen poco afortunados los ejercicios de cicatería hacia los que están derivando los nacionalismos y regionalismos, con la complacencia del gobierno. El Estado de las Autonomías no parece caminar hacia la meta soñada en 1978, sino a un remedo de los reinos de taifas de la España musulmana.
De la misma manera, cada vez asistimos a un número mayor y más lacerante de casos de corrupción y otros abusos, que minan el crédito de los ciudadanos en su clase política.
No es culpa de la Constitución de 1978 que eso sea así, sino de la impericia de quienes pilotan la nave en la que navegamos todos. Debidamente aplicada y mejor cumplida, esta Constitución podría tener una larga vida.
Por eso, pasados ya más de 30 años desde la aprobación de nuestra Carta Magna, es tiempo de reflexionar sobre lo que se ha hecho mal y ponerle soluciones. Y sobre todo de dar carpetazo de una vez para siempre a las dos Españas. Porque no es que una nos hiele el corazón, es que a veces son las dos quienes lo congelan.
Pero ello no impide que hoy sea el día de elevar una voz unánime para gritar: ¡Viva la Constitución!